Si recibiste un microscopio de juguete cuando niño, quizás también te maravillaste al saber que podías acercarte a un mundo en miniatura, que escapa a nuestro día a día. Sin embargo, este tipo de microscopía tiene un límite.
Cosas tan pequeñas como los virus, que tienen la millonésima parte del volumen de una célula, ya no podían ser observadas. Esto se debe a que a la naturaleza de la luz. Si hacemos un poco de memoria, la luz es una onda cuya distancia entre cresta y cresta (longitud de onda) está comprendida entre los 400 y 700 nanómetros (nm). Entonces, si queremos ver cosas que miden menos de 400 nm —como los virus que miden unos 50 nm— la luz no podrá distinguirlas. Se requiere de una luz con longitudes de onda más pequeñas.
En la década de 1920 se supera este inconveniente utilizando rayos de electrones —con longitudes de onda muy chiquitas— en vez de luz. Así nace la microscopía electrónica y con ella hemos podido revelar la forma de los virus, los detalles de la superficie de las células, la estructura de las mitocondrias y cloroplastos, etc.
Si quieres saber más sobre cómo luce una proteína gracias a la microscopía, lee el más reciente post del blog Expresión Genética del biólogo David Castro.