Tenemos que remontarnos a los últimos años del Virreinato para conocer el origen de la plaza Dos de Mayo. El 6 de enero de 1799, el entonces virrey del Perú, Ambrosio O’Higgins, marqués de Osorno, inauguró la Portada del Callao en el óvalo de la Reina, en homenaje a Carlos IV. Era una puerta de triple arco, de estilo neoclásico, la nueva entrada a Lima desde el camino al Callao, la futura avenida Colonial. Junto a la Portada de Maravillas, era la más hermosa de la antigua muralla, inspirada acaso en la Puerta de Alcalá, mandada a construir por Carlos III en 1778, y que servía de ingreso principal a la ciudad de Madrid.
Con la demolición de la muralla, iniciada en 1869, fueron también desapareciendo sus puertas. Así, la Portada del Callao fue derruida en marzo de 1874 para dar paso a un nuevo monumento de inspiración cívica que rendía homenaje a la victoria sobre la flota española en el Callao el 2 de mayo de 1866. Diseñado en París por el escultor Louis-Léon Cugnot y el arquitecto Edmond Guillaume, con sus mármoles trabajados en Carrara (Italia) y sus bronces fundidos en los talleres Fhierar (Francia), el monumento que pronto se convertiría en el más imponente de nuestra capital estaba coronado por la estatua de la Victoria —similar al Genio de la Libertad de la plaza de la Bastilla de París—. Fue inaugurado en ceremonia popular el 29 de julio de 1876.
(Foto: Consuelo Vargas)
La instalación de este monumento respondió también a otros factores. Uno tenía que ver con que el espacio urbano debía servir a la construcción ideológica de la nación. A esto respondían el cambio en la nomenclatura de calles o a la imposición de esculturas ornamentales sobre antiguos espacios de origen virreinal: una nueva estética del progreso. A nivel urbano, de otro lado, la nueva plaza funcionaría como eje hacia nuevas avenidas radiales amplias, al estilo boulevard, siguiendo el modelo parisino del barón Haussmann. Las futuras avenidas La Colmena y Alfonso Ugarte la conectarían con otros ejes, las plazas San Martín y Bolognesi, respectivamente.
Estos proyectos urbanos tardaron unos 50 años en consolidarse, en gran parte por el estallido y las penosas consecuencias de la guerra con Chile. El monumento al 2 de Mayo quedó rodeado por una explanada de tierra y por modestas viviendas de una sola planta, hasta que llegaron las obras por la conmemoración del Centenario de la Independencia. En 1924, cuando se cumplían cien años de la batalla de Ayacucho, el empresario Víctor Larco Herrera se encargó del embellecimiento del entorno. El gobierno de Augusto B. Leguía le cedió el terreno necesario para hacer posible la remodelación, que incluyó la instalación del servicio de agua y desagüe y la pavimentación de concreto asfáltico.
Se construyeron ocho estupendos edificios de tres pisos, muy parecidos pero no idénticos entre sí, coronados con tejados en forma de mansardas. Cada uno albergaba departamentos con amplios ventanales, techos altos, vitrales, escaleras y balcones de madera. Los planos originales fueron diseñados por el arquitecto francés Claude Sahut, modificados luego por Ricardo Malachowski. La obra quedó bajo la dirección de Ricardo A. Cox. Con este esfuerzo, Lima obtuvo un elegante salón urbano que evocaba las plazas parisinas.
(Foto: Consuelo Vargas)
Pero a partir de la segunda mitad del siglo pasado, en un momento difícil de precisar, fuimos testigos de la penosa decadencia de la plaza, de sus edificios y su monumento. Las viviendas se tugurizaron, y comenzaron a instalarse locales comerciales, talleres y sedes de gremios sindicales y partidos políticos. Asimismo, no tardaron en aparecer depósitos de todo tipo de mercadería.
Y ya ni qué decir de la escultura, que antes de llegar a Lima había sido apreciada por el público francés en la avenida de los Campos Elíseos, en 1872, frente a la puerta central del Palacio de la Industria. Víctima del vandalismo, hoy está descuidada, con sus piezas de bronce cubiertas de pintura negra, cuando deberían lucir debidamente pulidas bajo la supervisión de personal especialista en conservación.
(Foto: Consuelo Vargas)
No olvidemos, por último, que la plaza Dos de Mayo ha sido víctima de incontables marchas, mítines y manifestaciones políticas y gremiales. Todos ellos, junto a distintas formas de esparcimiento dominguero, han atentado contra sus cualidades estéticas. Los últimos dos incendios no son más que la cruel consecuencia de este injusto maltrato, una afrenta a quienes hace una centuria se esmeraron por darle a Lima un espacio digno, de calidad, a la altura de las grandes capitales del mundo.
El grado de civilización de una sociedad también se mide en cómo aprecia su patrimonio cultural, y la plaza Dos de Mayo es hoy uno de los símbolos de esa desidia y malquerencia que hay en el país con su legado. ¿Así pretendemos llegar al Bicentenario? Recordemos que nuestra plaza es única e insustituible.
Estamos aún a tiempo de rescatarla.