La Pampa de Ayacucho es un santuario patriótico no solo del Perú sino de América, pues en esa llanura, a la vera del cerro Condorcunca y vecina al pueblo de Quinua, a más de 3.200 metros sobre el nivel del mar, fue sellada, con el triunfo del ejército patriota sobre el realista, la independencia de la porción meridional de nuestro continente. Hasta allí llegaron las fuerzas emancipadoras luego del triunfo de Junín el 6 de agosto de 1824.
Como se recordará, después de poner orden al caos de 1823, Simón Bolívar, entre enero y junio, se abocó con singular decisión y energía a preparar la compleja logística que permitiría a miles de hombres de las tres armas ascender a la sierra en busca de la hueste del virrey La Serna, acantonada entre Cusco, Abancay y Ayacucho. Pampa de Ayacucho. El diario que escribió el mariscal Guillermo Miller es la mejor fuente para conocer la difícil y penosa marcha del ejército a veces por desfiladeros en que un hombre debía marchar en fila en pos del otro y donde además se llevaba gran cantidad de ganado para alimentar a los combatientes.
Mención especial merecen los montoneros o guerrilleros, que por ambos nombres se les conocía, a los cuales Miller les pasó revista en el pueblo de Reyes, cerca del lago de Junín. Luego de describir su variada vestimenta, añade: “Sus armas tenían la misma diversidad; fusiles, carabinas, pistolas, espadas, bayonetas, sables, grandes cuchillos y lanzas o picas eran las armas con que el azar había armado ya a uno, ya a otro de ellos, pero los cuales manejaban en el combate con terrible efecto”.
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Esos hombres eran el símbolo palpitante de la presencia anónima y espontánea de los peruanos en la guerra por la libertad. Fray Bruno Terreros y el coronel Marcelino Carreño iban al frente de ellos en la avanzada hostigando a las patrullas realistas, por orden expresa de Bolívar. Como escribió Jorge Basadre, en dinero, en equipo, en material de guerra y también en hombres, la contribución peruana a la campaña de Ayacucho fue enorme. Relata Mariano Felipe Paz Soldán que tanto realistas como patriotas estaban convencidos de que la retirada era sinónimo de derrota y por eso marcharon en pos de Ayacucho. El 3 de diciembre, en el desfiladero de Corpahuayco, cerca del pueblo de Matará, una avanzada de caballería patriota es sorprendida por hombres del general Jerónimo Valdez. La serenidad del general Trinidad Morán salva la situación.
El 9 de diciembre ambos ejércitos están frente a frente dispuestos a la lucha. No es preciso relatar la batalla, pues es largamente conocida. Aurelio Miró Quesada Sosa la resume en pocas palabras: “Avance de Valdez; esfuerzo de La Mar y de Miller; impulso constante y arrogante de Sucre; gallardía de Córdova que, desmontado del caballo y con su sombrero de jipijapa en la mano, manda a su división con palabras briosas: ‘¡Adelante! ¡Armas a discreción! ¡Paso de vencedores!’; prisión del virrey La Serna, resistencia de Valdez; triunfo patriota. Ha terminado la batalla”. La de Ayacucho fue una batalla reñida y sangrienta, pero en ella también hubo numerosos rasgos de nobleza y cortesía. Lo mismo puede decirse de la capitulación que suscriben los generales José Canterac y Antonio José de Sucre. Consta de 18 puntos y como bien señaló Daniel Florencio O’Leary, es un monumento eterno a la generosidad de los vencedores. Bolívar, quien se encontraba en Lima, recibe exultante la noticia de la victoria y en un acápite de su proclama en honor de los triunfadores, dice: “¡Soldados peruanos! Vuestra patria os contará siempre entre los primeros salvadores del Perú”.
José de la Riva Agüero y Osma, contemplando la Pampa de Ayacucho y reflexionando sobre lo allí ocurrido, escribió: “En este rincón famoso, un ejército realista, compuesto en su totalidad de soldados naturales del Alto y Bajo Perú, indios, mestizos y criollos blancos, y cuyos jefes y oficiales peninsulares no llegaban a la decimoctava parte del efectivo, luchó con un ejército independiente, del que los colombianos constituían las tres cuartas partes, los peruanos menos de una cuarta, y los chilenos y porteños una escasa fracción. De ambos lados corrió sangre peruana. No hay por qué desfigurar la historia: Ayacucho, en nuestra conciencia nacional, es un combate civil entre dos bandos, asistidos cada uno por auxiliares forasteros”. Así pues, en Ayacucho no lucharon dos pueblos sino dos ideologías, los que querían ser libres y los que deseaban seguir formando parte de la corona española. Finalmente, lo ha recordado José Agustín de la Puente Candamo, el triunfo de Ayacucho fue obra de la férrea, implacable, disciplina que impuso Bolívar.
Fue una epopeya en la cual actuaron de consuno la inteligencia, el sacrificio, la generosidad, el coraje, la preparación profesional. Nada se omite. Todo se conjuga y se obtiene, finalmente, la deslumbrante y decisiva victoria.
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