Sueños de escritor
Nada más auspicioso que la obra sobreviva al escritor, nada más promisorio que una novela supere el tiempo y la vida. Pero de poco servirá tan magnífica trascendencia si las letras solo sirven para la distracción y la ligereza.
La trascendencia de una obra debe suponer la trascendencia histórica de una denuncia, solo aquella le da fuerza y gravitación. No es que proponga la narrativa como venganza o compensación, pero el regusto del creador es transponer los calendarios e imprimirle peso a toda acusación.
¿Y qué debe acusar el escritor? Los males de su tiempo, desde luego. Sin el añadido o sustancia de una ideología, las situaciones y personajes del presente deben ser puestos en el candelero de la Historia a través de una invención que sea, a la vez, una queja, una desazón, un grito destemplado, una señal de ira.
Los males abundan y perfilan las características de cada tiempo: la indiferencia, la maldad, la injusticia, la soberbia, la tiranía, el odio, la cosificación, el abuso. En mucho estos males están representados en personajes diversos, tornados en flecos o sombras.
Los políticos pueden transformar la realidad, los escritores tienen la opción de denunciarla. Si el canalla, el soberbio, el malvado, el vil son inmortalizados por una obra que sobrevive y supera a su autor, la literatura habrá vencido al mal.