La mesa está impecablemente dispuesta en el comedor principal de la residencia del embajador británico en Lima, Gavin Cook. Para probar el queque de plátano que se servirá a la hora del té (ligera variación del menú tradicional inglés, que normalmente incluiría scones o sándwiches de pepino, por nombrar algunos bocados) se ha colocado un tenedor de plata que lleva grabada la insignia real GR-VI, perteneciente al rey George VI. Al lado, una cucharita tiene las de su hija primogénita: E-II-R, Elizabeth II Regina. Es curioso que ninguno de los dos haya tenido en su destino convertirse en monarca, pero así es como la historia finalmente termina escribiéndose. Rompiendo el molde.
El sello de Isabel II, la reina más longeva en la historia de Gran Bretaña –solo seguida por otra mujer: su tatarabuela, Victoria–, ocupó durante 70 años no solo menaje y monogramas en manteles, servilletas y papelería oficial. Su figura abarca desde billetes hasta monumentos; pero, tal y como comenta el embajador Cook mientras rellena su taza de té con leche, la verdadera estampa es la que millones de británicos –y un buen porcentaje de extranjeros– llevan en el sentimiento.
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Su partida representa la pérdida de un símbolo que trascendió fronteras y fue clave en la historia del siglo XX, y buena parte de las últimas dos décadas. La misma reina que era jefa de Estado en 14 países de la Mancomunidad de Naciones (Commonwealth), también “saltó” de un paracaídas junto al actor Daniel Craig –mejor conocido como James Bond– en la inauguración de las Olimpiadas de Londres en 2012. No hay ciudadano británico menor de 70 años de edad que no entienda su vida sin la presencia de la reina en ella, y para Gavin Cook no es diferente.
Sus primeros recuerdos, como para tantos de sus compatriotas, tienen lugar en la sala de su propia casa. Isabel II fue la primera monarca que entró a los hogares de todos sus súbditos por igual, gracias a la tecnología, la cual revolucionó la comunicación entre la realeza y el pueblo desde su primera transmisión televisiva, en 1957.
“Me imagino que la veo en la pantalla, en blanco y negro, durante el discurso de Navidad que se transmite cada año y se mira en familia como tradición”, cuenta el embajador. “Creo que más allá de la fascinación que despertaba, hay una parte muy importante que tiene que ver con cómo su trabajo tocó la vida de tanta gente, e hizo una diferencia para muchos. Recaudó dos mil millones de dólares para sus obras benéficas. Al mismo tiempo, hubo una apertura a ver las bodas, eventos familiares; era anfitriona de galas, premieres de películas, iba al Fashion Week. Es una figura que estuvo presente desde muy temprano en la vida de todos, pero mantenía un lado privado detrás de las cortinas, una sensación de misterio”, comenta Cook.
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Ninguna dinastía ha sido tan admirada, endiosada y envidiada como lo han sido los Windsor. Parte de ese encantamiento, no obstante, tenía que ver con que eran, precisamente, una familia. Así, la reina no solo fue jefa de Estado, sino también era hija, hermana, esposa, madre, abuela, bisabuela y –quizá el que fuera su rol más temido– suegra. Una mujer que era única en su clase, pero igual que tantas otras en el planeta.
Había una vez
La comunidad británica es relativamente pequeña en el Perú: tan solo unos 1.300 ciudadanos y descendientes están registrados oficialmente en la embajada (sobre la base del número de pasaportes). Hay algunas historias extraordinarias, sin embargo, que enlazan a varios compatriotas no solo con el país anglosajón, sino directamente con la monarquía. Tal es el caso de la peruana Luisa Porras, quien sin habérselo planteado logró propiciar el que fuera el encuentro más cercano entre la tradición peruana y la realeza inglesa que se ha registrado a la fecha: el look que una jovencísima Diana Spencer lució para anunciar su compromiso con el príncipe Carlos, dos meses antes de su fastuoso matrimonio.
Era 1981 y Porras regentaba una tienda que se había hecho bastante famosa en Londres, después de que algunas de sus prendas aparecieran en la revista Vogue. Se trataba de Inca, un local de artesanías peruanas ubicado en el distrito londinense de Belgravia –proyecto impulsado por su madre, Lucha Benavides de Porras–, que se encontraba muy cerca del centro de educación inicial donde trabajaba Diana. La futura princesa de Gales compró una chompa bautizada como Santa Rosa, hecha en Puno, cuyo precio era de 5,75 libras esterlinas de la época (unos 8 dólares) y pagó la prenda con un cheque.
“Fue una locura después de eso. En una semana vendimos unas 400 chompas”, contó Luisa Porras a El Comercio en 2020. La foto de Diana usando aquella pieza dio la vuelta al mundo, y los turistas no se hicieron esperar. “Siempre estábamos muy orgullosos, y la razón número uno fue poder tener un mercado para la artesanía peruana”, finaliza Luisa.
El estilo de la reina Isabel II, aunque menos arriesgado, también marcó una época a su manera. Para la asesora y coach de imagen peruano-británica Natalie Bourchier, la vigencia fue un factor clave. “En un discurso con solo 21 años prometió que dedicaría toda su existencia, fuera larga o corta, al servicio del pueblo. Con siete décadas en el trono, sin duda lo consiguió”, sostiene Bourchier.
Un período tan largo de vida pública requiere, evidentemente, del desarrollo de ciertos recursos, sobre todo cuando se trata de la vestimenta. “La reina era pequeña de estatura y quería resaltar. Por eso procuraba usar colores brillantes cuando estaba entre el público, para ser vista. Un dato curioso es que sus prendas estaban diseñadas al detalle, pensadas para que no sude si tenía calor, para que la falda no se le levantara si había viento o que la tela no se arrugara si estaba sentada por mucho tiempo. Era un personaje que consiguió estar siempre impecable, no solo por cómo actuaba, sino también por cómo se le veía”, explica la experta en moda.
Con su ejemplo, su constancia y su figura –en todo el sentido de la palabra– la reina Isabel II reescribió la historia. Aún es pronto para medir el impacto causado por quien fuera la mujer más poderosa del mundo, cuando esos dos conceptos todavía no iban de la mano.
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Entre los milimétricos y solemnes protocolos con los que se han conducido sus exequias, la muerte de Isabel II ha dejado espacio para muestras de espontaneidad de la población, que ha salido a las calles para despedirla. Una de las más recurrentes ha tenido como protagonista al Oso Paddington, el personaje de origen inmigrante (recordemos que llega desde el “oscuro Perú”) con quien la reina compartió una taza de té en la famosa secuencia televisada durante la celebración de su Jubileo de Platino, en junio pasado. Es tan masiva la presencia del querido personaje, que Royal Parks, la institución que controla los espacios reales en Londres, ha tenido que pedir explícitamente al público que limite sus ofrendas a arreglos florales, prohibiendo los osos de peluche por no ser biodegradables. En nuestro plantígrado compatriota recae, pues, parte de la conexión sentimental entre la reina, y por extensión la monarquía, y las nuevas generaciones, que ahora ponen su atención en el nuevo rey.
Para algunos sectores, Carlos III es la esperanza de una monarquía en sintonía con el siglo XXI, a juzgar por su rol como príncipe de Gales, desde donde dirigió fondos de caridad en favor de minorías, abogó por el arte y la cultura, y fue pionero en alzar la voz sobre la importancia del cultivo orgánico y la amenaza del calentamiento global. Sin embargo, su nuevo papel va a demandar un manejo diplomático que su madre dominaba muy bien, un terreno en el cual Carlos III ha sido interpelado, como cuando salieron a luz pública cartas privadas hacia ministros del Gobierno en 2004. Deberá enfrentar también cuestionamientos sobre la situación tributaria de la monarquía, reciente tema editorial de algunos medios, pertinente además ahora que el país entrará en una temida recesión económica en la segunda mitad del año. Sin embargo, en estos días de duelo y tregua, las calles respiran un aire de mayoritario recogimiento por la partida de la reina, que seguirá siendo despedida por miles de londinenses hasta su sepelio el lunes 19 de setiembre, declarado feriado nacional. Será ese realmente el comienzo de la era de Carlos III de Inglaterra.