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‘El Destripador del Rímac’: los crueles ataques que estremecieron a los rimenses en 1962 | FOTOS
Una de las historias más escalofriantes de la criminalidad en Lima sucedió en mayo de 1962, cuando el Rímac vivió en la incertidumbre completa. Nadie sabía cuándo podía llegar a sus vidas el cuchillo filoso del llamado ‘Destripador’ de ese distrito. Todo ocurrió a pocas cuadras del Cercado de Lima.
Entre el 23 y 30 de mayo de 1962, Lima entera no fue la misma de otros años o de otros meses. Ella, como ciudad, se inundó de pánico, caos e impotencia. La razón fue la locura homicida de un sujeto que, sin mediar ningún diálogo o explicación, empezó a hincar y luego a cortar a varias personas, y entre estas buscaba especialmente a mujeres y niños.
Los hechos acontecieron en el tradicional distrito del Rímac, muy cerca del Cercado de Lima, de su centro histórico. La investigación policial avanzaba y pronto determinaron que el ‘destripador’ delinquía entre las 7 y 9 de la noche.
El cerco al facineroso estaba activado y entonces era cuestión de horas o días capturarlo, principalmente porque la policía contó con el apoyo de los vecinos rimenses, cuyas vidas normales cambiaron para volverse una pesadilla.
¿CÓMO SUCEDIERON LAS PRIMERAS ACCIONES DEL ‘DESTRIPADOR’?
La prensa no tuvo piedad con el sujeto: lo llamó casi con desprecio el ‘Destripador del Rímac’; pero también, el ‘Misterioso loco asesino’. Con la ayuda de un cuchillo muy afilado, el criminal asestaba cortes mortales a sus víctimas.
La primera de ellas fue una menor de edad, a quien atacó el miércoles 23 de mayo de 1962, en una calle del distrito. Para suerte de ella, no recibió un corte mortal. Se salvó de los instintos asesinos del desequilibrado, y solo recibió “una herida superficial”.
Pero no fue el caso de la segunda víctima de ese mismo día, aquel fatídico 23 de mayo. Luisa Saavedra solía esperar, a las 7 de la noche, en un paradero de buses de la avenida Tarapacá, la unidad de transporte que la llevaría a su casa.
Ella estaba al lado de otra mujer, Gloria Garay, cuando de improviso el agresor la atacó con un artefacto “punzo-penetrante”. Le hizo una herida profunda en el lado izquierdo del abdomen, sin embargo no tuvo consecuencias fatales. Los médicos pudieron estabilizarla a tiempo, antes de que perdiera demasiada sangre.
Luego de estos primeros hechos sangrientos, un dibujante del diario El Comercio, tras recoger los datos y testimonios de los testigos presenciales, logró tener una idea para hacer un retrato del sospechoso. En la práctica, era una especie de ‘identikit’ que ayudaría después a los investigadores de la Policía.
UNA NUEVA OLA DE ATAQUES EN EL RÍMAC: TODO PARECÍA QUE NUNCA ACABARÍA
Guillermo Vargas solo tenía 15 años. Una vida completa por delante, pero nada pudo evitar que fuera la tercera víctima. El jueves 24 de mayo de 1962, el adolescente cruzaba la cuadra 5 de la avenida Francisco Pizarro. En ese instante fatal, fue sorprendido por el llamado o grito de un hombre.
El jovencito se acercó a este y, sin mediar palabra, aquel sujeto inmisericorde le clavó el puñal en el lado izquierdo del abdomen. Los agentes de la Policía de Investigaciones del Perú (PIP) y de la Guardia Civil (GC) no tardaron en realizar varias redadas en los callejones y quintas del distrito, y también en los matorrales abandonados. Debían hallarlo antes de que volviera a atacar.
Pese a todo, los agentes policiales no pudieron evitar la verdadera tragedia. El viernes 25 de mayo de 1962, la cuarta víctima sí que fue mortal. El asesino estaba al acecho y vio cómo, a las 7 y 30 de la noche, María Rojas, de solo 15 años caminaba con otra menor, a la altura de la sexta cuadra de la avenida Francisco Pizarro.
Entonces, el criminal le hizo un gesto de alto, según los testigos. Y, de inmediato, otra vez sin mediar palabra, atacó con violencia extrema a la adolescente María. Lo hizo con un estilete filoso e hirió el lado izquierdo del abdomen de la víctima. María cayó a la vereda y el agresor huyó a toda velocidad.
La Policía anunció que lo habían cercado, pero nada evitó que el habiloso criminal llegara a las zonas más profundas de Amancaes. Los había evadido de nuevo, como si se tratara de un alma o espíritu, completamente incorpóreo.
Durante esos días, los investigadores policiales detuvieron a algunos sospechosos. La mayoría eran sujetos con problemas mentales, desequilibrado que se hacían pasar por el ‘Destripador del Rímac’.
OTRO ASESINATO DEL ‘DESTRIPADOR’ CREÓ UNA VERDADERA PSICOSIS EN EL RÍMAC
El clímax del asesino llegó otra vez a un punto trágico, el sábado 26 de mayo de 1962. Este eligió como su quinta víctima a Alejandro Canchari. El menor de edad (solo tenía 14 años) se hallaba jugando con otros niños en la Plazuela de La Cabeza, al frente de la iglesia de Nuestra Señora de la Cabeza.
Alejandro había llegado hacía pocos días a Lima desde Jauja (Junín). En el Rímac, vivía con una tía, quien le había mandado a comprar a la farmacia más cercana; no obstante, el menor de edad se quedó jugando en la calle, hasta que un hombre lo llamó.
Se acercó a este, y como en otras ocasiones, el desquiciado le hundió el arma blanca en el abdomen. Muy mal herido, Alejandro Canchari fue conducido a la Asistencia Pública de Grau y luego al hospital Dos de Mayo. Allí murió a la una de la madrugada, ya del domingo 27 de mayo de 1962.
El agresor escapó con rumbo a la avenida Francisco Pizarro. Nadie sabía cómo lo hacía, pero desaparecía como el humo. En su camino de violencia callejera, se encontró con su sexta víctima: Toribia López, de 50 años.
Ella y su sobrina, de 17 años, estaban cruzando la sexta cuadra de Pizarro (otra vez en la misma zona), cuando de pronto el delincuente que huía de la escena del parque de La Cabeza, sintió que estas mujeres querían evitar su escape.
Entonces, el sujeto pasó entre las dos, pero enfurecido hundió su estilete en el estómago de Toribia. En un primer momento, Toribia pensó que solo la había golpeado, pero no había sido así. Sintió que su ropa se teñía de rojo y confirmó que estaba herida.
Su gruesa chompa le salvó la vida, aun así la puñalada se concentró en una zona mortal. La agresión con arma blanca le había perforado los intestinos. Menos mal que se salvó, aunque estuvo internada durante varios días en una sala de emergencias.
¿CUÁL ERA LA IDENTIDAD DE ESE ‘DESTRIPADOR’ FANTASMA DEL RÍMAC?
Iban seis agresiones muy violentas en solo 48 horas. Dos asesinatos, finalmente. No había duda de que estaba en un torbellino de locura psicótica. Los testigos sumaron más detalles físicos del sujeto: la policía ya sabía que era un tipo de mediana estatura, contextura algo gruesa, cabellos lacios y cortos, ojos abultados, nariz ancha y labios regulares.
El Comercio completó esa información con su última vestimenta: tenía camisa color caqui, saco y pantalón azules. Otros testigos detallaron que el sujeto era de andar nervioso, actitud ansiosa y manejaba a la perfección un estilete con el que atacaba a sus víctimas. Los vecinos del Rímac vivieron entonces horas muy angustiantes.
Ese domingo 27 de mayo de 1962, el Rímac lucía desolado. Los niños permanecieron encerrados en sus hogares. La gente exigió más patrullaje policial. Y suplicó que el facineroso sea capturado de forma inmediata. Los policías a cargo llegaron a la conclusión de que se trataba de un solo delincuente, un “psicópata asesino de gran peligrosidad”.
Ante la presión social, las autoridades policiales juraron que lo capturarían “vivo o muerto”. Una especie de “psicosis colectiva” avanzaba en todo el distrito bajopontino. El Comercio, además, informaba que numerosos vecinos se habían armado “con palos, fierros y piedras” para realizar un “peinado” por las casas y quintas. La policía estaba advertida.
En medio del caos vecinal, el Ministerio de Educación Pública tomó la dedición de suspender las clases en tres colegios de mujeres: el Colegio María Parado de Bellido (jirón Chiclayo), el Colegio Nacional de Mujeres del Rímac (jirón Trujillo) y el Colegio Calle Nueva (jirón Libertad).
Con todos los nervios alterados, los vecinos rimenses llamaban a la comisaría con “nuevos datos” del asesino; o decían que lo habían visto en uno y otro lado del distrito. Sin quererlo, los propios vecinos se estaban creando una narrativa peligrosa: la del creerle inhallable, invisible, fantasmal.
Ya empezaban a contar que el criminal era capaz de “saltar los techos como un canguro”, que corría tan veloz que “sus pies parecían suspenderse en el aire”, que lo tenían capturado, pero que “lo callaban para que la gente no lo linchara”.
ALGÚN DÍA TENÍA QUE CAER EL ‘DESTRIPADOR DEL RÍMAC’
¿A qué podía dedicarse este escurridizo delincuente? La policía estaba casi segura de que, por el uso diestro del estilete o cuchillo, podía ser un zapatero o hasta quizás hasta un enfermero. La imagen más cercana del sospechoso era la del dibujo que El Comercio había publicado como primicia el 28 de mayo de 1962, en plena marcha demencial del criminal.
Hasta que la policía pudo dar con su nombre. Se llamaba Amadeo Mattos Yangali, y fue capturado la noche del miércoles 30 de mayo de 1962. Ese mismo día, había empezado el Mundial de Fútbol Chile 1962.
La noche de su arresto, Mattos había cenado en una cantina del jirón Amazonas, en el Cercado de Lima. A las 8 de la noche, se había retirado de ese local, y en el camino volvió a atacar a alguien: era la adolescente de 15 años, Lidia Berróspide, quien recibió un corte en la cara.
En su fuga hacia la calle Cruces (hoy jirón Huanta), se encontró con Lilia Matta, de 19 años, quien lo identificó. Ella lo acusó de ser el “asesino del Rímac”. Encolerizado, Mattos la atacó e hirió levemente. Lidia esquivó otro ataque y de inmediato pidió auxilio. Entonces los vecinos cercanos salieron a ayudarla y persiguieron al sospechoso.
El ‘Destripador del Rímac’ fue atrapado en la calle Penitencia, cerca de los jirones Amazonas y Cruces (Huanta). Por algunos segundos, cayó en manos de la gente que empezaba a golpearlo con palos y piedras, hasta que el técnico de investigaciones Joaquín Rosales y el suboficial de la GC, Jorge Rodríguez, lo rescataron de la turba enardecida. Mattos lucía con el rostro ensangrentado.
EL COMERCIO LOGRÓ HABLAR CON EL ‘DESTRIPADOR DEL RÍMAC’
El diario El Comercio conversó en exclusiva con el ‘destripador’ en la misma comisaría rimense. Al comienzo, el criminal solo reconoció el homicidio de María Rojas, en la avenida Francisco Pizarro y dijo que, cuando la “estaba enamorando”, esta lo insultó al decirle que era un “cobarde y homosexual”.
Ese fue el “motivo” por el cual Mattos atacó a la chica con una cuchilla automática, que poseía desde hacía unos 15 días como regalo de un amigo chileno. Negó haber matado al menor Alejandro Canchari y herido a las otras personas. Nadie la creyó, menos la policía.
“Soy de Huancavelica, tengo 37 años y vivo en la barriada ‘Leoncio Prado’ con mis hermanos. Soy peluquero y barbero”, declaró Mattos. Divorciado y con dos hijos en Huaral, el sujeto contó que había estudiado hasta primero de secundaria y que en su trabajo, en una peluquería, un amigo chileno le había regalado el cuchillo para que “me haga respetar cada vez que alguien me llame homosexual”, confesó.
Amadeo Mattos Yangali, un ser resentido, desequilibrado y agresivo, era un interesado en la práctica del yoga. Así lo constató la policía, que halló en su casa libros sobre ese tema y otros de magia negra y pornografía.
Los agentes policiales descubrieron en su cuarto una libreta con “apuntes en clave” con todo lo que había hecho durante esos últimos días de sangre y locura homicida. Así, la policía cerraba el círculo del ‘Destripador del Rímac’, quien pagó con una larga condena de cárcel sus actos criminales.
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