Evans Avendaño

Lamentablemente, existe una desconfianza en los ciudadanos hacia las grandes corporaciones. Se tiende a pensar que son entidades inherentemente deshonestas que tratan de extraer todo el valor a sus clientes, eludir el pago de impuestos, perjudicar a sus empleados, o eliminar la competencia. En general, anteponer el lucro por sobre la ética empresarial.

Es innegable que algunas corporaciones han tenido esas intenciones, pero no es la regla común, sobre todo en aquellos países cuyos sistemas económicos se fundamentan en el libre mercado, en el respeto a la propiedad privada y que han desarrollado instituciones que respetan el Estado de Derecho. No es una paradoja que las naciones que han desarrollado estos tres pilares generan mayores niveles de confianza y cooperación recíproca, generando así un mayor dinamismo en las relaciones comerciales.

Pero son precisamente estas grandes corporaciones las que mayor prosperidad han originado en sus entornos. Las economías de escala y los precios más bajos que pueden alcanzar han generado que un gran número de consumidores puedan permitirse bienes que, de otro modo, hubieran estado fuera de sus posibilidades financieras. Esta democratización del consumo genera mayores niveles de calidad de vida.

Las grandes empresas, en promedio, pagan salarios más altos y ofrecen beneficios y condiciones laborales superiores en comparación con las empresas más pequeñas debido a que, en la medida en que se expanden, sus niveles de productividad aumentan. Asimismo, las grandes empresas son formales y contribuyen significativamente con el pago de impuestos para que el Estado funcione. Según datos de la Sunat, los principales contribuyentes aportan con el 80% de la recaudación tributaria.

En una economía de mercado, los salarios están correlacionados precisamente con la productividad del trabajador. Ergo, políticas públicas destinadas a incrementar o en su defecto a no interponerse en el desarrollo de la productividad de un negocio, y en buscar las economías de escala necesarias, son fundamentales para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos.

Una mayor regulación gubernamental sobre las empresas influye no sólo en que éstas sean menos productivas, sino que además hace que sea más difícil que sus trabajadores tengan mejores salarios y condiciones. Asimismo, cuanto más regula el Estado, esto favorece a las grandes corporaciones con amplios departamentos de cumplimiento regulatorio, en desmedro de aquellas de menor escala. La regulación constituye una especie de costo fijo, desalentando la entrada al mercado, incentivando la informalidad y generando mayores índices de concentración de mercado.

No solamente debemos desregular, sino también maximizar la canalización del uso de los recursos, evitando proteccionismos y dejando que sean los consumidores, quienes votan con su billetera, los que determinen quiénes son los perdedores y ganadores. Son ellos quienes llevan a cabo el proceso de “destrucción creativa” en el libre mercado.

Evans Avendaño Gerente general de Aeropuertos del Perú, miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Directivo de ACI-LAC y miembro de Es Hoy

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