“La Mar es el mejor hombre del mundo, porque es tan buen militar como hombre civil. Es lo mejor que yo conozco”, dijo Simón Bolívar. Ese es el “San Martín viejo”, me dijeron unos peatones bonaerenses, cuando pregunté por una linda escultura que me encontré en la plaza Grand Bourg de Buenos Aires. La obra de arte asemejaba un abuelo jugando con sus nietos, y, en efecto, lleva por nombre “el abuelo inmortal” y representa al libertador José de San Martín, en su largo exilio parisino, alternando con sus nietas María Mercedes y Josefina Dominga.
No voy a entrar a la maraña de intrigas políticas que hicieron que tres de los principales próceres americanos, también Simón Bolívar y Bernardo O´Higgins, muriesen en el exilio, negados por las patrias que alumbraron. Sin embargo, existe otro aspecto en común entre ellos y es que a los tres, póstumamente, la historia los reivindicó.
Pero esta reflexión se titula El Prócer Olvidado porque refiere a José de la Mar, libertador indiscutible del Perú, forjador de la patria peruana, a quien las intrigas políticas alejaron de su país como a los otros mencionados y que también murió en el exilio, en San José de Costa Rica, un 11 de octubre, del año 1830, hace 190 años. La diferencia es que a La Mar la historia no lo reivindicó. Sí, sí está en nuestro panteón de próceres de la independencia, como un prócer más, pero no como nuestro prócer, como el prócer peruano. En realidad, no tenemos hasta hoy un prócer peruano, nuestros dos “verdaderos próceres” son extranjeros, si no me creen realicen una encuesta, cualquier encuesta y observen los resultados: San Martín y Bolívar.
Como los dos mencionados, José de la Mar inició su carrera militar en las armas españolas, pero patriota como era abraza la causa independentista en 1821 y lucha bajo el mando de José de San Martín. En 1822 fue nombrado Presidente de la Primera Junta Gubernativa y, como tal, es el primer presidente constitucionalmente electo de nuestra historia. Seguidamente, La Mar sufrió un duro revés militar en la Primera Expedición a Puertos Intermedios; fue en tales circunstancias que fue depuesto de su cargo a través del Motín de Balconcillo, liderado por José de la Riva Agüero.
José de la Mar se reintegró al servició militar de la patria en enero de 1824, convocado por el Dictador Vitalicio Simón Bolívar y recibió el encargo de organizar, en Trujillo, el primer ejército del Perú. Al frente de éste, participa de la decisiva batalla de Ayacucho, del 9 de diciembre de 1824, recibiendo y resistiendo las fuerzas bajo su mando el ataque más feroz de los realistas, así como contratacando y decidiendo, con su legión peruana, la contienda que selló la independencia de América. Al respecto, dijo en parte de guerra el Comandante en Jefe de las fuerza patriotas, Antonio José de Sucre: “Cumplo el agradable deber de recomendar a la consideración del Libertador, a la gratitud del Perú y al respeto de todos los valientes de la tierra, la serenidad con que el señor general La Mar ha rechazado todos los ataques a su flanco y aprovechado el instante de decidir la derrota”.
José de la Mar nació en Cuenca, en 1776, audiencia colonial española que se devaneó entre el Virreinato peruano y el Neogranadino. Quizá por esta razón, tan mezquina como anacrónica, hoy nos neguemos a otorgarle el lugar que le corresponde en nuestra historia y carezcamos de un prócer propio a la altura de Bolívar o San Martín. Lo cierto es que el 9 de junio de 1827, el Congreso del Perú lo eligió nuevamente Presidente de la República, responsabilidad que aceptó sin dilación pero que ocasionó el recelo y posteriores conspiraciones de caudillos militares como Agustín Gamarra y Andrés de Santa Cruz.
A inicios de 1829, La mar tuvo que librar una guerra contra La Gran Colombia. Esta pretendía anexarse Tumbes, Jaén y Maynas, mientras que la Mar buscaba confirmar la peruanidad de Guayaquil. Los resultados del enfrentamiento, aunque no decisivos, le fueron adversos a nuestro mariscal, situación aprovechada por Agustín Gamarra para perpetrar un golpe de estado y deportarlo a Costa Rica a mediados de 1829, donde fallecería un año después, el 11 de octubre de 1830, hace 190 años.
No pretendo con estas líneas, señalar que José de la Mar es el único prócer peruano de la Independencia. El mismo Agustín Gamarra, también vencedor en Ayacucho, o Andrés Razuri, héroe en Junín, podrían serlo. Pero en José de La Mar, al hombre de armas y a la gesta militar, se le suman el irrestricto y sumiso respeto al orden constitucional y los valores ciudadanos desde los cuales debemos erigir la República Bicentenaria. Por eso he querido recordar, 190 años después de su solitaria muerte en San José de Costa Rica, a nuestro Prócer Olvidado.
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