Su gran amigo, Willy Niño de Guzmán, responde consternado al otro lado de la línea. Apenas puede hablar con serenidad, pero alcanza a contarme que el viernes en la noche el poeta despertó de su inconsciencia y lo mandó llamar. Ya había sido trasladado de Neoplásicas, donde agonizaba presa de un cáncer al pulmón, a la casa de su madre. Willy solo alcanza a contarme que Toño le dijo: “Imagínate, voy a morir aquí, en el cuarto de mi infancia. Es como volver a los orígenes”. En medio del dolor, Toño murió al calor de la luz que lo alumbró en su niñez.
“Al borde de los 70 años estoy escribiendo unos poemas casi prenatales. Tengo la vívida memoria de cuando yo era niño y no podía moverme ni hablar, y me espantaba la enorme cabeza de mi madre hablándome por encima de la cuna. Ya tengo tres poemas sobre eso. Son terribles. Da vergüenza enseñárselos a mi mamá, que está viva y que me va a sobrevivir, con toda concha”. Dijo en una entrevista publicada en “Somos” el 1 de setiembre, casi premonitoriamente.
La manera de recordarlo
“Decir que Antonio Cisneros ha vivido la vida de un poeta sería invocar lo banal”, dijo William Rowe, peruanista británico y catedrático de la Universidad de Londres. “Más bien, ha vivido la poesía como exigencia de la verdad. El manejo cuidadoso de distintos tonos, de diferentes retóricas, y sobre todo el despliegue de la ironía caracterizan sus trabajos. Así nos colocan dentro de la historia pero también dentro de la vida íntima”.
Por mi parte, puedo decir que conocí a Toño cuando yo tenía apenas 20 años. Compartimos muchos momentos a lo largo de nuestras vidas, en los que a veces era brutal y a veces tierno. Parecía un centauro, o uno de esos caballos pura sangre, dispuesto a llevarse por delante al mundo entero. De alguna manera, lo logró.
Poema
“Perro negro”
Un perro. Un prado.
Un perro negro sobre un gran prado verde.
¿Es posible que en un país como este aún exista un perro
negro sobre un gran prado verde?
Un perro negro ni grande ni pequeño ni peludo ni pelado
ni manso ni feroz.
Un perro negro común y corriente sobre un prado ordinario.
Un perro. Un prado.
En este país un perro negro sobre un gran prado verde.
Es cosa de maravilla y de rencor.
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14 de octubre 2012
Cisneros, nuestro y ajeno
Por Ricardo González Vigil
La fama de Antonio Cisneros en el ámbito iberoamericano se inicia en 1968, cuando su gran poemario Canto ceremonial contra un oso hormiguero obtuvo el entonces consagratorio Premio Casa de las Américas, de Cuba.
En una reseña de la revista Caretas, en marzo de ese mismo año, Mario Vargas Llosa escribió: “hay un elemento racional que prevalece siempre en los poemas de Cisneros, un control de la razón sobre la imaginación y las emociones, y este es uno de los factores de la originalidad de su poesía, en un mundo, el de la poesía de lengua española, donde la tendencia predominante es más bien la contraria. Pero el hecho de que las ideas desempeñan un papel primordial en su poesía no ha restado a esta osadía imaginativa ni ha mermado su vitalidad”. Vargas Llosa no titubeó en erigir a Cisneros como un joven virtuoso de la nueva poesía en lengua española: “un libro de poesía singular, en la que admirablemente se condensan la observación inteligente y la dicción elocuente de la realidad que preocupa al poeta [...] una voz que ha conquistado una poderosa madurez”.
Cisne y búho
Precisamente, la editorial peruana Peisa —que reproduce la nota de la revista Caretas— brinda una edición conmemorativa de Canto... de este cisne peruano con mucho de búho por el componente reflexivo, socarronamente irreverente de su personalísimo lenguaje poético.
La edición de Peisa también incluye la nota breve, pero sustanciosa, del poeta mexicano Fayad Jamís, quien integró el jurado del premio cubano que consagró a Cisneros. Además de ponerlo en un lugar sobresaliente, detecta el componente peruano -mejor diríamos limeño- del humor del poeta: “Viejas crónicas o leyendas se convierten en materia viva y actual, y asuntos de nuestros días aparecen rodeados del aire de otros tiempos [...]. La palabra de Cisneros, que trabaja con una fruición que llamaríamos artesanal -y que se nos antoja muy dentro del espíritu de tradiciones peruanas-, nos comunica un humor entre tierno y corrosivo, y la alegría de estar en el mundo”.
Otras tres ediciones aparecidas en los últimos meses lo ratifican como el poeta peruano, de la Generación del 60, de mayor reconocimiento internacional. Nada menos que la Universidad Nacional Autónoma de México lanzó una versión aumentada (de 312 páginas) de “Propios como ajenos”, la única antología de Cisneros seleccionada por él mismo, y que ya contaba con tres ediciones peruanas. Esta incluye un epílogo del poeta y narrador Marco Antonio Campos, quien lo unge como “uno de los tres o cuatro poetas mayores vivos de la lengua española”.
También el Fondo de Cultura Económica, que ya le había dedicado en su colección Tierra Firme dos recopilaciones (agotadas), alberga en su nueva colección Aula Clásica una amplia “Antología”, a cargo de Peter Elmore. Añadamos la espléndida reedición, en España, de Como higuera en un campo de golf, en conmemoración de los 40 años de la primera edición.
Los juicios citados de Campos, Vargas Llosa y Jamís subrayan la importancia de Cisneros dentro de la poesía en lengua española, pero ya en 1967 Leonidas Cevallos, en su muestra Los nuevos, lo situó entre los forjadores de una nueva etapa en la poesía peruana, que rompe con la dependencia de la tradición hispánica y/o afrancesada, asimilando la poesía contemporánea de lengua inglesa. Este dictamen fue confirmado por Alberto Escobar en 1973, en su fundamental Antología de la poesía peruana.
Relieve internacional
Siendo nuestro, peruanísimo, limeñísimo, Cisneros es también universalísimo, gracias a sus imágenes y brillos expresivos. Fue nuestro poeta vivo más laureado: Premio Nacional de Poesía (a los 22 años), el mencionado Casa de las Américas, el Premio Cosapi de la Creatividad, el Gabriela Mistral de la OEA, el José Donoso (Chile), el Pablo Neruda (Chile) y el Southern Perú. Solo el gran Carlos Germán Belli registraba más antologías internacionales que él entre las voces vivas del Perú. Completando las apreciaciones citadas, Cisneros supo asimilar, principalmente, el legado de la poesía de la lengua inglesa sin caer en el exteriorismo. Y lo hizo de modo complejo y original, sumándole la sugerencia apoyada en detalles concretos y no en la ambigüedad de estirpe simbolista, que caracteriza a la poesía china de la dinastía Tang.
Vertiente burlesca
Más aun, se sitúa en la milenaria vertiente del “estilo bajo”, expresión griega y romana para lo irónico, lo grotesco y lo festivo: epigramas, sátiras, letrillas, el burlesco Tomé de Burguillos ideado por Lope, el desenfado de Quevedo, la ironía de Brecht y, sin duda, la desconfianza criolla ante el “contrato social” y el discurso “en estilo alto” (idealizador). Todo lo cual torna a Antonio Cisneros en una voz única entre las que, desde 1950, desacralizaron la poesía, dinamitando el lirismo sentimental, el heroísmo épico, la sublimidad trágica y la hondura metafísica de “las inmensas preguntas celestes”: la antipoesía de Nicanor Parra, la pobre musiquilla de Enrique Lihn, la poesía liberada de Jorge Eduardo Eielson y el canto villano de Blanca Varela, verbigracia. Un ejemplo mayúsculo: su fe católica enfatiza el cuerpo y la dicha terrena, en sintonía con la encarnación de Cristo verdaderamente hombre. “Es cosa muy difícil distinguir el manto compasivo de la Virgen de alguna terracita refrescante, con baldosas azules y jarras de cerveza, metiéndose en el mar”, escribe en “El náufrago bendito”, del libro Un crucero a las islas Galápagos.
Todo lo cual torna a Cisneros en una voz única que, desde 1950, desacraliza la poesía dinamitando el lirismo sentimental y la sublimidad trágica.
Peisa brinda una edición conmemorativa de “Canto...” de este cisne con mucho de búho por el componente reflexivo e irreverente de su lenguaje poético.
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14 de octubre de 2012
Lima después de Cisneros
Por Diego Otero
Más allá de la literatura, Lima es un poco más triste sin Antonio Cisneros. Algo se termina con él: una forma de la vitalidad que también puede ser perspicaz, incorrecta, sorpresiva, culta, incómoda y verdaderamente divertida. La ciudad ha perdido excentricidad y brillo, y la agudeza de un humor inquietantemente inteligente. En los últimos veinte años, entre la Calle de las Pizzas y el Gloton’s, Cisneros se convirtió en una máquina de hacer performances memorables, como para recordarnos (de paso) que Lima también merece intensidad y altura.
En el territorio estrictamente literario, las noticias no son demasiado alentadoras: con Cisneros se nos va el último de los grandes referentes de la poesía peruana, y no deja relevo. Pueden haber otros poetas notables, quizá hasta en vías de cristalizar obras maestras, pero por ahora no son referentes de dimensiones considerables; es decir, no cruzan la barrera del circuito habitual de lectores de poesía.
Cisneros captó imágenes, sonidos e ideas que tocan fibras en mucha gente, y que calan, que dejan marca, que acompañan. Pasan las generaciones y los jóvenes descubren, año a año, que se puede reír y sintonizar rock and roll al interior de un poema gracias a libros como Canto ceremonial contra un oso hormiguero o Como higuera en un campo de golf. También, descubren que se puede experimentar placer al interior de un poema. La poesía no es la casa del aburrimiento; tampoco, la de la sensiblería.
Alejandro Zambra, el escritor chileno más celebrado de las últimas generaciones, dijo alguna vez que ver a Cisneros leyendo poemas en el Palacio de la Moneda era como ver a los Rolling Stones. Una leyenda, un circo, un aquelarre y una fiesta. El paquete completo. Toda la paleta de sensaciones. Ningún poeta peruano vivo es (por ahora, al menos) capaz de alcanzar esa onda expansiva. Y sospecho que todo tiene que ver con el humor, el espíritu desafiante, la horizontalidad del diálogo.
Alguna vez, hace unos años, en una conversación informal, el crítico de arte Jorge Villacorta me dijo que a veces le parecía que muchos de los artistas más interesantes del Perú contemporáneo se habían formado de manera autodidacta y que sus estandartes eran nociones como libertad, espontaneidad, actitud. Juan Javier Salazar, esa especie de chamán y cronista de la Lima posterrorismo, afirmó alguna vez que los pintores peruanos creaban sus cuadros con regla cuando el Perú es un país hecho a pulso, chueco, con borrones. Esa también fue la actitud creativa de Cisneros; es decir, dejó las manchas, mostró los renglones torcidos, celebró el pulso. Construyó su obra a partir de esa suma de imperfecciones y destellos que es la cotidianeidad. Y supo entender exactamente qué información emocional requeríamos los peruanos (de hecho, Cisneros fue uno de los primeros en celebrar el poder potencial de nuestra gastronomía décadas antes del cacareado ‘boom’, y no creo que sea casualidad).
Por otro lado, Antonio Cisneros nos deja más lecciones. Su obra no es solo el reflejo de una antena que registra con gran sensibilidad todo lo que sucede en el barrio y en el mundo; también, es una obra que supo reinventarse: de libro a libro, desde Comentarios reales hasta Un crucero a las islas Galápagos, Cisneros encontró siempre un tono distinto, un nuevo punto de vista, un enfoque sorprendente. Más allá de cualquier interpretación, ese permanente desafío y ese rigor son una muestra de respeto hacia sus lectores y hacia su propia condición de escritor, una nobleza artística que se agradece. Ya se ha dicho que una de las características que definió al poeta fue su desesperada y brillante vitalidad: un hambre de vida conmovedor, ejemplar, que supo llegar también al corazón de su poesía. Recuerdo el final de ese poema escrito a propósito de la prematura muerte de Lucho Hernández, ese otro héroe solitario de la poesía limeña: “Perdóname Señor. Me aterra esa pradera inacabable. Sigo a la vida / como el zorro silente tras los rastros de un topo a medianoche”. Hasta pronto, viejo zorro. Quizá Lima no lo explicite demasiado, como ocurre frecuentemente, pero te extrañará.