Debajo de una carpa de circo, a los 13 años, en Arequipa, su ciudad natal, Rosendo Huerta tomó la decisión de encarar la vida con los guantes puestos, luego de ver sobre un ring improvisado a un hombre robusto y un canguro boxeador.
Vivió entre Arequipa e Iquique en su primera juventud, fajándose con los más pintados. “Mi primera bolsa fueron dos soles”, dice en sus memorias, y uno no puede más que quedarse boquiabierto. Pero Rosendo Huerta fue haciéndose un nombre en Arequipa derribando contrincantes. Se corrió la voz de su habilidad para conectar mandíbulas y lanzar rectos.
En Iquique, Rosendo guardada algo del dinero de sus propinas para alquilar unos guantes y plantarse con otros muchachos. Su resistencia y su técnica fueron creciendo con el tiempo y así el deporte se volvió parte de su vida diaria.
Tras haberse fogueado con uno que otro boxeador por ahí, en 1916 tendría su primer combate serio, aún como aficionado. El Club A.B.C fue el lugar elegido para tal encuentro donde se vería las caras con Juan Sarmiento, conocido como ‘clubman’, quien era hasta siete kilos más grande que él. Con el sonido de la campana empezó la pelea. “Puedo decir con orgullo que no defraudé a los numerosos hinchas que fueron a alentarme. Peleé con fe y coraje”, narra en “Recuerdos de Rosendo Huerta, primer campeón peruano de boxeo”, libro que publicó en 1936, bajo el sello editorial del Banco Italiano de Lima. Después de cuatro rounds la decisión de los jueces fue declarar el combate en un empate.
Esa primera experiencia hizo que Huerta se preguntara si podría dedicarse al boxeo, pese a que hasta ahora no había recibido ninguna remuneración. “Me cuestionaba si valía la pena seguir con esto”, reflexionaba. Como aún era bastante joven, siguió entrenando e incluso llegó a ser nombrado maestro de gimnasia y boxeo en un Centro Social en Iquique.
En 1919 Rosendo y su familia regresaron a la Ciudad Blanca por los disturbios entre Perú y Chile. Este año marcaría un gran cambio en la carrera de Huerta: trató de vivir del boxeo. Con ese sueño en mente tuvo dos primeros combates en los que se le olvidó cobrar. Tras una primera victoria le dieron su primer pago. Sí, fueron dos soles. Algo sumamente descabellado para estos días.
Finalmente, en 1922 Huerta partió hacia la capital en búsqueda de seguir agrandando su leyenda. Unas semanas ahí fueron suficientes para que pactara su primera pelea contra el chalaco y favorito de la ciudad Pedro Parodi. El combate se dio el 28 de julio en el Circolo Sportivo Italiano siendo el primer espectáculo de boxeo que se realizaba en Lima. Pese a que las apuesta no favorecían a Rosendo en tan sólo tres rounds venció a su rival frente a la sorpresiva mirada de miles de espectadores.
En octubre de 1922, se le presentó la gran oportunidad. Se organizó el primer campeonato nacional de boxeo en el club Ciclista Lima. El arequipeño, que solía competir en peso mediano (66,6 kilos a 69,8 kilos), arrasó en las eliminatorias: ganó todos sus combates y llegó a la final, donde se enfrentaría con Justo Tello.
Lo anecdótico es que 10 días antes de la pelea, Rosendo Huerta enfermó de una fuerte gripe que le impedía entrenar. Por ese motivo, decidió no presentarse. Se generó tanto revuelo que los organizadores fueron a buscarlo a su casa. Lo desafiaron con una frase que lo sacó de su cama: “Dirán que te estás corriendo, porque le tienes miedo”
El púgil recobró energías y se levantó, convencido de montarse en el cuadrilátero. Rosendo Huerta besó la lona en tres ocasiones, pero se repuso y sacó ventaja en el cuarto round, enviando a su rival al suelo con un derechazo. Le contaron hasta 10 y fue incapaz de pararse. “Vi a miles de personas rugiendo y aclamándome como su ídolo”, dice en sus memorias. Salió cargado en hombros y fue paseado por el Jirón de la Unión y la Plaza de Armas. Rosendo Huerta había sido anunciado como el gran primer campeón peruano de boxeo ante una multitud enloquecida.
Su legado
Percy Huerta, el menor de los cinco hijos de Rosendo, es el guardián de la memoria de su padre. Tiene 80 años y la soltura para contar anécdotas con coherencia y gracia. En la sala de su casa, Percy muestra con orgullo y alegría los álbumes, recortes y fotos de su padre. Conoce cada pasaje de su andar boxístico, como si hubiese sido suyo y como si no hubiesen pasado 100 años desde aquella épica.
“Mi papá era valiente, muy valiente”, remarca. Rosendo Huerta falleció el 6 de agosto de 1983, a los 83 años. Se marchó tres años después de ser galardonado con los Laureles Deportivos en el grado de Caballero. Más allá de su trayectoria, Huerta formó una familia con cinco hijos que lo admiraron más que nadie. Les enseñó a boxear no para que siguieran sus pasos sino para que supieran cómo defenderse en la cotidianidad.
“En la calle, la gente lo saludaba, lo reconocían, le pasaban la voz. Incluso tras su retiro seguía siendo un referente”, cuenta. Percy podría hablar sobre el campeón de los medianos, que además le dio la vida, durante horas.
Entonces se le entrecorta la voz y se le humedecen los ojos. “Hablar de mi papá me genera mucho orgullo. Quiero que se le recuerde como el gran campeón que fue”, sentencia. Es la escena de un hijo que a pesar de los años percibe a su padre como su gran y único héroe. En sus 15 años de carrera profesional, donde se impuso 42 veces por KO, Huerta viajó a Chile, Colombia, Argentina y Bolivia. El título que obtuvo en 1922, lo mantuvo por casi cinco años. Colgó los guantes a los 32 años. Luego se dedicó a enseñar las artes del deporte de las narices chatas en clubes privados y regimientos de las Fuerzas Armadas. Desde el Ejército hasta la Base Aérea de Ancón.
En este mes que se marcha, se cumplieron 100 años desde que un arequipeño corajudo ganó el honroso cinturón de ser el primer campeón del boxeo nacional. Un trofeo para toda la vida.
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