Jorge Barraza

Entre los muchos y maravillosos códigos que posee este juego, hay uno que define la calidad de un futbolista con una frase simple, acaso redundante: “Es un jugador de fútbol”.

No hace falta agregar nada más, eso explica todo. Significa que sabe con la pelota, que tiene recursos, que piensa y es confiable; podemos dársela tranquilos, la devolverá limpia, redonda y precisa.

Chemo del Solar era un jugador de fútbol, Germán Leguía, ‘Chorri’ Palacios, el mismo Juan Reynoso, más atrás Ramón Mifflin...

Antes había en cantidad. Hablamos del sujeto que además de compañero puede ser socio, compadre, de quien va a descargar una pared como manda el manual, de quien juega por abajo y al pie o de pronto coloca una bola larga con ventaja.

De quien sale siempre apoyando y siente el toque como una verdad sacrosanta de este deporte. El que simplifica el juego y busca invariablemente al hombre más destapado.

Este retorno glamoroso de Nolberto Solano viene de perillas para que los chicos jóvenes, los que tienen menos de 30 años, sepan lo que es un jugador de fútbol. Estos jóvenes que no tuvieron la dicha de ver a los grandes cracks del pasado y hoy se encandilan con cualquier filibustero solo porque actúa en Europa. Esos jóvenes tienen ante sí una muestra clara de lo que es un verdadero jugador y no solo un producto mediático.

A partir de su simpleza, de su técnica de manejo y pegada, de su sabiduría para tocar al claro, Solano hace lo de los grandes: juega y hace jugar, usa todo el ancho y el largo del rectángulo, le da sentido a cada maniobra. Que quede claro: no es un pintor de brocha gorda, tiene un atril adelante.

Mirándolo a Ñol, los muchachos que apenas abren sus ojos al fútbol entenderán que todo lo que se dice de aquellos prohombres del pasado no son meras fantasías ni deformaciones del tiempo. Aquellos, los Chumpitaz, Meléndez, Muñante, Barbadillo, ‘Cachito’ Ramírez, Uribe, Oblitas, eran tanto o más que Solano. Ergo: jugaban en serio. Tomen esta muestra gratis cómo una lección inesperada, esclarecedora.

Queda, no obstante, la preocupación por el final de Solano en el campo. Padece los últimos minutos. Sin piernas, sin aire y sin fuerza. Nunca fue un portento físico y a los 35 años se nota que su rival más complicado es la propia humanidad. No está para dos partidos por semana, acaso no esté siquiera para 90 minutos de fricción. Habrá que tenerlo entre algodones y administrarlo sabiamente.

Acaso ese sea el elogio mayor para él: con el poco combustible que le queda despertó al fútbol de un país.