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El 9 de febrero de 1982, los diarios limeños dieron la noticia de la captura de un joven y avezado delincuente. Su nombre era Federico Perochena (a) ‘Loco Perochena’. Cayó en un megaoperativo de la Primera División de Investigación de Robos de la PIP en San Martín de Porres (SMP). En otra redada policial, en Lince, fue también detenido su secuaz: Luis García Mendoza (a) ‘Pilatos’ (sí, el que sería el cabecilla del motín de El Sexto, en marzo de 1984). Así empezaban los años delincuenciales más feroces de un hombre que, desde adolescente a inicios de los años 70, se curtió en los recovecos más peligrosos del hampa chalaca.
Esa vez de febrero de 1982 fue capturado el mismo día en que cumplía 26 años. Perochena festejaba su onomástico, cuando le cayeron encima los hombres del coronel de la Policía de Investigaciones del Perú (PIP) Alberto Zevallos Ale. Estaba escondido en una “casa de pensión”, a la altura de la cuadra 30 de la avenida Perú, en SMP.
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La PIP tuvo una dura resistencia de parte de Perochena, quien solo se entregó cuando se le había acabado la carga de su revólver. Como era su costumbre, el ‘Loco’ usó rehenes para tratar de escabullirse de los detectives que lo cercaban. Fue un niño de 6 años, sobrino de su conviviente, quien le sirvió de escudo. Pero no pudo con la policía que ajustó el cerco.
El ‘Loco Perochena’ de ese tiempo lucía un automóvil Mustang, que se había comprado con lo robado hasta entonces. Lo tenía estacionado en la puerta de la casa donde fue detenido y dentro de este la PIP encontró “un arsenal de armas de fuego, tales como una metralleta, cinco pistolas, cuatro revólveres y cartuchos de dinamita”. (EC, 10/02/1982).
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Para entonces, el ‘Loco Perochena, ‘Pilatos’ y el resto de la banda de ‘Los Malditos’ (Miguel Villegas Bellido (a) ‘Cholo Villegas’ y Fernando Valera Calvo (a) ‘Gringo’) habían asaltado residencias en San Isidro, principalmente, pero también en Miraflores. Buscaban obsesivamente joyas, dinero y todo objeto de valor a su paso. Los delincuentes forzaban a los propietarios para que les dijeran lo que más valía de sus colecciones.
Pese a que en ese megaoperativo se había recuperado unos “cien millones de soles de oro” (al cambio en dólares de febrero del ‘82 daban unos 185 mil dólares recuperados), la PIP sabía que la banda liderada por Perochena había acumulado una fortuna estimada en más de “mil millones de soles de oro”; es decir, un millón 850 mil dólares, aproximadamente, entre 1981 y febrero de 1982, indicaban los medios de prensa de la época. Era una locura de asaltos y robos en pocos meses. Es por eso que el gobierno de Fernando Belaunde (1980-1985) tenía el objetivo de capturar a Perochena a como diera lugar.
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Pero la historia de Federico Salbino Perochena López venía de muchos años atrás. Apenas a los nueve años, en 1966, hirió reiteradas veces con un cortaúñas a un compañero de colegio en el Callao, por lo que fue recluido en el Hogar de Menores de Chucuito, por lesiones.
Niño aún robó frutas y botellas de camiones repartidores, así como carteras, gorras, billeteras y cadenas de oro. La calle era su mundo. “Pasé de pájaro frutero a escapero y hasta saraca antes de los catorce años, cuando me internaron en Maranguita”, dijo en una sorprendente entrevista al diario decano. (EC, 16/10/1999)
En realidad, su ingreso a ‘Maranguita’ ocurrió en 1968, a sus 12 años; lo hizo por delito contra el patrimonio. El adolescente, casi niño, entró por primera vez al centro juvenil para expiar allí sus primeras culpas. Salió libre y volvió pronto. A los 14 años, en 1970, el imberbe Perochena regresó al centro maranguino por sus atracos como ‘pescuecero’ (acogotar por el cuello a su víctima) y por ser esencialmente carterista, como muchos de sus compañeros en ‘Maranguita’. Permaneció allí hasta 1972.
Su tutor de entonces, Hermes Ubillús, dijo a El Comercio que Federico Perochena era un muchacho “tranquilo”, comparado con otros jóvenes realmente violentos (EC, 11/01/2013). Lo cierto fue que el ambiente que se vivía en ese mítico lugar juvenil de Magdalena, a mediados de los años 70, lo volvió avezado, un menor sin escrúpulos, a la hora de asaltar y robar. Su vida recién empezaba y seguiría un ascendente camino delincuencial.
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Perochena había nacido el 9 de febrero de 1956, en el Callao, en medio de una numerosa familia (una docena de hermanos); creció en los peligrosos ‘barracones’, en medio de ‘faites’ (experimentados delincuentes, como él lo sería) y otros menores expuestos a todo tipo de peligros.
Cuando cumplió 18 años, en 1974, entró a la ligas mayores del hampa. Por eso no fue extraño verlo a esa edad en El Frontón, donde ingresó por delito contra el patrimonio. En lenguaje lumpen era por ‘monrear’, esto es, robos en casas reventando la cerradura con una barra de acero (Diccionario de americanismos).
Un poco antes de ese hecho, la policía lo había bautizado con el sobrenombre de ‘Loco’. Estaba detenido por la PIP en el edificio de la avenida España, en el Cercado de Lima, cuando Perochena hizo algo inesperado. “Durante el interrogatorio me tiré del segundo piso del local”, contó sin inmutarse. (EC, 16/10/1999). Así nació su “leyenda” de loco, de extremo, de alguien no medía ninguna consecuencia.
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Aunque parezca extraño decirlo, el delincuente más buscado del Perú a comienzos de los años 80, tenía ciertas reglas a la hora de atacar a sus víctimas. No siempre era alguien irracional o violento. En más de 50 asaltos a residencias y casas, no hirió de muerte a nadie; aunque en los años 90 sería condenado por el homicidio de un delincuente con el que ajustó cuentas.
Su violencia se desataba cuando trataban de capturarlo o cuando debía hacer sentir quién mandaba en su banda o ante otras bandas. El ‘Loco Perochena’ más temido fue, sin duda, el de los años 80, cuando asaltaba hasta tres casas al día, con lo que llegó a medio centenar de residencias vaciadas. Mucho dinero mal habido llenó sus bolsillos.
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También con su banda atracó bancos. Fueron entre doce y quince locales bancarios que supieron de su rapidez y osadía. No obstante, la prensa y policía lo identificaban como “asaltante de residencias”. Usaba para ello autos de lujo que robaba y, a veces, compraba él mismo. Con esos vehículos no llamaba la atención e incluso pasaba como visita ante los guardias particulares. Quizás con él y su banda empezó esta estrategia del hampa de acercarse a las víctimas con autos que, por ser modernos, pasaban como cualquier de la zona.
La fama de Perochena como asaltante de casas fue creciendo como la espuma, tras su salida de El Frontón. Sus correrías con la policía hicieron que no tardara en ser recluido de nuevo en otros penales: El Sexto en 1975 y Lurigancho (hoy San Pedro), entre 1976 y 1981. En esos espacios tuvo mucho tiempo para pensar en “refinar” y hacer “más efectiva” sus incursiones en las casas y bancos que imaginaba robar, aunque estuviera metido en una celda hacinada de un penal del país.
Perochena retomó con mucha violencia y avidez su vida delictiva en 1981, apenas salió de Lurigancho; aunque fue capturado, como se lee líneas arriba, en febrero de 1982, tras asaltar la casa del Capitán de Navío(r), Alfonso Burga Tello, en San Isidro. No obstante, en ese corto periodo cometió continuos y espectaculares asaltos y robos a mano armada.
El ‘Loco Perochena’ y ‘Los Malditos’ se hicieron famosos a principios de la década de 1980. Salían en los periódicos, en la televisión, especialmente Perochena. A sus 30 años y pico ya era todo un ‘faite’, como aquellos que vio de adolescente en el Callao. Él vivía solo, en un lugar y otro; el resto de su banda lo hacía juntos, pero siempre cambiaban de sitio.
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Tras ser detenido junto con toda su banda, ese 9 de febrero de 1982, el ‘Loco Perochena’ pasó por distintos centros penitenciarios. El fin del INPE era impedir que planificara alguna fuga. Entre 1982 y 1991, deambuló por los penales de Lurigancho, El Sexto, El Frontón, Castro Castro, Cachiche, Lampa, Huancavelica, La Oroya, etc., siempre por delito contra el patrimonio.
Al salir por enésima vez libre de una cárcel, Perochena no pudo librarse de ese mundo del hampa que lo cercaba invisiblemente. A sus continuas recaídas por consumo y tráfico de drogas, se sumó su confrontación con viejos amigos y enemigos. Así, se enfrentó a un sujeto, Oscar Burga Pérez (a) ‘Choncholí’, a quien, lo confesó luego, debió apuñalar en defensa propia, minutos antes de la Noche Buena, el 24 de diciembre de 1993. La pelea aconteció a pocas cuadras de su casa, en el asentamiento humano Gambeta Alta (Callao).
Prófugo solo por tres días, el ‘Loco Perochena’ se entregó a la policía el 27 de diciembre de 1993. Lo hizo tras presentarse en un canal de televisión (Canal 5). El otrora avezado y temido asaltante de residencias de lujo, dijo entonces que no quería ser atrapado por la policía como un vulgar delincuente. El costo: cárcel por cinco años, entre 1994 y 1998, en el penal de Lurigancho, por homicidio.
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Perochena fue un especialista, a su manera. Como dijo alguna vez en una entrevista: “Robaba a los que tenían plata” (EC, 16/10/1999). Eso, sin duda, no lo hacía menos delincuente, criminal o peligroso. Era su estilo, su marca en el hampa. Cada sujeto de esos lares tenía su propio “código”; el de Perochena era el de los robos de lujo sin víctimas, aprovechando el mínimo descuido de los propietarios para infiltrarse (la ‘monra’, como le llamaban). “Si a la gente no le gustó mi estilo, lo siento mucho, pero nadie se puede quejar de que fuera un abusivo”, dijo.
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En esa misma entrevista de 1999, la más completa que dio a un medio en esos años de su “retiro”, Perochena confesó que se sentía como un predestinado. En la cárcel leía la Biblia, y cuando pensaba en las veces que se había salvado de morir, fuera y dentro de las cárceles que conoció, no podía dejar de sentir que “Dios lo está guardando para algún propósito”.
“Mira hermano, a mí me sacaron de El Sexto días antes de la bronca entre chalacos y limeños en 1983, en la que bastante gente del Callao murió quemada. Cuando me volvieron a trasladar, me sacaron un mes antes del motín en el que murió Pilatos, luego en El Frontón, en la época de Alan García, éramos quince presos comunes entre los 320 terrucos que murieron. Nos sacaron una semana antes de la matanza, por no rehabilitables. Nos trasladaban de cárcel en cárcel para evitar fugas, yo conozco más de diez cárceles del Perú. En Lurigancho, en 1986, me sacaron antes de que entraran a la mala, a matar con lanzallamas y todo. Por algo será”, dijo, emocionado.
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Sin embargo, Perochena no era ningún iluminado. Fue y será un delincuente. A fines de los años 90, se consideró como un delincuente retirado. Él mismo lo pregonaba en alguno que otro reportaje de prensa que concedía en ese tiempo. Entonces lucía arrepentido, en una lucha por reinsertarse en la sociedad. Pero, al parecer, su esfuerzo fue inútil.
Tras su ingreso al penal de Lurigancho en 1994, salió en libertad en 1998. Trabajó un tiempo cortó en la Municipalidad de La Perla, como seguridad, pero eso no duró mucho. Entonces, dijo, o más exactamente, suplicó en la entrevista a El Comercio: “Lo único que pido es un trabajo, ya estoy cansado de correr”. Sin embargo, su fama lo perseguiría y debió seguir su destino.
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Ese destino fue el que lo llevó, en el 2002, a enfrentar a un grupo de policías que allanaron un inmueble en el Callao, y donde el experimentado delincuente y sus compinches, según la PNP, planificaban un nuevo asalto. Superado esto, Federico Perochena integraría el cuerpo de seguridad del Gobierno Regional del Callao, durante la gestión de Álex Kouri; sin embargo, aduciendo que había cambiado se dedicó a predicar la palabra de Dios.
El ‘Loco Perochena’, el ladrón avezado que se introducía a las casas de las zonas más lujosas de Lima, estuvo más años preso que libre. Pese a ello, no escarmentó y volvió a cometer delitos en el 2010. El 19 de diciembre de ese año, él y otros dos sujetos fueron capturados a balazos en la avenida El Derby en Surco. Habían robado en una casa.
Esa vez, un Perochena de pelo canoso, viejo y algo acabado, pero aún peligroso, con 54 años encima, solo atinó a justificarse diciendo que “solo estaba predicando”, y que fue una casualidad que estuviera cerca del lugar el robo. “Sé que llevo una cruz encima, pero no siempre voy a ser culpable. Estuve predicando la palabra de Dios y por casualidades del destino pasé por allí en ese momento [del robo]”. (EC, 27/12/2010)
Lo cierto fue que el viejo conocido de la policía peruana había huido en una camioneta con joyas de la nueva casa robada, en la calle Osa Mayor, en Monterrico (Surco) y, tras una balacera, fue detenido en El Derby, en el límite con San Borja. Pero, no solo era ese robo. La policía también culpaba a Perochena de haber participado en el asalto y robo de la vivienda del líder del Partido Popular Cristiano (PPC), Luis Bedoya Reyes, ocurrido el 3 de octubre de 2010.
Federico Perochena López, alias ‘Loco Perochena’, se convirtió así en un personaje casi mítico de la delincuencia peruana. Sin tatuajes ni cortes en el cuerpo, mantuvo el código de los ‘faites’ en la frente, aunque toda su vida haya sido un cúmulo de violencia, crímenes y amenazas contra él mismo y la sociedad peruana.
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