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A 15 años del Nobel de Vargas Llosa: el día en que la literatura peruana tocó el cielo
Estocolmo se rindió ante un escritor que hizo de la imaginación literaria su territorio natural. Y, a miles de kilómetros, el Perú entero contuvo el aliento mientras su hijo ilustre, Mario Vargas Llosa, recibía el Premio Nobel de Literatura.
El 10 de diciembre de 2010, el rey Carlos Gustavo de Suecia entrega al escritor peruano Mario Vargas Llosa (izq.) la medalla y el diploma que le acreditan como Premio Nobel de Literatura 2010. (Foto: EFE/Claudio Bresciani)
A 15 años del Nobel de Vargas Llosa: el día en que la literatura peruana tocó el cielo
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El viernes 10 de diciembre de 2010, a las 4 y 30 de la tarde en Estocolmo —10 y 30 de la mañana en Lima—, el escritor peruano Mario Vargas Llosa, de frac impecable, avanzó hacia el centro del escenario del Concert Hall y detuvo el tiempo. En Arequipa, su ciudad natal, corearon su nombre; en Lima, la gente se quedó inmóvil. Y en Suecia, la ovación retumbó como si arrastrara el eco de un país entero.
A diez grados bajo cero, cuando las puertas del Concert Hall se abrieron, la liturgia del Nobelcomenzó a desplegarse como un reloj antiguo. En las butacas rojas, 1.300 asistentes aguardaban con la solemnidad de un ritual casi centenario. Entre ellos, apenas una docena de periodistas seguía de cerca un acto que el Perú observaba por televisión, radio e Internet.
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A las 4:30 p.m. en punto, los reyes de Suecia hicieron su entrada con la orquesta marcando el compás. Detrás avanzaban, en orden milimétrico, los nueve laureados. El autor de “La ciudad y los perros” (1963) ocupó la sexta silla.
Marcus Storch, presidente de la Fundación Nobel, abrió la ceremonia con una referencia inevitable: la silla vacía del Nobel de la Paz, otorgado al disidente chino Liu Xiaobo. Luego siguieron los premios de Física, Química y Medicina. El turno de Mario Vargas Llosa se acercaba.
Estocolmo, 6 de diciembre del 2010. Conferencia de prensa del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, en el Gran Hall de la Academia Sueca. (Foto: Archivo de El Comercio / Lino Chipana)
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El escritor peruano había llegado puntual, acompañado de su familia. Su esposa Patricia Llosa vestía un turquesa discreto, mientras el resto llevaba negro solemne. Ocuparon la tercera fila. En el escenario, entre flores enviadas desde San Remo —las preferidas de Alfred Nobel—, la gran inicial “N” brillaba en el piso azul. Allí se entregaría el premio. Cuando le tocó a Vargas Llosa, Estocolmo parecía contener la respiración.
Per Wästberg, miembro de la Academia Sueca, describió así la trayectoria del peruano: “De la provinciana ciudad de Arequipa emergió un ciudadano del mundo”, dijo. Lo llamó escritor épico, satírico, erotista, historiador, liberal, ex marxista, ex candidato presidencial, cronista del poder y del miedo; autor difícil de clasificar porque, acaso, era demasiadas cosas a la vez.
Y entonces, en español impecable, pronunció la frase que viajaría instantáneamente al Perú: “Usted ha encapsulado la historia de la sociedad del siglo XX en una burbuja de imaginación”. Era la señal. Invitado a acercarse, el “escribidor” avanzó al centro del escenario para recibir la medalla y el diploma de manos del rey Carlos XVI Gustavo de Suecia.
Estocolmo, 7 de diciembre de 2010. Discurso de Mario Vargas Llosa ante la Academia Sueca. (Foto: Archivo de El Comercio / Lino Chipana)
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La ovación, amplificada por la acústica del salón, pareció expandirse más allá de las paredes. Luego, al escritor de “La casa verde” (1966) le faltó recordar en qué bolsillo —o en qué manos familiares— había dejado, por unos minutos, la medalla recién ganada. La alegría también desconcierta.
En la plaza de Armas de Arequipa, cientos siguieron la ceremonia desde una pantalla gigante. Cuando el rey dio la medalla, un estallido colectivo recorrió la plaza. Se cantó el himno de la ciudad, se bailó el carnaval arequipeño, y por unos minutos la capital sueca pareció quedar a solo a una cuadra de distancia.
En Piura, en el colegio San Miguel —el mismo donde estudió el Nobel— los alumnos organizaron un homenaje sencillo y emotivo, con semblanzas y marinera. La Municipalidad instaló pantallas enormes y anunció un reconocimiento para el escritor de “Conversación en La Catedral” (1969) y “La guerra del fin del mundo” (1981).
Estocolmo, 10 de diciembre de 2010. El Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa (der.) y la princesa Christina Mrs Magnusson, durante la cena ofrecida por el rey de Suecia a los premios Nobel en el Palacio Real. (Foto: EFE/Javier Lizón)
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En Lima, la plazuela San Agustín reunió a decenas de limeños que festejaron con danzas típicas. En centros comerciales, restaurantes y universidades, la escena se repetía: la gente se detenía, miraba hacia las pantallas y hacía silencio en el momento crucial. En tanto, en la Casa de la Literatura, en el Centro de Lima, también se vivió el emotivo momento. Allí se juntaron lectores, curiosos y estudiantes. A su modo, cada rincón del país vivió el Nobel como un triunfo íntimo.
Terminada la ceremonia, el Ayuntamiento de Estocolmo abrió su Salón Azul para el banquete. Allí, debajo de una escalera imperial, 1.300 comensales esperaban con todo iluminado por candelabros de cristal. El rey y la reina entraron a las 7.00 p.m., seguidos por los nuevos nobeles 2010.
Vargas Llosa fue ubicado junto a la princesa Cristina. Patricia conversaba con el príncipe Carl Philip y con Christopher Pissarides, también Nobel de Economía. Hasta que a las 7:25 pm., en coreografía perfecta, 200 mozos sirvieron todos los platos al mismo tiempo: gelatina de pato, luego turbot con trufas y ensalada de invierno, y finalmente un postre de chocolate y naranja. Los vinos franceses completaban el cuadro.
Estocolmo, 10/12/2010. El escritor Vargas Llosa posa con los integrantes de su familia en un hotel de Estocolmo. (Foto: EFE/Javier Lizón)
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Las conversaciones se cruzaban entre idiomas y acentos. El menú —como manda la tradición— fue un secreto guardado por la Fundación Nobel. Pero no era la comida lo que todos esperaban, sino el instante del brindis.
A las 8:45 pm., los premiados tomaron la palabra. Pero el brindis central correspondía a Mario Vargas Llosa. “Soy un contador de historias —dijo en inglés— y antes de proponerles un brindis, voy a contarles una historia”. El salón, acostumbrado a la rigidez sueca, lo escuchó como quien escucha a un mago.
Contó entonces la vida de un niño que aprendió a leer a los cinco años: un país pobre, una casa pobre, libros que abrían mundos maravillosos. Ese niño descubrió que leer era escapar. Y luego, joven, decidió escribir para seguir viajando.
Gran portada de El Comercio, en la edición del 11 de diciembre de 2010. (Foto: Archivo de El Comercio)
El protagonista sabía que la literatura y la vida eran mundos distintos, pero durante un amanecer neoyorquino recibió una llamada inesperada: un premio, una ciudad llamada Estocolmo, un país llamado Suecia. Y entonces la literatura empezó a confundirse con la realidad.
“Todavía sigue allí, desconcertado —concluyó Vargas Llosa—, sin saber si sueña o está despierto, si lo que vive es verdad o mentira”. Luego levantó la copa: “Brindemos por Suecia, ese curioso país que parece haber conseguido que la vida sea literatura y la literatura vida”.
EL DÍA QUE EL PERÚ SE MIRÓ EN SUS MEJORES PÁGINAS
Al terminar el banquete, el autor de “La fiesta del Chivo” (2000) bailó con una de sus nietas. En el lobby del Gran Hotel, familiares y amigos se abrazaban. El clan Vargas Llosa ocupaba ese espacio, y Morgana Vargas Llosa organizaba las fotos como si quisiera congelar el día más luminoso de su historia.
Imagen de Mario Vargas Llosa en las frías calles de Estocolmo, Suecia, ciudad a la que llegó cinco días antes de la entrega del Nobel. (Foto: Archivo de El Comercio / Lino Chipana)
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En Arequipa seguían los festejos. En Lima, la jornada era comentario obligado. En Estocolmo, el frío no opacó la calidez del orgullo peruano. La medalla, que por un instante había quedado extraviada entre los bolsillos familiares, brillaba otra vez colgada en su pecho.
El Nobel de Literatura 2010 había sido entregado. Pero la historia —como en toda obra de Vargas Llosa— recién empezaba a desplegar sus capas: el niño lector, el joven escribidor, el hombre que convirtió la imaginación en identidad nacional.
Esa noche de hace 15 años, mientras el escritor peruano regresaba al hotel, el Perú entero sintió que, por un instante, la literatura también le pertenecía. Y que, quizá, como dijo el propio Nobel, la vida podía volverse un cuento, aunque fuera por un solo día.