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“Este año, los valientes han sido los pilotos”: Daniel San Román sobre el título de Lando Norris y lo que se viene el 2026 en la Fórmula 1
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Hay temporadas en la Fórmula Uno que se definen por el vértigo; otras, por la nostalgia; y algunas, como la que acabamos de vivir, por la incómoda sensación de que la lógica ha terminado imponiéndose de la forma menos romántica posible. Porque sí, este debía ser el año de la revolución: la temporada en que el reinado de Max Verstappen enfrentaba su mayor amenaza, el año en que McLaren llevaba meses avisando que la promesa por fin se volvía realidad. Pero sucede que en esta categoría, cuando todos esperan épica, muchas veces gana la estadística. Y cuando todos esperaban equidad, terminó imponiéndose un viejo fantasma: el sesgo de conveniencia.
La temporada arrancó como el tráiler de un blockbuster. La prensa hablaba de quiebre estructural, de un campeonato abierto, de la pareja de McLaren que estaba dispuesta a discutirle la corona al único monarca de la era híbrida que había sabido gobernar incluso en el caos. En las primeras carreras, Oscar Piastri parecía más que un proyecto convirtiéndose en la prueba de que el talento podía ser precoz sin llegar a ser ingenuo. Lando Norris, por su parte, hacía lo de siempre: convivir con su propio brillo sin ocultar la sonrisa.
Pero las épicas deportivas no se escriben solo con talento. Se escriben con decisiones. Y ahí empezó McLaren a sembrar dudas. Pequeñas. Silenciosas. Irrefutables. Piastri comenzó el año por delante: mejor ritmo en clasificación, mejor lectura de carrera, victorias que dolían a los demás (Bélgica, por ejemplo). Norris, con la serenidad que da saber que gran parte del paddock quiere verte campeón, fue encontrando su tempo. La duda nunca fue quién era mejor piloto (ambos lo son, cada uno a su manera), sino quién estaba siendo mejor acompañado por su box.

Porque un equipo no solo afina monoplazas; también afina narrativas. Y la narrativa que se instaló hacia mitad de temporada era la de una corrección natural. Como si el piloto británico, del equipo británico, en un campeonato con altísima visibilidad anglosajona en redes, estuviera destinado a ejercer un rol que la F1 aún no se atreve a cuestionar: el del heredero cultural. ¿Exageración? Tal vez. ¿Coincidencia? Puede. ¿Patrón? Que responda los hechos. En Monza, un pit stop lento de Norris obligó al swap: Piastri cedió la posición y perdió seis puntos que nunca recuperó. En Qatar, la no-parada bajo safety car le costó una victoria casi segura al australiano mientras Norris salvaba un cuarto puesto. En Las Vegas, la doble descalificación por plank igualó puntos, pero rompió el tendencia de quien venía remontando. Veintitrés puntos netos perdidos por decisiones del muro para Piastri en un campeonato que lo perdió por 13. Para Norris, el saldo fue positivo en la mayoría de los cruces. No es conspiración. Es patrón.
Lo cierto es que carrera a carrera, en esos momentos donde las decisiones duelen, Piastri acumuló errores que no eran suyos. Eran del box. Eran de estrategia. Eran de esa anatomía política que los equipos niegan en público y ejercen con la exactitud de un bisturí. La estocada final no fue un adelantamiento ni una bandera amarilla. Fue algo más callado: la sensación compartida en gradas, transmisiones y redes de que, en 2025, la lógica empezó a decidir lo que la pista no estaba tan dispuesta a conceder. Norris se impuso a Piastri no por un dominio aplastante, ni porque el australiano retrocediera en talento, sino porque McLaren se comportó como si la igualdad fuera una variable incómoda. Y así, lo que debía ser la coronación de una dupla histórica terminó siendo un recordatorio de que incluso en la F1 moderna esa que presume meritocracia algorítmica hay decisiones que huelen más a conveniencia que a competitividad. La monarquía se derrumbó pero quedó manchada por la sospecha tácita de que, cuando hay que elegir entre el piloto que emociona y el piloto que conviene, algunos equipos aún prefieren la bandera a la matemática.
Decía Graham Hill que la Fórmula Uno es el deporte donde el piloto debe ser valiente y el equipo, honesto. Este año, los valientes han sido los pilotos: Piastri rechazando órdenes explícitas en Abu Dhabi para cazar a Verstappen, Norris admitiendo en privado que sin su compañero nunca habría llegado tan lejos. La honestidad, en cambio, quedó atrapada entre las sombras de los briefings.Al final, la temporada 2025 no nos deja una épica, sino una pregunta que retumba: ¿qué pesa más en la F1 moderna el talento o la narrativa? En 2025, la lógica respondió. En 2026, con nuevas reglas y McLaren defendiendo el título de constructores, veremos si esa misma lógica permite que Piastri termine lo que empezó o si la narrativa vuelve a escribir el guion antes de que suene la bandera a cuadros. Mientras tanto, “God save the King”.








