José Antonio Bragayrac

Ibáñez resucitó a Perú en las condiciones más favorables. Fue el desfibrilador sentimental de una selección que perdía el pulso tras dos años de masacre conceptual y que encontró en Bolivia a un rival discreto y limitado, idóneo para adquirir confianza y mejor fútbol en la recta final de las Eliminatorias. El exarquero también coincidió con la recuperación de un hábito perdido desde la decadencia de Cueva: la aparición de un conductor impoluto con la pelota como Carrillo. Con ese aderezo, tan escaso en los fallidos procesos de Reynoso y Fossati, a la selección peruana le alcanzó para cocinar el triunfo. ¿Alcanzará para ganar en Maturín?