Oscar García

En los pasillos de lo que alguna vez fue el moderno centro comercial Camino Real, hay un clima raro que sofoca los recuerdos y amplifica los pasos, como si se estuviese caminando sobre un templo. En el primer piso de esta construcción, subsisten todavía poquísimos negocios (una joyería, una agencia de viajes) que no alcanzan para generar el enorme tránsito humano que concitaba este emporio ubicado en el corazón de San Isidro. Donde antes había familias, adolescentes en patines o con helados ahora hay paisajes vacíos. Donde había risas de niños que esperaban su turno para subirse al carrusel de la planta baja, hoy solo queda un espacio circular, amputado, como un muñón. La sensación en su segundo piso es más extraña todavía: aunque es de día, todo está en un manto de penumbra, desde los cines al recordado mural de aves, al que el tiempo le ha arrebatado el color.

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