Entre el sacerdote Gustavo Gutiérrez y el periodista polaco Ryszard Kapuscinski hay un lazo indisoluble: ambos han visto la pobreza más cruda y la injusticia más fiera. Ayer fueron premiados por combatirlas.
El sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, padre de la teología de la liberación, y el célebre periodista polaco Ryszard Kapuscinski son los ganadores del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003, según dio a conocer el jurado, reunido en Oviedo. Ambos, según el fallo, sobresalen por “su compromiso con el periodismo y con los desfavorecidos”, respectivamente. A este apartado de los Príncipe de Asturias, considerados los Nobel iberoamericanos (pero con cobertura mundial), se presentaron 21 candidaturas de doce países.
La candidatura de Gutiérrez fue planteada por el diario El Mundo de Caracas y contó con un centenar de apoyos, entre ellos los de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la Casa del Perú en Asturias y la Comunidad Iberoamericana del Principado de Asturias. El sacerdote se une a otros tres peruanos ganadores del Príncipe de Asturias en sus 23 años de historia: Javier Pérez de Cuéllar; Mario Vargas Llosa y el municipio de Villa El Salvador. Cada uno de los ocho apartados está dotado con 55 mil dólares y una escultura de Joan Miró, que serán entregados el próximo octubre en Oviedo, en una ceremonia presidida por el príncipe de Asturias, don Felipe de Borbón.
El acta del Jurado de Comunicación y Humanidades, presidido por el jurista Juan Luis Iglesias, destaca que el padre Gutiérrez es “el iniciador de la renovadora corriente espiritual conocida como teología de la liberación, que propugna una atención especial al mundo de los desfavorecidos”. Recuerda que esta doctrina “no es aplicable únicamente a la faceta espiritual del ser humano, sino también a sus condiciones sociales y materiales”. “La teología de la liberación no se reduce a un planteamiento teórico, sino que constituye una práctica que, de modo especial en los países menos desarrollados, ha estimulado una dignificación de las condiciones de vida de millones de seres humanos”, subraya el jurado. Asimismo precisa que su “coincidente preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje, Gustavo Gutiérrez y Ryszard Kapuscinski son dos modelos éticos y admirables de tolerancia y de profundidad humanística”.
Sacerdote durante 40 años y padre dominico desde hace dos, Gutiérrez (Lima, 1928) se formó en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, se doctoró en Lyon (Francia) y realizó una maestría en Lovaina (Bélgica). Ha sido profesor en numerosas universidades europeas, americanas y hasta en Japón. Acuñó el término de teología de la liberación para denominar una corriente de la Iglesia Católica centrada en la defensa de los desfavorecidos conocida en todo el mundo y asentada en casi todo el continente americano.
Las obras de este sacerdote luchador y preocupado por la desigualdad, sobre todo en Latinoamérica, han sido examinadas por la Congregación de la Doctrina de la Fe, la antigua Inquisición, porque la jerarquía eclesiástica siempre ha desconfiado del pensamiento crítico con el poder y con la injusticia de la teología de la liberación. La premiación de Gutiérrez se produce dos días antes de la visita que su santidad el papa Juan Pablo II hará a España.
Tras saber del premio, Gutiérrez declaró al presidente del Jurado que se trata de un galardón que “no se puede merecer, simplemente se puede agradecer”. “Mi sorpresa es que me encuentro en un campo que normalmente no aparece en estas cosas, que es la teología entendida como un diálogo con la cultura contemporánea”, añadió.
Presencia peruana
Este ha sido el primero de los ocho apartados de los Premios Príncipe de Asturias que se concederá este año. En las próximas semanas se fallarán los correspondientes a Investigación Científica y Técnica, Ciencias Sociales, Artes, Letras y Cooperación Internacional. Los apartados de Concordia y Deportes se decidirán en setiembre. Al premio de Letras han sido presentados los peruanos Alfredo Bryce Echenique y Carlos Germán Belli; al de Ciencias Sociales, Guillermo Lohman; al de Artes, Eduardo Moll y al de Concordia, la monja María Estrella Valcárcel (madre Covadonga).
Retrato del señor K.
Por Julio Villanueva Chang
Ryszard Kapuscinski se mira a sí mismo como un misionero. “Es el enviado especial de Dios”, dijo el novelista de espionaje John Le Carre. Es polaco como el papa, cristiano, le gusta la Biblia y a menudo la cita. Pero Kapuscinski no es ningún santo y está harto de que le pregunten sobre el papa. Es un reportero que cree que el periodismo es una misión y de hecho su vida lo es: ha sido testigo de veintisiete revoluciones y una docena de guerras en el siglo XX. Cree que el modo correcto de ser periodista es desaparecer, olvidarte de tu existencia, deberte a los más desesperados, irte a convivir con ellos y tratar de entenderlos. Así se ha confundido entre la gente como si fuera cualquiera. Así ha estado a punto de ser quemado vivo, de morir de malaria, de no volver jamás a casa. Así también se ha olvidado de su familia, a veces durante años. Así ha aprendido a vivir solo entre gente desconocida y muy pobre de África, Asia, Europa y América Latina. Así dice que no se deprime y que duerme bien, incluso debajo de un camión en el desierto.
Solo no puede dormir cuando no ha terminado de escribir una historia a tiempo. Ha publicado una veintena de libros y lo han traducido a treinta y dos idiomas. Dice que los escribe a mano, que nunca los corrige y que regresa a Varsovia solo para sentarse a escribir. Cree que tener una familia es un lujo. Su esposa es pediatra y tiene dos hijos. Allá, en su casa de un barrio obrero, tiene también una biblioteca de miles de libros. Lo increíble es que Kapuscinski empezó a leer recién cuando tenía unos veinticinco años. Después de la Segunda Guerra Mundial pudo hallar por azar el primer libro de su vida en el apartamento de un amigo. K. había sido muy pobre de niño. Nunca tuvo zapatos y por ello titularía Las botas a su primer libro publicado en español. De adolescente escribía poesía. Se queja de haber empezado todo muy tarde: a leer muy tarde, a escribir muy tarde, a estudiar muy tarde. Culpa a la guerra. La primera fue la invasión nazi cuando tenía siete años.
La guerra y la revuelta han sido siempre su estado natural. Un día, cuando estaba en la secundaria, le llegó su destino: habían matado a todos los corresponsales, y como se había vuelto un poeta conocido en Varsovia, lo llamaron para escribir en un periódico. En verdad, había soñado con ser filósofo. Cuando entró en la universidad, Stalin mandaba en Polonia y la facultad de Filosofía fue cerrada por considerarse muy burguesa, y Kapuscinski tuvo que estudiar Historia. Nunca se ha avergonzado de ser periodista, pero ahora cree que las noticias se han vuelto un gran negocio. Es decir, cree que los jefes ya no te preguntan si tu historia es verdad sino si es interesante o si se vende bien, que la información se ha convertido en espectáculo y que se puede ganar más dinero con ella.
Kapuscinski está en contra de los best seller, pero él ahora es un best seller leído por millones en el mundo: las pruebas están en libros suyos como La guerra del fútbol, sobre sus reportajes en África y América Latina; El Sha, sobre la vida y caída del iraní Reza Pahlevi; el Emperador, sobre la Etiopía de Halie Selassie; El Imperio, sobre la vida de los últimos soviéticos; Ébano, sobre los sobrevivientes de África; y el reciente Lapidarium, un libro inclasificable con sus apuntes, aforismos, sentencias y memorias de cronista viajero. A pesar suyo, Kapuscinski ha terminado por ser el reportero superstar del Tercer Mundo.