Nos pasamos gran parte de la vida revirtiendo todo lo que en el fondo no
queríamos. (Ilustración: Kelly Villarreal)
Nos pasamos gran parte de la vida revirtiendo todo lo que en el fondo no queríamos. (Ilustración: Kelly Villarreal)
Luciana Olivares

¿Qué es lo que quieres para los siguientes años, Luciana?, me preguntaba él desde el más allá, porque, claro, estamos en distanciamiento social. Por un momento me hizo acordar al genio de Aladino recién salido de su lámpara, no en la versión de Will Smith porque este genio digamos que está más entrado en carnes y casi no tiene pelo. Me lo recordaba porque me estaba haciendo esa pregunta, que es tan abierta de responder que todo es posible. La mente vuela a mil por hora pero es tan seductora esa pregunta que a veces no nos tardamos ni un segundo en responder y quizá por ello puede traer tantos problemas. Solo acuérdate de Aladino y cómo las cosas habrían salido mejor si se hubiera demorado un poquito en analizar cómo usar sus tres deseos. O de Mi bella genio, esa serie que muchos veíamos de chicos y donde el 90 por ciento del capítulo Jenny se la pasaba resolviendo los cientos de enredos en los que metía al mayor Nelson, por hacer realidad un deseo que él no necesariamente quería.

Parece que la ficción nos ha acostumbrado a pensar que la responsabilidad de la correcta ejecución de ese deseo es de la pésima capacidad de comprensión o de sordera del mago o del genio de turno. Y que la culpa de todos esos enredos es de esa bendita lámpara que no debimos frotar nunca. Pero la realidad es que el único dueño de ese deseo y el que verdaderamente provocará la posibilidad de hacerlo realidad es el dueño de la lámpara, así que la única razón por la que puede salir mal ese deseo es pedir mal o, pero aún, no saber qué pedir.

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Pero estábamos en mi sesión con el más allá y mi genio, mi psicólogo Igor Alegría, para ser exacta, que es muy inteligente. Ante mi profunda pausa sobre su pregunta acerca de qué es lo que quiero, Igor me contó la historia de aquel que quería ser muy rico y que todo el mundo lo desee y al final su genio lo convirtió en una torta de chocolate. Su ejemplo hizo que mi tiempo de respuesta se prolongara más mientras pensaba en silencio: ¿cuántos de los problemas que enfrentamos en la vida laboral o personal son el resultado de no analizar bien qué es lo que verdaderamente deseamos?

Creo que nunca había sido tan consciente de que por supuesto que tenemos un genio interior y que a veces –por flojera, dejadez, miedo, vergüenza– no verbalizamos de manera precisa lo que realmente deseamos y esperamos que la vida llene los puntos en blanco porque no somos capaces de terminar las oraciones de lo que queremos. Pero también puede pasar que no hemos actualizado el chip. La tenemos clarísima cuando se trata de actualizar todos los apps de nuestro teléfono; sin embargo, nuestros días los vivimos con una versión pasada, trabajando por deseos que quizá teníamos años atrás pero que hoy son obsoletos. O tan válido como eso, que estemos viviendo los deseos que otros tenían o tienen para nosotros, como cumplir las expectativas o los sueños fallidos de nuestros padres con profesiones, trabajos y hasta relaciones que no nos hacen felices. Pero también mimetizando nuestros verdaderos deseos con los de nuestras parejas, asumiendo que tener sueños individuales y buscar la realización personal es egoísta o de poco compromiso. Dejamos nuestros deseos en piloto automático, a merced de la oferta y la demanda y hasta a veces solo compramos deseos cuando están en remate, así vengan con yaya. El resultado es que nos pasamos gran parte de la vida revirtiendo todo lo que en el fondo no queríamos, en vez de gozando el deseo.

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Me quedaban 20 minutos de sesión, según el reloj de mi computadora donde sostenía la videollamada; podía intentar responderle a Igor acerca de mis deseos, pero resolví que era muy poco tiempo para concluir algo tan importante. En estos días me estoy tomando en serio esa tarea de redactar las oraciones de mis deseos a conciencia, escogiendo las palabras y el número correcto de deseos, que como en Aladino serán tres porque quiero ser capaz de recordarlos y meterles foco. Pero, a diferencia de lo que pensaba en el pasado, quiero hacerlo no porque crea que no se van a cumplir, sino que sí sucederán.

Por eso debo tener cuidado con lo que deseo. Aún lo sigo pensando y eso me hace sentir poderosa, equilibrada y amable conmigo misma. En estas fechas donde estamos más reflexivos y es común hacer tus resoluciones de fin de año, te propongo que pienses en tus deseos y para ello escuches y sobre todo encuentres a tu genio interior, que como ya sabes no vive ni en una lámpara ni en una botella. //

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