
Más que solo una reseña de “Anora”, sirva este espacio para comentar en conjunto la filmografía de su director, Sean Baker (New Jersey, 1971). Fue en el 2000 que estrenó su primera película, “Four Letter Words”, una comedia en la que exhibía su buen ojo y oído para el lenguaje y las actitudes de un grupo de jóvenes estadounidenses.
Pero no sería sino a partir de su segundo largometraje que comenzaría a revelar lo que se ha convertido en un estilo bastante coherente: “Take Out” (2004), codirigida con Shih-Ching Tsou, es un estupendo ejercicio de cine austero. Es el seguimiento, a lo largo de un día, de un migrante chino indocumentado que trabaja como repartidor de comida en Nueva York. Una cinta de dinámica simple, que ve a su protagonista moverse en bicicleta entre el restaurante y los departamentos adonde va a hacer las entregas.
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Su siguiente trabajo (tal vez el mejor de su carrera) fue “Prince of Broadway” (2008), en el que volvió al tema del migrante. En este caso, un joven africano dedicado al contrabando de ropa cuya vida da un giro inesperado: una de sus exparejas aparece de pronto para decirle que él es el padre de su hijo. Y le deja al pequeño a cargo. La sensibilidad que le imprime a este relato vertiginoso, filmado con una inquieta cámara en mano, ya daba indicios de estar frente a un autor de enorme talento.
Luego vendrían otros títulos también enfocados en personajes habitualmente marginados: una joven sin estabilidad que desarrolla una extraña amistad con una viuda octogenaria (“Starlet”, 2012); una prostituta trans que acaba de salir de prisión y busca ajustar cuentas con su expareja (“Tangerine”, 2015); la madre soltera que intenta sobrevivir junto a su pequeña hija en la habitación de un motel (“El proyecto Florida”, 2017); o el actor porno en decadencia aspira a reconstruir sin saber muy bien cómo hacerlo (“Red Rocket”, 2021).
Todos los caminos confluyen hacia “Anora”, la cinta sobre una stripper (Mikey Madison) que conoce a un joven millonario ruso y cree –equivocadamente– estar viviendo un cuento de hadas. Al igual que en sus anteriores películas, Baker muestra un amor auténtico por sus personajes: por más fracasos o falencias que enfrenten, siempre los retrata con dignidad, empatía y hasta tierno humor. En su obra no hay lugar para el miserabilismo o el enseñamiento cruel de sus destinos.
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“Anora” no es necesariamente la mejor de sus películas, pero sí una que demuestra que, incluso con más recursos, Baker mantiene su impronta ‘do it yourself’ (en estos Óscar, él mismo está nominado en su faceta de director, productor, guionista y editor). Su convicción de seguir enarbolando la bandera del cine independiente parece hoy más urgente que nunca, con una industria que actúa como aplanadora de la libertad creativa y de cualquier propuesta alternativa imaginable. Tan solo por eso, y por el mensaje que pueda transmitir a otros proyectos como el suyo, su eventual victoria en los Óscar sería para aplaudir.











