Una vez nos infectamos de ciertas enfermedades, como el sarampión, o nos vacunamos una vez contra ellas, desarrollamos inmunidad de por vida. En cambio, hay otras, como la gripe, que requieren de una nueva versión de la vacuna cada año.
La pregunta ahora es qué pasará con el SARS-CoV-2: ¿será posible una inmunidad permanente ante la COVID-19, la enfermedad que causa el nuevo coronavirus?
Para encontrar la respuesta, hay que observar lo que ocurre dentro de nuestro cuerpo.
Esto es lo que dicen dos inmunólogos —uno en Estados Unidos, otra en Europa— sobre el tema y sobre por qué la vacuna es clave para lograr la inmunidad.
Tus células tienen memoria
“Cuando hablamos de inmunidad, nos referimos a ser capaces de generar una respuesta inmune que nos proteja. Y esa respuesta puede ser duradera o no”, le dice a BBC Mundo Sheena Cruickshank, inmunóloga y profesora de ciencias biomédicas de la Universidad de Manchester, Inglaterra.
“El tipo de glóbulos blancos [las células que defienden nuestro organismo] que se encargan de eso son los linfocitos. Tienen la capacidad de reconocer un germen de manera muy específica y, potencialmente, recordarlo”.
Los linfocitos pueden reconocer una infección en particular antes de que la desarrollemos en nuestro cuerpo.
“Algunos de ellos fabrican anticuerpos que pueden permanecer en nuestro organismo durante un largo periodo de tiempo”, apunta Marc Jenkins, director del Centro para la Inmunología (CBI, por sus siglas en inglés), de la Facultad de Medicina de la Universidad de Minnesota, Estados Unidos.
“Así, si volvemos a infectarnos o nos ponemos una vacuna, esos anticuerpos pueden eliminar la infección inmediatamente, antes de que desarrollemos síntomas, de manera que tenemos inmunidad”, añade el académico.
“Eso es muy, muy importante, porque hay una fase en la que tienes lo que se llama”inmunidad protectora” —esta parte de la respuesta inmune puede ayudar a matar el germen— y luego las células de memoria [o células T] recuerdan lo que ha pasado y saben cómo luchar contra a él en el futuro”, dice Cruickshank.
¿Pero cuánto tiempo permanecen en nuestro cuerpo?
La respuesta varía según la enfermedad.
“Hay evidencia de que, durante la epidemia de la gripe española (1918 -1920), las células de memoria de algunas personas pudieron producir anticuerpos hasta 50 o 60 años después”, dice la inmunóloga.
“Sin embargo, a medida que nos hacemos mayores también puede desvanecerse la capacidad de esas células de recordar aquellos gérmenes porque nuestros sistema inmunológico se vuelve menos efectivo”.
Cuando eso ocurre, nuestro cuerpo ya no reconoce el patógeno y, por lo tanto, no sabe cómo luchar contra él.
Como una carrera armamentista
Pero no todo tiene que ver con cómo evoluciona tu sistema inmunológico: "Las infecciones también evolucionan", dice Cruickshank.
“Muchas de ellas han desarrollado estrategias para esconderse de nuestro sistema inmunológico, y pueden hacerlo de muchas formas: ocultándose dentro de nuestras células; ‘robando’ proteínas humanas para asemejarse a ellas; transformándose con fragmentos de nuestra información... Tienen muchas estrategias”.
Y cuando las usan, a nuestro sistema inmunológico le cuesta más combatir la infección.
“Es muy complejo, es como si fuera una constante carrera armamentista entre nuestro sistema inmunológico y esos gérmenes”, ilustra Cruickshank.
Según la experta, hay ciertos gérmenes que, o bien no hemos descubierto cuál es la mejor forma de desarrollar inmunidad protectora frente a ellos, o bien no podemos hacerlo.
Y pone como ejemplo la malaria, una enfermedad para la que no desarrollamos inmunidad permanente.
“Es habitual que una persona esté bien protegida frente a ella, pero se vaya a otro lugar, vuelva años más tarde y pierda esa inmunidad, siendo tan vulnerable a ella como si nunca hubiera estado expuesta”.
Cruickshank dice que eso ocurre porque el parásito ha mutado, pero también por el hecho de que esa enfermedad en concreto requiere una respuesta inmune muy compleja, con muchas fases en nuestro cuerpo para que la lucha sea efectiva.
Los virus cometen “errores”
“Los virus tienen material genético (ARN o ADN) que replican en nuestro organismo para causar la infección. Al hacerlo, cometen errores, en mayor o menor medida. Y esos errores pueden cambiar la estructura del virus”, explica el profesor Jenkins.
Es lo que también conocemos como mutaciones.
“Algunos virus, como los de la influeza (gripe), tienen un mecanismo muy sofisticado para mutar. Cometen muchísimos errores y pueden cambiar aleatoriamente su información genética”, añade el inmunólogo.
“Eso es un problema para nuestro sistema inmunológico porque si, por ejemplo, el año pasado desarrollaste una respuesta inmune a cierta forma del virus, y éste muta y cambia, esa respuesta ya no es buena para ese tipo de virus. Por eso hace falta una nueva vacuna cada año”.
Los virus que pueden cambiar su material genético fácilmente —como el de la influenza o el VIH— han sido problemáticos para desarrollar vacunas en el pasado, apunta Jenkins.
¿Qué ocurre con la COVID-19?
“Lo que sabemos hasta ahora sobre el nuevo coronavirus es que no comete muchos errores al replicarse. Eso es algo sin duda positivo para nosotros porque, históricamente, en ese escenario sí hemos podido desarrollar buenas vacunas”, le cuenta Jenkins a BBC Mundo.
“Pero todavía no podemos afirmarlo”, añade el inmunólogo. “¿Cuán mutable es el coronavirus?¿Cuán fácilmente puede cambiar su material genético? Eso va a ser clave”.
Ese es también para Cruickshank la gran interrogante sobre la COVID-19, que nos permitirá averiguar si somos o no capaces de desarrollar una respuesta inmune a largo plazo.
“El SARS-CoV-2 parece comportarse de manera similar al SARS, lo cual es bueno porque hay evidencias que demuestran que tenemos inmunidad si nos exponemos a él, pero todavía no lo sabemos con certeza”.
“Eso no quiere decir que tengamos inmunidad a largo plazo frente a la COVID-19”, dice la inmunóloga.
“Ojalá que sí, pero todavía no lo sabemos. Solo con más tiempo podremos saber si seguimos estando protegidos varios meses después”.
Lo que sí sabemos, dice Cruickshank, es que nuestro cuerpo responde al nuevo coronavirus fabricando tres tipos de anticuerpos —AGM (el más genérico); AGG (mejor y más potente); y AGA (el más importante)— cuyos niveles van descendiendo de forma gradual.
Y no debería sorprendernos que los niveles de anticuerpos bajen. De hecho, si no lo hicieran sería peligroso.
“Todas las respuestas inmunes ‘normales’ tienen esa curva de tendencia: fabricamos muchos anticuerpos entre las semanas y el mes después de la infección, y luego esos niveles caen a los dos o tres meses”, explica.
“Pero ese descenso no quiere decir que nos quedemos a cero, sino a un nivel estable que incluso podría darnos inmunidad permanente”, aclara.
“Llevo muchos años estudiando respuestas inmunes y ese descenso es totalmente previsible”.
"Esa es la parte crítica de nuestra respuesta inmune: está diseñada para reaccionar cuando lo necesita, y desactivarse cuando debe hacerlo" explica Cruickshank.
“No nos interesa (ni necesitamos) que el cuerpo siga generando anticuerpos porque eso podría tener un efecto inflamatorio, muy dañino para nuestro organismo. De hecho, en algunos pacientes con COVID-19 la reacción inmune es exagerada, y por eso se ponen muy enfermos”.
La importancia de la vacuna
“Las vacunas replican una infección para darle al sistema inmunitario la información que necesita para poder generar inmunidad protectora a largo plazo”, explica Cruickshank.
“Científicos de todo el mundo trabajan muy duro para averiguar las estrategias del nuevo coronavirus en nuestro cuerpo y saber si podemos tener inmunidad permanente frente a él. Estamos aprendiendo cada vez más sobre él a un ritmo espectacular. Eso me da la esperanza de que, al final, le ganaremos la batalla”, dice la inmunóloga.
Ambos científicos alertan sobre la desinformación y del riesgo que implicaría que, una vez hallada una vacuna efectiva, parte de la población no quisiera aplicársela.
“Eso significaría que nuestra lucha contra el coronavirus no sería tan efectiva, porque necesitaremos que muchos se vacunen para proteger a aquellos que no pueden hacerlo, o a personas mayores, para quienes su efecto podría ser menor”, señala Cruickshank.
“Las vacunas son uno de los medicamentos más seguros que existen. Gracias a ellas hemos erradicado globalmente infecciones como la viruela, y prácticamente también la polio (poliomelitis)”, añade Jenkins.
“Cuando tengamos una vacuna efectiva contra el coronavirus, incluso aunque su efecto sea temporal, como el de la gripe estacional, será necesario que se vacunen cuantas más personas mejor para poder combatir la infección y evitar más muertes y enfermos graves”.