El falso crimen de ser viejo en tiempos de coronavirus, por Jaime Bedoya.
El falso crimen de ser viejo en tiempos de coronavirus, por Jaime Bedoya.
Jaime Bedoya

La ley considera que hay una edad en la que una persona es lo suficientemente adulta como para librarse de ese castigo bíblico llamado trabajo: 65 años. Esta persona, a quien modosamente se denomina adulto mayor para evitarse la cruel simpleza de llamarla vieja, habrá remontado entonces más de tres cuartos del promedio de vida estadístico. Lo habrá hecho con todas las alegrías y puñaladas a cuestas que el camino recorrido supone. Es un lapso más que suficiente para desarrollar criterio, instinto y maña, cuando no sabiduría. Las canas no llegan solas.

Como efecto colateral de un penoso manejo de la , a estas personas se les quiso tratar como seres disminuidos trasladándoles la responsabilidad de una mala gestión sanitaria: cómo no puedo cuidarte, no salgas. Se acabó tu vida.

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Un Decreto Supremo de triste recordación – que ahora modifica la tirana obligatoriedad por acomodaticia sugerencia- limita a los adultos mayores a que solo realicen caminatas de 60 minutos tres veces por semana; de preferencia por las mañanas. Igualmente les sugiere salir únicamente por razones de urgencia médica. Siempre sin alejarse más de 500 metros de su lugar de residencia y evitando a toda costa el contacto físico. Esto podría leerse al revés.

los adultos mayores están invitados a la inmovilidad cuatro veces por semana. Los que tengan ventana podrán ver a través de ellas cómo la vida los va dejando atrás. Para el resto está la televisión, burdo consuelo eléctrico a la desolación. Cuando salgan a la calle tendrán una hora para ver un árbol o el color del cielo. Esta actividad se hará preferentemente por las mañanas, tal como las mascotas cuando salen a orinar lo contenido durante la noche. Solo podrán violar esta renuncia a vivir cuando finalmente les toque morir. Mientras ese día llega, se recomienda hacer lo posible por vivir sumidos en la soledad más saludable posible.

Una persona vieja, cualidad antes que defecto, no solo merece sino que necesita seguir sintiendo vida en las venas. Especialmente cuando tienen más pasado que futuro, proyección incierta que hoy se encuentra más devaluada que nunca.

Antiguamente los ancianos eran considerados una élite. La de la sabiduría. La hazaña de llegar a una edad madura era señal de perseverancia y mérito vital además de favor de los dioses, estado cronológico que era reconocido por la sociedad. El actual desapego por la vejez es despreciable y tan idiota como escupir al cielo. Con suerte, y con la vacuna que aún no existe, algunos también llegaremos ahí.

Este maltrato hace verosímil la leyenda según la cual en su lecho de muerte corrigiera su célebre frase – los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra- por otra versión. Una más ajustada a la arrogancia pasajera del que se cree lejos de ser tratado como inútil. La enmienda habría sido así: los viejos a la tumba, los jóvenes a la mierda.

Así sea apócrifa, vaya la frase con todo cariño a los autores de ese Decreto Supremo.

En el Perú 74.6 los hombres y 77.3 las mujeres (INEI)

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Coronavirus: adultos mayores podrán realizar caminatas de 60 minutos tres veces por semana


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