La Misión Lavalle a Chile, que encabezó el diplomático José Antonio de Lavalle (der.). Buscaba evitar que la guerra con Bolivia alcanzara al Perú.
La Misión Lavalle a Chile, que encabezó el diplomático José Antonio de Lavalle (der.). Buscaba evitar que la guerra con Bolivia alcanzara al Perú.
Redacción EC

Lima ha respondido hoy al llamamiento de sus concejos municipales con todo el entusiasmo que inspira el patriotismo.

En la plaza de armas y en las calles adyacentes hemos visto congregadas todas nuestras clases sociales, bajo el calor de una idea – la Patria y bajo la santa influencia de un mismo sentimiento – el honor de la República.

Determinar el número de las personas que asistieron a la gran demostración de hoy, es aventurado.

Lima entero ha querido ponerse de pie y su enérgica actitud nos prueba que ninguna contrariedad pueden temer los pueblos que comprenden sus derechos y que conocen sus deberes para con la Patria.

La reunión popular de hoy será siempre notable por el ardiente entusiasmo que en ella ha reinado y por la moderación y cultura que la han presidido.

De ningún labio se escapó un ¡muera!

Menos hubo, por supuesto, la idea de ejercer brutales hostilidades.

¡Bien por el pueblo de Lima!

¡Bien, igualmente, por el heroico Callao y cuyas manifestaciones patrióticas están a la altura de los antecedentes de esos pueblos valerosos! Pronto sabremos que el resto de la república se ha puesto a la altura de Lima y el Callao; pronto sabremos que el país entero tiene la inquebrantable voluntad de sacar airoso el nombre del Perú.

Prescindiendo de que estamos preparados para todo, no olvidemos que el patriotismo obra verdaderos prodigios y que “querer es poder”.

Pero, la época de demostraciones ha pasado ya: hechos, hechos y más hechos es lo que se necesita. Continúen las grandes acciones; revistan carácter práctico las expansiones del espíritu patriótico; pongamos todos, sin reserva, el contingente de nuestros bienes y personas y confiamos una vez más en que el gobierno responde hoy a las aspiraciones nacionales.

Meeting en Lima

Desde las doce del día la plaza principal estuvo hoy invadida por una inmensa muchedumbre.

El pueblo de Lima acudía solícito al patriótico llamamiento del Concejo Provincial.

A las dos de la tarde era casi en lo absoluto imposible atravesar el portal de Escribanos y el lado izquierdo de la plaza.

A esa hora aproximadamente, después de reunidos en el local de la municipalidad los miembros de los concejos municipales, de las sociedades de beneficencia, de fundadores de la Independencia, de artesanos y las compañías de bomberos, así como los alumnos de las diversas facultades universitarias, los miembros de las compañías de bomberos, del “Club Literario” de los tribunales y, en suma, de todas las corporaciones de Lima, se dio principio a la manifestación leyendo el alcalde de provincial el siguiente discurso:

Conciudadanos

El Concejo Provincial que tengo la honra de presidir, os aguardaba y os contempla orgulloso de vuestro patriotismo. Este meeting asegura los triunfos de mañana: no es la reunión tumultuaria de muchedumbres insensatas a quienes devora la sed de sangre, es la grandiosa y solemne asamblea de los hijos de esta Patria, que supo siempre hermanar el indomable valor y la santidad de la justicia.

Conciudadanos: como Alcalde Provincial de Lima, os doy la bienvenida a esta reunión; como soldado de nuestra santa y libre tierra os pido este mismo ardimiento, esta misma decisión, para exclamar ahora y siempre:

¡Viva el Perú!

¡A las armas y el combate!

¡Hasta el día de la victoria!

Hablaron en seguida los señores Seoane, Lorenzo García, Chacaltana, Alejandro Arenas, Espiell y Fernando Casós.

He aquí los discursos de los cinco primeros señores:

El síndico Dr. D. Guillermo A. Seoane.

Compatriotas:

El Perú culto y noble no podía permanecer indiferente ante el ultraje de la fuerza contra una de nuestras repúblicas hermanas. Ofreció sus buenos oficios para impedir una guerra brutal que los progresos de la civilización condenan y Chile ha correspondido a ese ofrecimiento generoso ordenando el bombardeo de Iquique que, no tardará en ser víctima indefensa del vandalismo chileno.

Al aceptar la lucha, el general Prado ha interpretado fielmente la indignación de todos los ciudadanos que en unánime grito lanzan por todos los ámbitos de la República la voz de guerra, guerra a Chile.

Sí señores; ya que la razón no ha podido vencer el mercantilismo egoísta de ese país antiamericano, venga la guerra, pero una guerra implacable con todos los horrores de la fuerza bruta que enluta las familias y arruina las naciones.

En tanto lo permiten sus recursos, el Concejo Provincial ha querido elevarse a la altura de nuestros sentimientos, ofreciendo al Supremo Gobierno el sostenimiento de un cuerpo del ejército que lleva el nombre de Lima, la formación de la guardia urbana, el concurso de las leyes de la capital y citando a todos en esta plaza en que muchos padres juraron alcanzar la independencia peruana para jurar hoy nosotros la defensa de la independencia –de la integridad territorial americana con el auxilio de nuestros bienes y el sacrificio de nuestra vida.

Dichosos los pueblos que, como el nuestro, se unen entusiastas cuando la dignidad de la patria reclama el valor y la abnegación de sus ciudadanos. Apenas se han manifestado las hostilidades que los Municipios ofrecen sus arcas al Gobierno, los empleados ofrecen sus sueldos, los particulares ofrecen sus bienes; las madres ofrecen más, ofrecen a sus hijos que pueden cargar un arma; y concejales, empleados, militares, abogados, médicos, estudiantes, artesanos, cuantos formamos el pueblo de Lima, pediremos a porfía un puesto en el combate mientras nuestras mujeres y nuestras hijas preparan ya las hilas en su abandonado hogar doméstico.

A la sombra de nuestro estandarte se congregan hoy en estrecha unión cuantos llevan orgullosos el nombre de peruanos. Olvidadas quedan nuestras disensiones; el problema de la fusión está resuelto por el patriotismo; al frente del peligro, nuestra República se alza majestuosa y altiva y agrupa a los discípulos del glorioso Pardo con los partidarios de los caudillos, para cosechar los laureles que siempre alcanza el campeón del derecho y de la libertad de América.

Las leyes eternas de deber y justicia están inscritas en nuestro pabellón nacional por el dedo de la historia, viven en el corazón peruano y dan a nuestros cañones el poder invencible que derrocó el yugo europeo ha más de medio siglo y puso en fuga sus naves en mayo del 66. Chile ha roto nuestro escudo, las naves de Chile, acaso en este momento vomitan metralla sobre Iquique; el valor peruano que protegió a Chile en Abtao y vengó a Chile en el Callao, empleará esos mismos cañones para destrozar hoy a aquel pueblo tan ingrato como cobarde.

Seamos dignos de nuestros padres y dignos de la situación. Ante el ultraje a la patria, concrétese nuestro espíritu a un solo pensamiento, nuestros esfuerzos a un solo objeto: Viva el Perú, guerra a Chile. Y ojalá que ese grito atraviese los mares y retumbe en las playas de Iquique contestando al estrépito de artillería enemiga.

El señor Dr. D. Lorenzo García.

Compatriotas:

Ha llegado la hora de las virtudes y los sacrificios, y vuestra actitud, que revela la virilidad del sentimiento nacional, herido con alevosía, y vuestras obras de estos días, que anuncian cuanto vale para vosotros el nombre de la patria, son prendas seguras de que ese nombre será ilustrado con grandes virtudes y con heroicos sacrificios.

Cuando descansábamos en la tranquilidad de la paz y en la confianza de que nuestra buena fe internacional hallaría reciprocidad, hemos sido sorprendidos con la inicua apostasía de un pueblo y de un gobierno, que formaban parte de la familia americana, y que, en un momento de ambiciosa locura, atentan contra ella, clavan su simbólico puñal, en el corazón de dos de sus hermanos y proclaman que no tienen más divisa, que la riqueza por la fuerza. Triste proclamación que les trae el anatema de América y de las naciones honradas de todo el mundo; que los condena a la justa execración de sus hermanos y que los conducirá, después de una guerra de exterminio, a la muerte de sus ambiciones y la ignominiosa miseria del aislamiento.

El temerario reto nos sorprende en la más difícil de las situaciones, y ha sido lanzado precisamente porque se cuenta con ella y porque se ha creído que no éramos bastantes fuertes y abnegados para salir de ella, en un día. ¡Deplorable error para nuestros hermanos convertidos en enemigos! Grandiosa coyuntura para nosotros que vamos a probarles cuanta fecundidad hay todavía en esta tierra que considera esquilmada, y que alto temple en el corazón de sus hijos cuando llega la hora del peligro.

Los que recibieron de nosotros el amparo de la confraternidad; los que dispusieron de nuestra ayuda leal y sin reservas; los que se salvaron con nuestro esfuerzo, en ocasión no lejana; los que exaltaban el americanismo, porque había menester de él en su debilidad; hoy que el demonio de la ambición les sugiere la desdichada idea de que son fuertes, declaran que el americanismo es una quimera y que cada cual tiene derecho de engrandecerse en la medida de sus fuerzas.

¡Sea, y guardemos la palabra que no tardará mucho en volverse contra los que la han lanzado, en esa hora siniestra en que el juicio se debilita por la fiebre de un sentimiento extraviado! ¡Sea, y aprestémonos a la guerra que se nos declara y a la que hemos tenido que contestar con la guerra!

Las naciones necesitan en su camino poner a prueba las cualidades que forman su título a la consideración del mundo y a la ventura del provenir. El progreso no se alcanza sin grandes luchas y sangrientos testimonios de lo que merecemos. Ha sonado la hora de presentarlos y de manifestar que somos dignos del lugar que ocupamos entre las naciones independientes.

Y tengo fe completa en que los presentaremos, y en que ese glorioso pabellón que ya ilustramos en 1824 dando las últimas batallas para la libertad de la América y sellando su independencia; que ya ilustramos también en 1866, combatiendo solos en las aguas de Chile y del Perú y asegurando la autonomía y la integridad de todos nuestros hermanos; será grande, aunque dolorosamente ilustrado, en 1879, restableciendo el dominio del derecho en la América occidental, reduciendo a su justa medida, las pretensiones del osado vecino que se subleva contra la patria americana y castigando con la excomunión, el cisma que nos envuelve en los desastres de la guerra.

Para fortalecernos, volvamos, señores, los ojos al pabellón que fue siempre y debe ser hoy más que nunca, el emblema de nuestra unión y de nuestra fuerza. ­Jamás lo hemos manchado, ni con el desfallecimiento de temor, ni con la ignominia de innobles agresiones, ni siquiera con los excesos de la violencia franca y valerosa. Sus hermosos colores están impresos en nuestro carácter, y expresan lo que somos y lo que debemos ser. El blanco, con su cándida albura, es el símbolo de la buena fe, de la lealtad, de la tolerancia. Pero también está allí el rojo, que nos marca el camino del valor y del honor, y que nos dice que las grandes solemnidades de la existencia nacional piden, también, holocaustos de sangre que purifican y levantan a los pueblos que saben verterla. La historia de nuestros pocos años nos dice que estamos en ese número. Guiados por ese pabellón y fortalecidos por el sentimiento de nuestra justicia que nunca se mostró más clara, seremos invencibles, y pronto podremos anunciar que la República y el derecho americano se han salvado. –Viva la República. – Viva la América.

El señor Chacaltana (Cesáreo)

Ciudadanos:

Hace cincuenta y ocho años que en este sagrado recinto y en torno de la bandera patria, juraban nuestros libertadores, hacer todo género de sacrificios para llevar a cabo y sostener en toda época la independencia y el honor peruanos.

Fieles a este sagrado juramento volvemos hoy a reunirnos para aceptar, con la resolución del mártir y generoso desprendimiento del patriota, la loca provocación que nos hace Chile: ese país, que después de haber inundado de aventureros al resto de la América, se lanza él mismo en el torbellino de una política de aventuras.

Hace mes y medio que, agazapándose en las costas de Atacama, como el tigre que espía su presa, acechaba el momento en que más desprevenida estuviese Bolivia para acometer el salteo que deslealmente consumó el 14 de febrero.

Nuestro corazón americano se sublevó ante ese ultraje sangriento hecho a la moral, a la civilización y al derecho. De nuestros labios brotaron palabras de ardorosa simpatía en favor de una hermana indefensa cuyo suelo había sido impíamente profanado.

Chile, que durante treinta años había trabajado secretamente contra nuestro país, creyó llegado el momento de llevar a cabo sus inconcebibles planes de desmembración, planes inspirados por la codicia, alentados por el desdén que siempre nos han inspirado sus balandronadas y puestos en planta por una escuadra que en el río Santa Cruz no pudo hacer frente a dos cañoneros y un blindado.

Estos son, en resumen, los móviles y el significado de la declaratoria de guerra que Chile nos ha hecho.

¿Hay en ello algo de extraordinario o de imprevisto?

No, señores. Chile ha sido en toda época el gran traidor de la América y el más insigne conspirador contra la estabilidad de los gobiernos regularmente establecidos en los estados limítrofes o vecinos.

Cuando la República Argentina estaba, en 1866, comprometida en una guerra extranjera, Chile lanzó contra ella al conspirador Varela, dándole armas, pertrechos y buques.

¿Por qué hacía eso?

Para levantar en ese suelo generoso, un gobierno que, como el de Melgarejo en Bolivia recompensara sus esfuerzos obsequiándole un pedazo de territorio, el Estrecho de Magallanes quizás.

Más o menos, en la misma época, incitaba Chile al ecuador a que buscase querellas al Perú.

En 1872, esa nación ofreció a Quintín Quevedo, dinero y elemento de guerra para derrocar al gobierno de Bolivia, exigiéndole como en recompensa la cesión hasta el Loa, del litoral boliviano, y garantizándole su concurso para arrancarle al Perú una parte de su costa.

Hoy que todos estos hechos se van aclarando ante el gran tribunal de la conciencia americana, es necesario que sepa el mundo libre, que, si la infortunada Cuba ha sucumbido después de heroicos esfuerzos, quedando atada al carro triunfal de la España, Chile tiene una gran responsabilidad por tan desgraciado resultado.

Cuando el gobierno del Perú reconoció la independencia de Cuba, había obtenido promesa formal del representante chileno, de ayudarlo en sus esfuerzos para conseguir la libertad de la heroica Antilla. Es del dominio del mundo, incluso de la España, que nuestro país estaba resuelto a apoyar con dinero y elementos de guerra a Cuba. Llegado el momento de enviarlos se le preguntó a Chile cuál era el concurso que ofrecía.

¡Contestó que daría su influencia diplomática!

Si aquello no fue una burla, digna del más alto desprecio, reveló que en ese país el mercantilismo y la codicia habían borrado hasta las huellas de todo sentimiento generoso.

¿Por qué, pues, nos hemos de admirar de la serie de escándalos que Chile está dando al mundo?

Su declaratoria de guerra a nuestro país es un designio de la Providencia, que sin duda quiere dar al Perú la noble y altísima misión de hacer desaparecer de las aguas del pacífico, esa bandera manchada de tanto crimen.

Cada vez que nuestros buques han surcado el océano, para purgar los mares de esos piratas disfrazados de guerreros, el triunfo y la gloria han coronado los esfuerzos de nuestros valientes marinos.

Hoy como siempre, o triunfarán o se hundirán.

Ellos forman la vanguardia de un pueblo que ha aceptado la guerra, para sepultar en la ignominia a esa nación, lanzada en medio de la América como un castigo; de esa nación que, si consiguió, con la grandiosa ayuda del argentino, romper las cadenas de una esclavitud de trescientos años, no ha podido aun desviar el látigo infamante que sobre las espaldas de su pueblo tiene suspendida la justicia.

Esos mares, que representan las lágrimas de todas las generaciones que vivieron bajo el yugo de los conquistadores, serán una vez más testigos mudos de los sacrificios y de las glorias del Perú.

Mientras ellos se consuman, protestemos contra la conducta de Chile, con la nobleza que corresponde a un pueblo, que durante medio siglo ha servido de invencible baluarte a la libertad americana.

El doctor don Alejandro Arenas.

Señores:

El Concejo Departamental me ha honrado con la comisión de hablar en su nombre al pueblo de Lima en esta solemne manifestación. Difícil es cumplir satisfactoriamente ese encargo, no solo por la importancia de la corporación de que procede, sino también por su propia naturaleza.

¿Qué puede decirse que no sienten y comprenden los peruanos a quienes me dirijo? ¿Cómo evitar más el patriotismo de un pueblo valiente y generoso y que se ve amenazado por una guerra de exterminio? ¿Con qué palabras podría manifestar los sentimientos que me dominan en este momento que son los de todos lo que me oyen? ¿Cómo podré significar la indignación que siente todo peruano por las provocaciones insolentes de la prensa y del pueblo de Chile; por los ultrajes hechos en Valparaíso y Antofagasta al glorioso símbolo de nuestra soberanía? ¿Cómo interpretaré fielmente el deseo universal de vengar ofensas y la firme resolución de hacer la guerra hasta sus últimos límites?

No puedo proponerme el alentar el patriotismo, ni excitar el entusiasmo, cuando ambos han llegado a su más alto grado. Debo solo recordar hechos que revelan lo que exigen la seguridad y el porvenir del Perú.

Esta guerra insensata de parte de nuestros enemigos, tiene por origen el odio y mezquinos intereses de los que siempre ha abrigado Chile y que ahora explotan en su provecho los negociantes que dirigen los destinos de ese pueblo. Antes que combatir y que vencer procederá a atacar pueblos indefensos. El fin que se persigue es el aniquilamiento de nuestro poder en la América y de nuestras riquezas, para satisfacer el deseo de adquirir de un pueblo excepcional por su egoísmo y de un gobierno mercantil.

El Perú, siguiendo su política tradicional, combatirá hoy como siempre por los derechos y los intereses de la América, derramará la sangre sus hijos, gastará sus riquezas y agotará sus elementos en defensa de la integridad de Bolivia y de la de los demás Estados Hispano-Americanos.

Chile a su vez, sigue también su política tradicional, se apodera del litoral indefenso de una república vecina y sostiene el mismo principio que invocó la España en 1864.

He aquí la verdadera situación del Perú y la de Chile. Ella nos indica lo que debemos hacer y lo que tenemos que esperar.

Unir nuestros esfuerzos en defensa de la patria ultrajada y amenazada, contribuir a su defensa con nuestras personas y recursos pecuniarios, olvidar en los absoluto nuestros resentimientos y querellas políticas. He aquí lo que la patria exige, lo que el deber impone y lo que el sentimiento nacional facilita en los días de prueba.

Tengamos fe en el valor de nuestra marina y de nuestro ejército, en el patriotismo de nuestro pueblo, y en que combatimos al presente por el mismo principio que el 2 de mayo de 1866. La victoria será nuestra; porque ella acompaña siempre al valor sereno, al entusiasmo tranquilo, a los pueblos que tienen conciencia del derecho que defienden, y que obran inspirados por el más puro patriotismo.

El señor doctor Don R. M. Espiell.

Conciudadanos:

La solemnidad de esta grandiosa manifestación anuncia al mundo, con la poderosa voz de un pueblo entero, y, le acredita con la eficaz elocuencia de los hechos, que hemos recogido el guante de guerra que, en mala hora para él, injusto retador nos arrojará.

El Perú están de pie; ¡Un solo espíritu lo anima! Serenos, firme y altivo y con la conciencia de su derecho, cumple ya entusiasta su deber.

Nuestro sincero anhelo por la tranquilidad de la América ha sido interpretado como impulso de amor a mezquinos intereses ¡nuestra fraternal y caballerosa intervención, como medida de integrante falaz, y estimada, ha sido, nuestra prudente conducta como encubridora de un ánimo cobarde.

Pero ya nos ven armados y nos tienen a su frente: un instante nos ha bastado para lanzarnos a la lid, y cual Lima se presenta hoy ocupando su puesto, al frente de la República, así toda esta ofrecerá a su audaz contraria miles de pechos que reciban golpes, miles de brazos que airados se los devuelvan y supremos recursos que sostengan la lucha.

¿Pero de qué sacrificio no podemos ser capaces?

¿Han muerto acaso nuestras glorias de Pichincha, de Junín y de Ayacucho? ¿Se han marchitado, por ventura, nuestros frescos laureles de Abtao y el 2 de mayo?

Compatriotas:

Lima ha recibido echando a vuelo sus campanas el reto que nos a llama a un combate para el que no estábamos apercibidos; y al anunciar con regocijo la prueba que a nuestra patria se impone, Lima, orgullosa y contenta, en 24 horas se desprende de 10 millones que arroja a las arcas públicas y sus hijos se disputan el favor de un puesto en las legiones que mantendrán nuestra honra.

Y no hay pueblo en el Perú capaz de abandonar el camino que su capital le traza y que no rivalice con ella en abnegación y sacrificios.

¡Esta es nuestra República! Ella no necesita emitir bonos de un miserable empréstito que no se cubre en dos meses; no fija banderas de enganche para traer soldados a las filas de su ejército, ni mucho menos cercena el pie de sus oficiales que manda a campaña – He aquí comparados los dos pueblos. Rapaz avaricia, sórdida envidia, artera alevosía, manifiesta el uno; noble entereza, apacible bondad, generoso desprendimiento, distinguen al otro.

Nuestro pueblo no exalta su ánimo con jactanciosas vociferaciones: se alienta en la conciencia de su propia dignidad y su valor no se sostiene con la efervescencia de menguado apasionamiento.

Los precoces insultos y la insidia de siempre, su reto de ayer y sus alevosos ataques de mañana, no deben sorprendernos. Chile sigue lógicamente la conducta que le inspira, con corroedora [sic] constancia, su envidioso corazón; y mal puede resignarse jamás al vernos disfrutar de riqueza, a pesar de nuestra prodigalidad; de progreso y engrandecimiento, no obstante, nuestras desgracias y discordias; y de gloria y de poder, a costa de nuestro valor y nuestra sangre.

Chile no nos perdonará jamás el haberla vengado del ultraje que sufrió en Valparaíso y hoy, por eso, nos amenaza, tomando por norma el vergonzoso ejemplo que le diera España, con quemar a su vez el indefenso puerto, cuya riqueza sueña en destruir por despecho de no poder gozar.

Chile nos ultraja a la distancia y nos sorprende con su ataque porque con alevosa cautela se ha apercibido de elementos que juzga superiores a los que podamos improvisar para oponerle; pero no cuenta con que el triunfo no es siempre del que se cree más fuerte. El deplorable olvido de lo que vale un pueblo injustamente provocado y agredido que defiende sagrados derechos y mantiene la gloria de armas, le atraerá sin duda provechosa lección que hace tiempo viene procurándose.

La pretendida fuerza de su armada se estrellará contra el templado espíritu de nuestros marinos: ellos, acostumbrados a la victoria no tienen que buscar ejemplos para vencer sino en sus propias tradiciones. ¡Incólume dejarán siempre la honra de nuestra bandera! Las glorias de Abtao y el 2 de mayo la circundan con refulgente aureola y esta brillará más en la Patria con el triunfo o el sacrificio de nuestras naves.

Ya estamos listos: quemen desde luego nuestros desartillados puertos y arracen [arrasen] nuestra indefensa costa; pero en brece tendrán delante nuestros pechos y al luchar contra ellos será cuando acrediten lo que importa su bélica jactancia.

El señor Casós, más bien que un discurso de meeting, hizo una larga, pero elocuente exposición de las causas que justificaban la actitud asumida por el pueblo peruano en la cuestión chileno-boliviana. El señor Casós estuvo felicísimo y bien aplaudido con entusiasmo.

Terminado este discurso hablaron muchas otras personas, en representación de diversas corporaciones.

El señor Dulanto a nombre de la Facultad de Medicina:

Señores:

El pueblo de Chile que, con mengua de su propia dignidad, pisotea y enloda hoy los baluartes que sus padres le conquistaron ayer en Chacabuco y Maipú, acaba de escarnecer la civilización del siglo XIX con la traidora y alevosa ocupación de Antofagasta.

El pueblo de Chile que, sin decoro ni sinvergüenza, salta hoy villanamente por encima de la moral, de la justicia y del derecho, acaba también de romper la preciosa confraternidad americana, que a fuerza de tantos sacrificios como heroísmo fundaron San Martín, Sucre y Bolívar.

El pueblo de Chile, señores, hambriento de riquezas y dispuesto como siempre a tomarse lo ajeno por la razón o la fuerza, no escucha jamás los consejos del amigo, si tienden a moralizarlo; y para mayor vergüenza de sus hijos, paga con negra ingratitud nuestra leal y sincera mediación de paz, en su presente conflicto con Bolivia.

La cancillería chilena, que parodiando el 14 de febrero último, en los desiertos de Atacama, la torpe y ridícula conducta de Pinzón y Mazarredo, en las islas de Chincha, el 14 de abril de 1864, pretende a título de reivindicación ensanchar sus dominios, por el norte, hasta el grado 23, al ver sin duda que los valientes hijos de Bolívar y los vencedores del 2 de mayo de 1866 jamás cometerán un robo tan descarado, podemos hacerle correr muy pronto a sus huestes de mar y tierra, la misma suerte que corrieron las naves de Méndez Núñez en las aguas del Callao.

Chile, señores, que ayer no más se cruzaba de brazos y humilde recibía el bofetón, que la España le diera en Valparaíso, cobarde y deshonrosamente huye hoy de Santa Cruz, para precipitarse luego, cual ave de rapiña, sobre un territorio indefenso de Bolivia.

En Valparaíso y San Cruz estaba la honra solo, pero no había salitre que explotar. La honra de los chilenos está, señores, en el bolsillo.

Chile, señores, que en todas sus empresas no busca más que el tanto por cierto, quiebra hoy, sin pudor, su amistad con el Perú, sus periódicos nos insultan, su plebe destroza nuestro escudo en Valparaíso y Antofagasta, y su gobierno arroja en nuestra faz el guante de desafío de la guerra. Quiere Chile guerra y guerra es preciso llevarle hasta el centro mismo de su poder.

A las armas, pues, compatriotas, y no olvidemos jamás que aquella bandera, emblema de nuestra nacionalidad, simboliza también el valor y la nobleza que siempre nos han distinguido.

Miradle bien señores; ella es roja como la sangre que derramaron nuestros padres en Junín y Ayacucho por la libertad de toda la América; blanca y pura como nuestros sentimientos y gloriosa como nuestras armas, en la gigantesca lucha de nuestra independencia.

A las armas, pues, compatriotas; que nuestro pabellón reúna hoy en torno suyo todos los partidos políticos sin distinción alguna. La gloria nos espera en Antofagasta. El triunfo será nuestro indudablemente porque Dios protege siempre las causas justas; y tengamos además muy presente que los hijos del Mapocho acostumbrados desde su cuna a la humillación del azote y al sable del gendarme, no pueden tener ni la altivez ni la energía necesarias para resistir a nuestros valientes soldados.

Viva el y Perú Bolivia, señores.

Mueran los hijos espurios de Sud-América.

El señor German Decker:

Honorable municipio:

Pueblo peruano:

Encanecida mi cabeza por la edad y el trabajo, —pero no balbucientes mis labios ni debilitado en mi corazón el santo amor a la Patria—, vengo también a unir mi voz a la nuestra en nombre de la Sociedad “Colaboradores de la Instrucción”.

Esa noble y viril juventud que enseña y es enseñada en nuestro Colegio Gratuito para el pobre, comisiona a un anciano para que os diga que también ella está a vuestro lado, hoy y siempre, asida del pabellón Perú, boliviano; ¡hasta clavarlo flamante y victorioso en las arenas de Antofagasta!

Esa juventud sedienta de saber henchida por la ciencia, y retemplado su espíritu por el derecho y la moral, me envía a mi, alemán como soy, a deciros que en el joven como en el viejo, en el peruano como en cualquiera que sienta en su conciencia la chispa de la Gran Justicia Universal; ¡en esos pechos todos, existe y existirá siempre el huracán terrible de la venganza y de la maldición!

¡Sí señores! ¡De la maldición divina y humana, que las Justicia fulminan sobre la cabeza del avaro, del infame y del traidor!!

Señores: Los jóvenes Colaboradores que, con nobilísima abnegación han dedicado ya once años de su vida a enseñar al desamparo por la Fortuna, me mandan a deciros que: os enviarán una hila para enjuagar la sangres del hermano herido, enrojecida e hirviente por sublime patriotismo; al mismo tiempo que ellos se organizan en cuerpo de ejército regular para engrosar ese baluarte humano, esa muralla invencible que formaremos con nuestros pechos para defender a nuestra madre, nuestras hermanas y nuestras hijas, y para herir en medio del mismo corazón a la más vil de todas las naciones.

Un ciudadano colombiano habló elocuente y entusiastamente en nombre de sus compatriotas, quienes acababan de tomar la generosa resolución de ofrecer sus servicios al Gobierno.

Hasta poco antes de las seis de la tarde se prolongó el meeting.

A esa hora la mayor parte de los miembros del Concejo Provincial y casi todos los de las corporaciones invitados, recorrieron, con una banda de música, algunas calles de la población, volviendo después a la plaza para disolverse.

La manifestación ha sido tan solemne como entusiasta y ordenada; ha sido, en una palabra, digna de un pueblo tan culto como el de Lima.

He aquí las conclusiones que firmaron los concurrentes.

EL PUEBLO DE LIMA

Considerando:

1º. Que los actos practicados por el Gobierno chileno, desde la violenta ocupación del litoral boliviano hasta la declaratoria de guerra al Perú, importan una amenaza a la soberanía y a los más sagrados intereses nacionales.

2º. Que en los momentos actuales es necesario rodear al gobierno, sin distinción de colores políticos, y robustecer su autoridad, para defender con eficacia la honra y los intereses nacionales.

Resuelve:

1º. Protestar en nombre de la justicia, de la civilización y de la confraternidad americana, de los procedimientos con que el Gobierno de Chile viola sistemáticamente estos tres principios sagrados.

2º. Declarar que comprende y está resuelto a cumplir, sin restricción de ninguna especie, los deberes que el patriotismo y la situación le imponen.

3º. Poner estas declaraciones en conocimiento del Supremo Gobierno, para que sepa que puede contar con el patriótico concurso del pueblo de Lima, ya se trate de las personas o de sus bienes.



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