Hablar desde el corazón
De las cosas más importantes – y más difíciles – que he aprendido a hacer en mi vida, hablar desde el corazón es una de ellas. Para mí hablar desde el corazón es atrevernos a decir lo que debe ser dicho. Es expresar las cosas como son, como las sentimos, como sabemos que debemos decirlas en un momento dado, sin distorsiones ni tapujos que puedan confundir el mensaje central. Es conectar con quien tenemos al frente a un nivel más profundo, más personal, más humano y decir con claridad – y muchas veces sin guión – aquello que es relevante o central para la comunicación en una situación dada. Es atrevernos a mencionar al elefante en la habitación, ese del que nadie quiere hablar.
Por ejemplo, reconocer el buen trabajo de un subordinado, colega, hijo, amigo o pareja – según sea el caso – requiere que hablemos desde el corazón y le digamos muy abiertamente – por supuesto con generosidad y apertura -, el orgullo y la satisfacción que sentimos por su trabajo o logro. Igual cuando debemos dar retroalimentación y plantear temas importantes que deben ser dichos en beneficio del crecimiento de las personas, pero que son potencialmente delicados o difíciles de escuchar, debemos hablar desde el corazón. O cuando lideramos a nuestra gente o familia frente a situaciones complicadas – o de cambio – que requieren alineamiento efectivo y comunicación valiente o para señalar sin miedo lo importante de la situación, sus riesgos o consecuencias. También es vital hablar desde el corazón cuando hay que “regañar” o reencausar a alguien y debemos hacerlo con cariño, pero con firmeza y claridad.
Pero muchas veces no hablamos desde el corazón por la inseguridad que pueda causarnos mostrar nuestra vulnerabilidad, quedar expuestos, ser juzgados o criticados. Otras veces no lo hacemos por temor a confrontar o terminar antagonizando con alguien, quizá por malas experiencias que tuvimos frente a situaciones que no salieron bien o se salieron de su cauce. Las mayoría de las veces simplemente no lo hacemos para no salirnos de nuestra zona de confort.
A mí me preocupa mucho tener siempre tacto, tino y la necesaria sensibilidad de no herir u ofender jamás a nadie. Por eso cuando hablo desde el corazón busco hacerlo siempre con un máximo de respeto y cuidado del otro, porque no todos estamos siempre listos o dispuestos a escuchar la verdad de manera directa o clara. Hablar desde el corazón requiere claridad además de propósito, saber bien lo que vamos a decir y el por qué queremos comunicarlo en un momento dado. ¡Y ponerse siempre en los zapatos del otro de antemano!
De mi experiencia, he aprendido que decir con transparencia y autenticidad lo que sentimos, – sin añadirle, quitarle o cambiarle nada a la verdad – es la mejor forma de generar positivas interacciones humanas de confianza mutua. Hacerlo facilita que la otra persona también se sienta cómoda de expresarse con libertad y apertura, y que de hecho lo haga con seguridad y confianza en nosotros.
He aprendido también que hablar desde el corazón requiere de auto confianza y seguridad personal. Es aventurarse a ser uno mismo, con coraje y hasta valentía. Pero tratar de ser uno mismo siempre – y así comunicarlo desde el corazón – nos cambia la vida para bien y nos da, sobre todo, paz con nosotros mismos y los demás.