
Escucha la noticia
“La gente me agarraba de meme... Fui al psicólogo”: Mateo Garrido Lecca, entre la risa, la presión y una nueva etapa como conductor de “La subasta”
Resumen generado por Inteligencia Artificial
Accede a esta función exclusiva
Resume las noticias y mantente informado sin interrupciones.
Era una noche cualquiera en el Satchmo de Miraflores, pero para Mateo Garrido Lecca (Lima, 1992), fue el inicio de todo. Estaba entre el público, como tantas veces antes, viendo uno de los shows de stand-up que le fascinaban. De pronto, Carlos Palma —comediante, maestro, y quien más tarde se convertiría en su mentor y amigo— preguntó quién se atrevía a subir al escenario. Mateo dudó. No quería. El miedo al ridículo lo paralizaba: “Me van a hacer leña por mi cara, mis orejas, mis muelas”, pensó.
Pero su amigo, sin avisar, le levantó el brazo. Y entonces, como en las películas, una luz potente lo iluminó. “¡Tú, muelón, sube!”, le gritó Palma. Mateo subió, con las piernas temblando, pero con algo a su favor: había ido tantas veces a ver ese show, que ya se sabía los remates, los ritmos, las pausas. Repitió lo que había aprendido observando desde abajo… y la gente se rio. No de él, sino con él.
Casi dos décadas después de haber descubierto que su verdadera vocación no estaba en las fórmulas como ingeniero industrial, sino en la comedia, Mateo debuta como conductor de “La subasta”, el nuevo programa familiar de América TV donde dos familias compiten buscando a ciegas en cajas misteriosas. Adentro puede haber desde una moto hasta un rollo de papel higiénico. Nadie sabe. Ni ellos, ni Mateo. Su rol es el de guiar, reírse con (y a veces de) los participantes, improvisar, consolar, celebrar.
“Me llamó Choca Mandros (conductor de TV y Jefe de promociones de América TV). Me propuso otro proyecto antes, pero lo rechacé por falta de tiempo. Tenía miedo de estar dejando pasar un tren. Luego, cuando llegó ‘La subasta’, un programa grabado, de emisión semanal, entendí que sí se podía, que podía cuidar mi agenda, mi salud y mi familia, y a la vez asumir este reto”, cuenta.

La fama no era el plan
Mateo no buscaba cámaras ni reflectores. Su sueño era vivir de la comedia, montar sus shows, hacer reír y tener tiempo para su familia. Y aunque hoy está en la cúspide de la exposición pública, no ha dejado de cuestionarse el precio de esa visibilidad.
“Trabajo muchas horas, duermo poco, me alimento mal. A veces me detengo y me pregunto si vale la pena. Mi esposa me dijo un día: ‘Quiero tiempo contigo, no todo puede ser trabajo’. Y tenía razón”, cuenta.
En algún momento incluso pensó en dejarlo todo. Las redes, las críticas, la presión. “Hubo una época muy dura, antes de la pandemia, en la que sentía que ya no podía más. La gente me agarraba de meme. Fui al psicólogo. Necesitaba entender por qué me afectaban los comentarios”, confiesa. Lo entendió: no todo lo que se dice es real, no todo lo que se piensa merece atención. Aprendió a escuchar primero a sí mismo, luego a su círculo más cercano, y después —solo si valía la pena— al resto.
El episodio con Cassandra
En medio de ese crecimiento, también tropezó. Una vez, un comentario sobre Cassandra Sánchez de Lamadrid se malinterpretó en redes y generó incomodidad. Él lo admite: “No partió desde la mala onda, pero entiendo que pudo sonar desafortunado. Le pedí disculpas y pedí que bajaran el video. No hablé mal, pero si generó incomodidad, lo mínimo era reconocerlo”.
Mateo ha aprendido que el humor no es enemigo del respeto. Cree que no hay límites en el escenario, pero sí contextos. “En el teatro puedes decir cosas que no dirías en la vida real, porque el público sabe que está viendo una ficción. En televisión abierta, con familias mirando, es distinto. Ahí hay que medir cada palabra. Y está bien. Es parte de crecer como comunicador y persona”.
De la burbuja al Perú profundo
Consciente de su origen privilegiado, Mateo supo desde temprano que podía arriesgarse a dejar su carrera como ingeniero y dedicarse al arte sin poner en juego su supervivencia. “Ese fue mi mayor ventaja. Yo podía fallar sin que nadie dependa de mí, nunca me iba a faltar comida, ni luz, ni agua”, dice.
Ese mismo privilegio, sin embargo, le colgó pronto el rótulo de ‘pituco’, un estigma que al principio le molestaba. “En el Perú, ser ‘pituco’ no siempre significa tener plata; muchos lo asocian a prepotencia, racismo o clasismo”, explica. Por su color de piel y su apellido, asumió que el prejuicio llegaría antes que la risa. Le dolía, pero aprendió a darle la vuelta: creó el personaje del pituco buena gente, “el blanco sonso sin calle”, inofensivo, con cero barrio pero capaz de reírse primero de sí mismo. Con esa máscara desarmó recelos y convirtió la distancia social en puente de humor.
Ha actuado en conos de la capital, en bares pequeños y plazas abarrotadas. El próximo sábado, 2 de agosto se presentará en el Teatro Plaza Norte. Pasó de ser visto como alguien lejano a convertirse en un comediante que provoca complicidad sin importar la geografía. “Aprendí reírme de mí mismo y, con eso, a reírme con todos”, señala.
Una carrera construida con humor y gratitud
El stand-up, la improvisación, la radio, el teatro, la tele, la ficción. Todo ha sido parte de un camino que Mateo ha recorrido con intuición. “Yo no sabía a dónde quería llegar. Solo sabía que quería hacer reír. Y en ese camino, han ido apareciendo oportunidades que ni siquiera soñé”.
La última, “La subasta”, lo encuentra en un momento de madurez. “Siento calma. He sembrado muchos años, ahora estoy cosechando. No sé qué vendrá después, pero estoy agradecido con quienes confiaron en mí y me dieron la mano, y con quienes me dijeron ‘sigue’ cuando quise parar”.
Quizá por eso, su deseo final no es la fama ni el estrellato. Es más simple, más profundo: “Quiero que la gente vaya al teatro a ver comedia. Que se ría. Que pague una entrada y se vaya feliz. Si logro eso, ya gané”.
“La subasta” se estrena este domingo 20 de julio a las 7: 00 p.m. vía América TV.













