El misterio de la resurrección de Cristo es celebrado por el cristianismo hace más de dos mil años, pero el origen de la creencia en una vida más allá de la muerte se pierde en la noche de los tiempos. Teólogos y científicos están de acuerdo en que hace aproximadamente 80.000 años, el homo sapiens tomó conciencia de que iba morir. Eso lo diferenció del resto de animales, y lo llevó a preguntarse si había una existencia posterior a esta vida. Así nacieron los ritos funerarios y los entierros. Y con el correr del tiempo —en sociedades agrícolas antiguas—, los ciclos vinculados con la siembra, el florecimiento y la cosecha no solo estaban asociados con los solsticios y equinoccios, sino también con diversas creencias. Se dice que un dios fenicio como Melkart, venerado dos mil años antes de nuestra era, moría cada verano con el fin de las cosechas y resucitaba en la primavera con el florecimiento de las plantas. Por eso, esta deidad era considerada como símbolo de fertilidad y vida.
Las mismas características eran otorgadas a Osiris, quien para los egipcios antiguos fue el creador de la agricultura y la religión. Según el relato mítico del filósofo griego Plutarco (siglo I), Osiris fue engendrado por Rea (Nut), la diosa del cielo, y por Cronos (Geb), el dios de la tierra. Casado con su hermana Isis, trajo la civilización a Egipto. Les enseñó a los seres humanos a labrar los campos, a pescar y a construir templos, pero pronto fue víctima de la envidia de su hermano Tifón (Seth). Durante un banquete, este le tendió una trampa y lo encerró en un cofre que arrojó al río Nilo. El cuerpo inerte de Osiris fue rescatado y escondido por Isis, pero pronto Tifón lo descubrió y enfurecido lo cortó en 14 pedazos que diseminó por todo Egipto. Conmovida, la viuda se dedicó a reunir los fragmentos y con la ayuda de su hermana gemela Neftis, devolvió a Osiris a la vida. A partir de entonces, el dios reinó sobre los muertos.
“Todos estos relatos son ciclos que tienen que ver con la agricultura, algo que nosotros, aquí en el mundo andino, también conocemos. Uno siembra, la planta madura y luego desaparece para volver a regresar. Ahí está la cabeza del inkarri (el mito del inca despedazado) que va a ser sembrada porque de ahí volverá a nacer una cosa nueva”, dice la doctora en teología y profesora sanmarquina Dorothea Ortmann. “La idea de resurrección —agrega— tiene su origen en el mundo judío antiguo y luego pasa al cristianismo. En el mundo judío, uno entra en el reino de las sombras, al sheol, como en el mito de Isis y Osiris, porque simple y llanamente uno regresa a sus antepasados”.
“En el hinduismo y en el budismo —explica Ortmann— se habla de la reencarnación, y significa que uno tiene que volver a nacer. Esto la gente en occidente lo entiende como algo bonito, pero en la tradición hindú se trata más bien de una condena. La idea del hindú y del budista es deshacerse de todo lo que nos ata a este mundo, por eso uno debe salir de ese círculo de la reencarnación, y prepararse para el mundo metafísico que es el mundo de Brahma, donde ya no hay nada concreto y uno tiene que diluirse en el cosmos. Esa es la idea de la salvación en el hinduismo y en el budismo”.
La trascendencia cristiana
“El término resurrección es una palabra particular en el cristianismo y, en todo caso, esta es la primera religión que asume doctrinalmente la resurrección como un elemento fundamental de la fe”, dice el sacerdote jesuita Edwin Vásquez Ghersi. En su opinión, el descubrimiento del deseo de trascendencia en el homo sapiens fue fundamental para su evolución. “Cuando el sapiens en lugar de dejar a sus muertos a la intemperie para que se pudrieran, los entierra, ahí se genera un gran cambio. Ahí va surgiendo la creencia de una vida más allá de la muerte. Si todavía la religión tiene algo que decir es sobre esa condición metafísica del ser humano que busca ir más allá de sí mismo y aspirar a algo más”, reflexiona el padre Vásquez Ghersi, quien también es decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
“Pero la pregunta de la resurrección cristiana —añade— nos trae al tema de la Semana Santa, cuando el sábado por la noche y la madrugada del domingo se produce ese evento que se recuerda cada año y es la culminación de todo un proceso que Jesús asume voluntariamente. El evangelista Juan destaca que, en el diálogo con sus discípulos, Jesús dice: ‘a mí nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente’. Él muere como consecuencia de su modo de vida, una vida entregada a su padre para cumplir con la misión que había recibido: comunicar el mensaje de salvación, que es un mensaje de justicia, de igualdad, de una vida de confianza en Dios. Luego, la teología dice que Jesús muere para salvar a los seres humanos de sus pecados y restituirles el paraíso perdido, como era en el principio”.
La eternidad futura
“¿Como entender en términos actuales la idea de la resurrección?”, les pregunto a Ortmann y al padre Vásquez. “Es pensar que el yo va a mantener su identidad como persona, más no se debe creer que uno regresará con su cuerpo físico. Este es un hecho muy importanrte porque mucha gente hoy no dona órganos porque piensa que para la resurrección el cuerpo tiene que quedarse intacto”, dice la profesora sanmarquina.
Por su parte, el sacerdote jesuita comenta: “No es fácil entenderla en el contexto occidental posmoderno porque en la sociedad secularizada la vida es lo que es. La trascendencia no es un tema en la sociedad secular. Tal vez una manera de enfocar la resurrección hoy sea estos intentos de recurrir a las biotecnologias para superar la enfermedad. Autores como Yuval Noah Harari, en su libro Homo Deus, dicen que ese es uno de los temas centrales del futuro de la humanidad, el vencer a la muerte. Es decir traer la vida eterna al presente”.
Mientras proyectos científicos como Gilgamesh, inspirados en el héroe que buscó infructuosamente vencer a la muerte, apuntan en esa dirección marcada por Harari, el relato bíblico nos dice que al amanecer de un domingo como hoy unas mujeres llegaron al sepulcro de Jesús con especias aromáticas y lo encontraron vacío. Entonces, solo escucharon una voz resplandeciente que les dijo: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?”. Ahí empezó el cristianismo.
En el Perú prehispánico los ritos funerarios y la creencia en un más allá queda demostrada por el descubrimiento de elaboradas tumbas como las de Sipán o Cao, en las que un hombre y una mujer nobles fueron enviados al otro mundo ataviados no solo con joyas y vestidos, sino también acompañados por quienes los servían en vida. No se trata de una resurrección, sino de una existencia que se prolonga en otro plano, pero que se encuentra conectado de alguna manera con el presente. El antropólogo Luis Millones en Después de la muerte. Voces del limbo y del infierno en territorio andino (2010) menciona esta relación al afirmar que los tres universos míticos andinos, el hanan pacha (mundo de arriba en el que habitaban los dioses), el uku pacha (mundo de adentro, de donde vienen los padres originarios y al que van los muertos y del que brotan las plantas) y el kay pacha (este mundo) están conectados. “Como sucede en otras religiones, los seres celestiales, los seres de la oscuridad y nosotros, somos todos parte de un sistema de relaciones que se nutre de intercambios, bajo normas de compromiso (…) que se deben cumplir so penas de castigos”.
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