Kate Harrisson (45) inició su último día de labores como embajadora del Reino Unido en el Perú a su estilo: con un café negro del Starbucks en la mano y zapatillas urbanas en los pies. Está lejos del molde del diplomático tradicional, no solo por su look relajado o por ser una declarada hincha de la selección peruana de fútbol, o una activa tuitera, o una fanática de Harry Potter y John Lennon, o por haber instalado un biohuerto de productos peruanos en la residencia, de donde se prepara todo lo que allí se consume, o haber viajado obsesivamente por todo el Perú. Harrisson es una funcionaria fuera de serie, sobre todo por haber logrado encaminar proyectos de infraestructura, medio ambiente y en favor de poblaciones vulnerables a lo largo (o a pesar de) cinco gobiernos peruanos y decenas de ministros.
Este país fue el ‘bautizo’ de Harrisson como embajadora, no solo por primera vez en ese cargo, sino por primera vez trabajando en Latinoamérica. Pero cuatro años se pasan volando, y en la última semana se ha tenido que despedir varias veces del Perú. Primero, con una visita al premier Aníbal Torres, buscando asegurar que se continúen proyectos ya en marcha. En segundo lugar, eligió como ceremonia de cierre caminar cinco días por la ruta Salcantay, hasta Machu Picchu, y conservar la fascinación en la retina. Finalmente, tuvo que cumplir un encargo importante: dejar el hámster de su hija Molly, de 12 años, en casa de su amiguita, como una forma de mantener la amistad, antes de volver a su país. “La pandemia nos afectó a todos. Esta transición es importante”.
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—¿Una diplomática se llega a acostumbrar a las despedidas?
La pandemia ha sido una oportunidad para conocer a un nivel mucho más profundo a personas que se han convertido en amigas y amigos. Las despedidas pueden ser difíciles, pero estoy segura de que voy a mantenerme en contacto con mucha gente del Perú.
—Los periodistas siempre decimos que en Perú es difícil aburrirse. Un presidente se salva de la vacancia, excarcelan a otro y nos jugamos Qatar, todo en 48 horas.
(¡Espero que vayan al Mundial!) La situación política ha sido muy turbulenta a lo largo de los cuatro años aquí. No obstante esos retos, he tenido la suerte de trabajar con personas maravillosas.
—¿Cómo era el Perú cuando llegó y cómo siente que lo está dejando?
Llegué a fines de febrero del 2018, pero empecé en abril. Viví un mes en Arequipa con una familia, para aprender mejor el español. Iba cuatro horas diarias a clases en un pequeño colegio.
—¿Por qué Arequipa?
Quería tener una mirada más de afuera de la capital. En ese momento justamente era la transición de Kuczynski, el intento de vacancia, finalmente su renuncia. Y cuando presenté mis credenciales ya estaba Vizcarra en la presidencia. Desde ese momento, la situación ha seguido siendo bastante compleja, inestable. Pese a esas dificultades, hemos hecho algunos proyectos de apoyo en infraestructura, trabajando con conjunto con el Ministerio de Economía (MEF) para ver temas de gestión y entrega de obras de una manera más eficiente, transparente.
—Ha tenido una visión de cerca y al mismo tiempo de lejos. ¿Cómo salimos de esta ingobernabilidad?
Una parte del problema es que no hay espacio para pensar en el largo plazo. Recuerdo que algunas veces iba al Ministerio de Cultura y había un ministro, y al mes siguiente volvía y había otro. Decidimos enfocarnos en tres temas centrales: infraestructura, especialmente social, que provee servicios a las personas. También el tema de cambio climático. Por ejemplo, el proyecto de Reconstrucción con Cambios fue para mí interesante. Y finalmente el otro tema clave fue el empoderamiento y la creación de oportunidades para las mujeres, no solo en términos de derechos humanos, sino como motor para el crecimiento de la economía. Hay mucha desigualdad, no únicamente sobre las mujeres, sino en general.
—¿Algo vio especialmente que le chocó?
Por ejemplo, cuando estuve en Amazonas, el año pasado, con PNUD. Era una comunidad indígena bien lejana, a cuatro horas desde Jaén en auto y luego tres horas en lancha. El problema principal era la falta de agua potable, pero en cambio había un plan para invertir en una cancha de fútbol. ¿Por qué no se pueden aterrizar proyectos elementales de desarrollo? El Perú no es un país pobre, tiene posibilidades para invertir.
—¿Se lleva alguna preocupación del Perú?
Lo que sería clave es que haya un compromiso y responsabilidad por buscar intereses compartidos. Si es necesario, ceder para lograr un camino en común. Se debe establecer una visión, un camino para el país. Solo se puede alcanzar un consenso con más tolerancia, y paciencia para lograr los cambios. Va a tomar tiempo.
—No pasa lo mismo con el fútbol, es una de las poquitas cosas que nos vuelven a unir.
Fue así también con los Juegos Panamericanos. Había orgullo nacional, era algo del país entero. Es lo mismo con el fútbol. Qué pena que fue muy controversial el tema de ese gol o no gol [ante Uruguay]. Se debe construir una narrativa del país, crear una idea de Perú. Aquí me cuesta entender cuál es realmente la ideología o las ideas principales de diferentes partidos. APRA, AP, ¿qué tipo de partidos son? El peruano vota pero no sabe por qué. Es parte de la responsabilidad de los políticos formar tendencias para que la gente pueda entender cuál es la intención.
—¿Cómo hacer para elegir mejor a nuestros líderes? ¿Cómo evitar que tiranos –Putin– lleguen al poder, en países del primer mundo y en los nuestros?
Es importante que el pueblo reconozca que la guerra va a tener un impacto en sus vidas. Perú también debe tener una responsabilidad, como parte de la comunidad internacional, de levantar su voz. Hasta la fecha no he escuchado al presidente Castillo usar el verbo ‘condenar’, tampoco ha habido mucho debate dentro del Congreso.
—¿Ve cercana la posibilidad de detener esta locura?
Esto es una amenaza de que va a continuar, hay un quiebre en el balance de poder. Seguramente Putin no ha logrado lo que se propuso. China también debe ser parte de la solución.
—¿El Perú le cambió la vida?
¡Estoy más viejita! Sí, me ha cambiado la vida, tengo mucha más experiencia. He tenido bastantes retos personales también. Con la pandemia, mi esposo e hijos se regresaron. Yo tomé dos meses para establecer la vida de la familia en el Reino Unido y después volví. Luego mi hija menor vino y estuvo aquí, estudiando virtualmente, como todos. Ha sido un tiempo bastante duro para ella, por eso hemos tenido ese hámster como un animal de apoyo. La pandemia cambió las vidas de todos, y creo quen este momento se debe tener muy claro cuáles son las cosas más importantes.
—¿Cómo fueron esos días estando sola en la residencia?
Estuve con los perros y tratando de cuidar las plantas yo misma. Fue vergonzoso porque no podía hacerlo tan bien como los encargados, ni la limpieza; todos estaban en sus propias casas. Después, tomamos la decisión de mejorar la residencia, no solo adentro sino afuera. Todos los platos que se comen se preparan con insumos peruanos del huerto que hicimos. Hay uvas, ají, hierbas, aguaymanto, aceitunas, es increíble. Una vez salió un zapallo gigante… Yo [pensé:] “¡Cómo hemos hecho crecer esta planta!”. Fue como un milagro.
—No es tan común ver a una diplomática en zapatillas o que se despida de un país con un emotivo playlist. ¿Cómo se lleva con el poder?
Para mí es importante usar el poder para tratar de mejorar la situación del mundo, del país. Y para eso hay que ser una misma, ser auténticos. Si uno realmente cree en lo que hace, no tienes que convencer a la gente. Se debe estar cómoda en tu propia piel.
—¿Por qué escogió Cusco para despedirse?
Uno no puede dejar el Perú sin haber hecho el treck a Machu Picchu por la ruta Salcantay, es emblemático. Es más difícil que el camino inca convencional, se va más alto, hay más naturaleza que sitios arqueológicos. Fue algo mágico, impresionante. //