Acuarela de Pancho Fierro. Cuadrilla de negros festejando el 28 de julio de 1821. Pinacoteca Municipal Ignacio Merino.
Acuarela de Pancho Fierro. Cuadrilla de negros festejando el 28 de julio de 1821. Pinacoteca Municipal Ignacio Merino.
/ Pancho

Julio Villanueva Chang

Ningún periódico la anunció al día siguiente, pero Lima era tan pequeña que sus sordomudos ya se habían enterado. La primicia la dio “El Consolador”, un periódico político y religioso que no llegaría a su octavo número. Su editor, el reverendo padre fray Fernando Ayuso, anunció sin mayúsculas aquel lunes 30 de julio de 1821: “Ayer (sic) juro esta capital su independencia política de la monarquía española y de qualesquiera (sic) otra nacion extrangera”. Un día después, en el segundo número del semanario “Los Andes Libres”, se dio cuenta del mismo hecho en menos de 25 palabras. Solo el primer día de agosto de 1821, con un lenguaje casi judicial, “La Gaceta del Gobierno de Lima Independiente” se animó a contar la fiesta.

Los periódicos de Lima se olvidaron de la palabra júbilo dos días después de la jura de la independencia y, a la semana siguiente, pareciera que los limeños se hubieran aburrido de ser libres. Aquel lunes 30 de julio de 1821, por ejemplo, “El Consolador” informa con tacañería sobre los fiestas patrias del sábado 28 y del domingo 29. En esta edición, ocupan casi el mismo espacio las cartas de un par de ciudadanos que se quejan del alza del precio del pan y de la carne.

Así es. El primero de ellos advierte que los panaderos están fijando el peso y el tamaño del pan a su arbitrio, “(...) de modo que los pobres aun no pueden comer pan sino en raras veces”. Termina reclamando un ayuntamiento digno de la independencia: “¡Ojalá sea todo nuevo y haga una municipalidad correspondiente a la grandeza del pueblo libre”, desea aquel limeño sin desayuno.

La iluminación de las casas

“El Consolador” no es el periódico más importante de aquella Lima, pero sí el único que, extrañamente fiel a su nombre, exhibe las quejas de fulano y zutano sin preguntarle quién es. Pero la caridad del R.P. fray Fernando Ayuso alcanza solo hasta el sétimo número, desde su aparición el 16 de julio de 1821, el mismo día del parto de “La Gaceta del Gobierno de Lima Independiente”, que el miércoles 25 de julio había publicado el bando del general San Martín para la proclamación de la independencia.

El libertador solo pedía dos cosas: la concurrencia del vecindario al acto solemne, y el adorno y la iluminación de sus casas las noches del viernes, sábado y domingo. El lunes 30 de julio “El Consolador” confirma que los limeños le obedecieron. “Todos los vecinos se manifestaron a porfía, a pesar del estado infeliz en que han quedado por las dilapidaciones de todo género, que han sufrido del ejercito real, en adornar las calles con ricas colgaduras y vistosas iluminaciones en las noches del 27, 28 y 29 del corriente”, refiere el padre Ayuso.

Cómo se juró la independencia

Dos días después la “Gaceta del Gobierno de Lima Independiente” se propuso contar la fiesta. Era difícil hacerlo para un redactor acostumbrado a reproducir decretos, bandos, avisos, partes del ejército, proclamas de los jefes militares, noticias y resoluciones administrativas. Pero había que hacerlo. La mañana del 28 de julio de 1821 San Martín había salido a la Plaza Mayor acompañado por el gobernador político y militar, el marqués de Montemira, y por todos los generales del Ejército Libertador.

El máximo detalle fue la enumeración de los desfilantes. Por eso al redactor no se le olvidó que, antes de la comitiva principal, venía a caballo una de la Universidad de San Marcos, prelados de las casas religiosas, jefes militares, algunos oidores, miembros del ayuntamiento y parte de la nobleza limeña. Un espacioso tablado los esperaba al medio de la Plaza Mayor. Los seguía la guardia de caballería y la de los alabarderos de Lima, los húsares que solían escoltar a San Martín, el batallón número 8 con las banderas de Buenos Aires y Chile, y la artillería con ruidosos cañones.

El marqués de Montemira entregó a San Martín el pendón con el nuevo escudo de armas del Perú (el de un Sol que se eleva por el oriente sobre unos cerros y el Rímac que baña sus faldas) y éste lo enarboló. Acallada la algarabía de los asistentes, el general soltó aquellas palabras que sabemos de memoria desde la escuela: “El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa, que Dios defiende. ¡Viva la patria! ¡Viva la libertad! ¡Viva la independencia!”

Entre el repique de todas las campanas de la ciudad, la gente empezó a lanzar monedas y medallas de plata desde el tablado y los balcones. San Martín repitió idéntico protocolo en todas las plazas de Lima y regresó a la Plaza Mayor, donde Lord Cochrane lo esperaba en una de las galerías del Palacio. Aquella misma noche el ayuntamiento ofreció un exquisito desert, al que asistieron el Libertador y los principales vecinos de la ciudad.

Un día después, Lima se reunió en su Catedral para celebrar un Te Deum de acción de gracias. La solemnidad desapareció aquella noche, cuando el general San Martín invitó a todos los vecinos a reunirse en Palacio. La pregunta era de qué bolsillos salía tanta ostentación: “Baste decir que todos y cada qual se excedieron á sí mismos —describe la “Gaceta”— en donde las exorbitantes exacciones del extinguido gobierno y las ruinas de las propiedades parecia no haber dexado ni medios para la precisa subsistencia”.

Tras aquella noche de 1821, las celebraciones se acabaron como por decreto.



Contenido sugerido

Contenido GEC