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El último vuelo de Tilsa Tsuchiya: cómo la artista convirtió el dolor en color
Tilsa Tsuchiya, artista de raíces japonesas y peruanas, renovó la pintura nacional fusionando los mitos andinos y la modernidad. Su vida estuvo marcada por la lucha y el esfuerzo creativo, y su muerte en 1984 dejó una huella profunda en el arte peruano.
Una foto de la artista plástica peruana Tilsa Tsuchiya, tomada el 7 de octubre de 1981. Tres años antes de su deceso. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
El último vuelo de Tilsa Tsuchiya: cómo la artista convirtió el dolor en color
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El 23 de setiembre de 1984, la muerte visitó el taller de Tilsa Tsuchiya, llevándose a una de las pioneras del arte peruano moderno. En medio de una Lima envuelta en bruma, su pincel se detuvo para siempre, dejando tras de sí una huella imborrable en la plástica nacional y en la memoria de quienes admiraron su obra. Era la herencia de una vida cruzada por el mestizaje, el esfuerzo y una incesante búsqueda estética, que retumbó en galerías y corazones con la fuerza de una revelación íntima. Su vida, teñida de poesía y lucha, hizo del arte un acto de resistencia y de luminosidad.
Nacidaen el puerto de Supe, Barranca, al norte de Lima, en 1928, Tilsa Tsuchiya fue hija del doctor japonés Yoshigoro Tsuchiya y de María Luisa Castillo, una mujer peruana de provincia. De su numerosa familia, la artista recordaría siempre con ternura a su hermano Wilfredo, quien la inició en los misterios del dibujo y la alentó desde niña en sus primeros bocetos.
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Barranca, Supe y Pativilca, esos escenarios llenos de realismo y mito, dieron forma a su espíritu sensible y observador, nutriendo un imaginario que luego trasladaría a su universo pictórico.
El 21 de enero de 1960, una joven Tilsa Tsuchiya Castillo participa de la clausura del año de la Escuela Nacional de Bellas Artes del Perú. Ella egresó con la Medalla de Oro. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
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La migración temprana a Lima fue clave: allí, al ingresar a la Escuela Nacional de Bellas Artes, abrió los ojos a un mundo en ebullición artística. Bajo las enseñanzas de maestros de la talla de Carlos Quizpez Asín y Ricardo Grau, se forjó la joven Tilsa, que además de la pintura, se dejó encantar por la música y la poesía, influencias que palpitaron siempre en sus telas.
El ambiente exigente de la ENBA la llevó a una disciplina férrea: siendo alumna becada, tenía que destacar y superarse a sí misma y a los demás. Así, su talento fue reconocido con el Gran Premio de Honor y la ansiada Medalla de Oro en 1959, el mismo año de su primera exposición individual.
TILSA TSUCHIYA: PARÍS, APRENDIZAJE Y REVELACIÓN
En 1960, cruzó el océano Pacífico y llegó a Francia, donde permaneció siete años decisivos. La impresión causada por los grandes maestros italianos y el estudio de grabado, historia del arte en La Sorbona y arte medieval, terminaron de pulir la voz propia de Tilsa.
"Gatos", 1956, óleo sobre tela, colección particular. Foto: Libro "Tilsa" (2000), Museo de Arte de Lima.
En ese tiempo, la nostalgia de la patria y el diálogo con el arte europeo alimentaron una síntesis original que, al retornar a Lima en 1967, se expresó en muestras memorables y una visión híbrida, redentora y única.
Sus exposiciones en el Instituto de Arte Contemporáneo, en la galería Carlos Rodríguez Saavedra y otras, confirmaron la consolidación de una propuesta que desconcertó y sedujo al público limeño.
El mito, la figura femenina y los símbolos andinos y universales empezaban a girar, como luciérnagas, en la paleta de Tilsa.
Machu Picchu, 1970, óleo sobre tela, colección particular. Foto: Libro "Tilsa" (2000), Museo de Arte de Lima.
TILSA TSUCHIYA: CUERPO, MITO Y COLOR
Su obra es una travesía por los contornos míticos, el sueño y la memoria. Sus personajes —féminas ancestrales, cóndores, pumas, lunas— habitan paisajes suspendidos entre el tiempo originario y el presente, dibujando una poética visual única en la plástica peruana.
La crítica destacó su destreza para infundir vida a esas criaturas, convertidas en arquetipos del deseo, la fuerza y la soledad.
Siempre fiel a la alquimia de los colores profundos, Tilsa Tsuchiya fundió símbolos precolombinos y oníricos, realzando el misterio femenino.
Sin Título, 1975, óleo sobre tela, colección Banco de la Nación. Foto: Libro "Tilsa" (2000), Museo de Arte de Lima.
En cada exposición, sus obras evocaban atmósferas donde la soledad dialogaba con la esperanza y el rito con la modernidad. El elogio no solo fue local: en vida, fue reconocida a nivel latinoamericano.
Poco antes de su muerte, ocurrida el 23 de septiembre de 1984, la artista plástica logró presenciar la más grande retrospectiva de su obra: 64 óleos, tres esculturas, cuatro piedras y 23 dibujos presentados en la galería de arte de Petroperú, en San Isidro.
Fue la consagración de una vida dedicada al arte, pero también la declaración de una resistencia: luchó durante seis años contra un cáncer uterino implacable, que le fue diagnosticado en 1978, pero que no detuvo su deseo creador.
Imagen del público apreciando una de sus últimas exposiciones pictóricas en vida, el 17 de julio de 1983. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
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Pero ese primer día de la primavera de 1984, Tilsa Tsuchiya, la delicada y potente artista plástico, partió dejando una honda consternación en quienes la conocieron y admiraron.
En sus últimos años, la enfermedad la fue apartando poco a poco del oficio, pero nunca del arte. Incluso cuando la mano dolía, la mente seguía creando, y la expresión femenina no dejaba de nacer entre óleo y papel.
El dolor se transformó en color, en signo, en rito personal e intransferible, como un conjuro contra el olvido.
Imagen de Tilsa Tsuchiya del 10 de junio de 1984, meses antes de morir. (Foto: Archivo Histórico de El Comercio)
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Hoy Tilsa es referente ineludible en el arte peruano contemporáneo. Bastará un lienzo suyo para recordar el cruce infinito entre oriente y occidente, pasado y presente, dolor y belleza que habitó en sus pinceles.
No hay duda de que no hubo nadie mejor que la propia Tilsa Tsuchiya para comprender bien que, como el arte, la vida es una lucha silenciosa entre la luz y la bruma.