El martes último, El Comercio, luego de una exhaustiva investigación, denunció la falsificación de por lo menos un millón de firmas efectuada por el movimiento oficialista Perú 2000, para conseguir su inscripción ante el Jurado Nacional de Elecciones. La investigación periodística y la denuncia se pudo realizar gracias al valiente testimonio de dos jóvenes que participaron en este proceso. La veracidad de sus testimonios ha sido profusamente documentada y corroborada por el diario. Aquí presentamos a los testigos, y contamos la forma en que se involucraron en el caso.
“Quiero conversar con un periodista de la Unidad de Investigación. Tengo información sobre las pintas de Perú 2000. El regidor que controla todo se llama Luis Alejandro Navarrete. Yo sé dónde está el depósito con las pinturas y las planchas porque yo hice pintas hasta hoy”.
Así se presentó Carlos Armando Rodríguez Iglesias, un viernes, en las oficinas de El Comercio. Se identificó solo con su primer nombre y dejó un número celular. Quedamos en conversar el lunes en la mañana.
Llegó puntual y nervioso. Pidió insistentemente que no se le grabara y que se mantuviera en reserva su identidad. Era perfectamente consciente del riesgo que corría. Solo cuando se le aseguró absoluta confidencialidad, empezó con su historia.
Según iba describiendo cuál había sido su participación en Perú 2000, su testimonio se hacía mucho más revelador. Al contar cómo se había convertido en uno de los cientos de obreros que han cubierto Lima con las pintas de Perú 2000, descubrió un hecho más increíble aun: Carlos había hecho antes otros trabajitos para Alejandro Navarrete. A comienzos de agosto del año pasado, fue contratado para falsificar firmas que habrían permitido la posterior inscripción del Movimiento Perú 2000, hoy miembro de la alianza oficialista del mismo nombre y que lleva como candidato a la re-reelección al ingeniero Alberto Fujimori.
De Iquitos a Chacra Ríos
Carlos tiene 23 años y su hermana, Marita, 22. Nacieron en Iquitos, donde también estudiaron el colegio. Posteriormente, Carlos se fue a vivir a Trujillo, donde trabajó dos años, llevando notificaciones judiciales. El año pasado, luego de una decepción amorosa, decidió mudarse a Lima. Aquí se reunió con sus otros dos hermanos: Marita y Dennis (19), con quienes alquiló un cuartito en la azotea de un viejo edificio en Chacra Ríos Sur.
Su habitación, de unos tres metros de fondo por seis de ancho, con un baño exterior, cuenta con un camarote en el que duermen Marita y Dennis. Carlos prefiere hacerlo en un colchón sobre el piso, porque siempre está con calor. Como en todo hogar peruano, no puede faltar un televisor a colores y una radio casetera portátil en la que los ritmos de la tecnocumbia jamás dejan de sonar. El cable lo jalan de una casa vecina, y es quizá su único lujo. Su escaso mobiliario se completa con una pequeña cómoda, una mesa, unas sillas, un estante con algunas provisiones, una cocina a gas de cuatro hornillas y los infaltables afiches que adornan las habitaciones de los adolescentes. El único ambiente del que gozan era la amplia terraza que tienen al pie de su cuarto y que en realidad es el tendedero del edificio.
Carlos estudió para técnico electricista, pero, como cientos de miles de peruanos, no consiguió trabajo en lo suyo. Se ganaba la vida cachueleando y en el último tiempo solo lo contrataban como pintor de brocha gorda. Marita, en cambio, asistió a una academia de terramozas. Sin embargo, nunca pudo obtener su certificado porque en el examen final les preguntaban cosas que no les habían enseñado. Cuando ella y sus amigas reclamaron por esto, les dijeron que no se preocuparan, porque les tomarían otro examen, pero para tener ese derecho, primero debían abonar 50 soles. Pagó y dio el examen nuevamente, pero le volvieron a hacer la misma jugada. A la tercera o cuarta vez, se hartó y desistió.
Mientras estudiaba para terramoza, hizo prácticas en una compañía de transportes. El trabajo le gustó y le ofrecieron emplearla. Pero terminó rechazando la oportunidad porque le pagaban solo 150 soles mensuales y ella debía correr con sus gastos de alimentación durante los viajes fuera de Lima. Sin un certificado que la avalara, no le quedó otra que buscar trabajos eventuales. Hizo de anfitriona, promotora y degustadora en supermercados.
Firmas al por mayor
Una vez más, Carlos y Marita se encontraban desempleados, cuando un familiar les avisó que Navarrete necesitaba gente de mucha confianza para un trabajo de copiado de nombres. Marita fue la primera en aceptar. Le ofrecieron 500 soles por copiar nombres durante dos semanas. Bastante más de lo que conseguía habitualmente. Solo en su primer día de labores, se enteró de lo que realmente haría: inventar firmas para llenar listas de adherentes de Perú 2000. A pesar de que no simpatizaba con Fujimori, no podía darse el lujo de rechazar un trabajo tan bien pagado, así que se dijo “chamba es chamba”, y se dedicó a llenar las listas de adherentes, al igual que otras diez personas más. Casi todas, parientes de Navarrete. Allí conoció a las tías, primas, cuñados y vecinas del regidor oficialista.
“¿Eso no es ilegal? ¿Qué pasaría si nos descubrieran? ¿Nos iríamos a la cárcel? No, el responsable de todo es Navarrete, porque él nos ha contratado. No se preocupen, que no va a pasar nada. ¿No ven que esto es para el gobierno? Nadie va a investigar”. Estas eran las preguntas y respuestas que en los primeros días se hacían los participantes de la operación, mientras falsificaban las firmas en la mesa del comedor de Navarrete.
Unos días después, la señora Consuelo, madre del regidor oficialista, dijo que necesitaba más personas, y Marita le avisó a Carlos. Ambos trabajaron casi un mes esperanzados en cobrar 500 soles, pero luego de acabar se demoraron varias semanas en pagarles. Cuando finalmente pudieron cobrar, se dieron con la sorpresa de que les habían hecho una serie de descuentos por los consumos que hicieron en la fuente de soda que la señora Consuelo tenía. Marita calculó que le descontaron 47 soles más de lo que ella realmente había consumido. Juró no volver a trabajar con él y volvió a la condición de desempleada. Carlos, en cambio, se quedó trabajando con Navarrete. Pintó varias paredes y hacía cualquier otra cosa que se necesitara en la casa.
Un par de meses después, Navarrete los invitó a una reunión con la gente que había estado falsificando firmas y les dijo que había un trabajo similar: debían ir al día siguiente a la esquina de la notaría Medelius a esperar instrucciones. Ahí empezó el trabajo masivo: 450 personas distribuidas en tres turnos, cubriendo las 24 horas del día, dedicadas exclusivamente a copiar nombres y firmas de los padrones electorales de 1998 y colocarlos en las listas de adherentes de Perú 2000. Y es que el primer periodo de falsificación de firmas había resultado un rotundo fracaso. De las 601 mil 485 firmas de adherentes que presentaron el 26 de agosto del 99, solo fueron válidas 94 mil 847. El 7 de octubre del mismo año llevaron un nuevo lote de 319 mil firmas más, pero nuevamente se les convalidó una cantidad ridícula de 37 mil 803 firmas. En suma, del primer millón de firmas, resultaron hábiles 132 mil 650. Esto los obligó a tomar medidas desesperadas que les aseguraran su inscripción.
Las condiciones de trabajo mejoraron considerablemente con respecto a la vez anterior. El pago era semanal y religiosamente puntual. 30 soles diarios por el turno de día y 35 por el de noche. Los domingos se pagaba doble, además de una bonificación de 50 soles. Es decir, entre 290 y 330 soles semanales. Carlos hacía dos turnos, y por eso conseguía ganar unos 600 soles semanales. La mejor paga de toda su vida.
Luego de un mes casi exacto de trabajo, terminó el proceso de falsificación de firmas (el 4 de diciembre). Fue entonces cuando Carlos volvió a ser reclutado por Navarrete para que se dedicara a hacer pintas. Esta vez el regidor le ofreció 50 soles diarios, pero no cumplió. Empezó, primero, retrasándose con el pago, y finalmente cambió su oferta inicial de 50 soles por una de 30. Carlos se quejó, pero Navarrete se molestó con él. Hasta ahí llegaron sus buenas relaciones.
“Esto es bien grande, ¿no?”
Luego de que Carlos contará lo que había sucedido, se empezó a tratar de certificar su versión. En un primer momento la condición fue que su nombre se mantuviera en estricta reserva, pero poco a poco fue entrando en confianza. El nivel de detalle de la información era muy alto y todos los datos se fueron verificando con una exactitud asombrosa. En los primeros días, Carlos afirmaba que solo quería entregar datos para que se investigara a Navarrete porque era un abusivo y un estafador.
Conforme pasaban los días, empezó a tomar conciencia de la real dimensión de la denuncia y a considerar el impacto que tendría. “Oye, esto es bien grande, ¿no?”, dijo de pronto un día, y no dejó de repetirlo a lo largo de toda la investigación. Incluso su permanente insistencia por mantener su anonimato se fue flexibilizando.
Sin embargo, seguía preocupado por su seguridad. Buscando una mayor garantía, se acercó a los organismos internacionales, ante los cuales hizo la misma denuncia que presentó a El Comercio. Sintiéndose más seguro, decidió cambiar su acuerdo inicial con El Comercio. A partir de ese momento autorizó al diario a que una vez que se sintiera a salvo, desapareciera el compromiso de confidencialidad.
Entonces se animó a preguntarle a su hermana si también quería conversar con El Comercio. Hasta ese día, Marita no sabía que Carlos estaba denunciando la falsificación. Carlos pensaba que Marita lo tomaría a mal, pero ella aceptó hablar de inmediato, convencida de que así se desenmascararía esta maniobra.
Con el testimonio de ambos, El Comercio inició una investigación que a lo largo de varias semanas fue comprobando punto por punto la veracidad de sus afirmaciones. Fue así como se llegó a descubrir el más escandaloso proceso de falsificación que haya sufrido el país.
Los socios de la fábrica
Todo indica que Absalón Vázquez —hombre de confianza del presidente Fujimori y postulante al Congreso de la República con el número 1 por la alianza oficialista—, el notario y congresista Oscar Medelius y el regidor de la Municipalidad de Lima Luis Alberto Navarrete estuvieron detrás de la operación que produjo más de un millón de firmas falsas para permitir la inscripción del Frente Perú 2000. Absalón habría sido el autor intelectual, Navarrete una de las personas que coordinaba las acciones y Medelius habría prestado a la gente de seguridad de su notaría para supervisar el proceso. Según los juristas, la falsificación debería hacer nula la inscripción de la alianza.
Cuestión de tiempo
Mientras Perú 2000 demoró tres meses en reunir sus firmas, otras agrupaciones se entregaban a la búsqueda. El tiempo que tardaron, en todos los casos, fue mucho mayor, y algunas ni siquiera lograron la inscripción, como Renacimiento Andino y Poder 2000.
Solidaridad Nacional: 2 años.
Perú Posible: 4 años.
Code-Renovación: 3 años.
Renacimiento Andino: 2 años y medio.
Poder 2000: 2 años.