En la Europa de la posguerra, la ciencia buscaba explicar las partes más pequeñas de la materia. Grupos de científicos del prestigioso King’s College de Londres trataban de descubrir el origen químico de la vida. Era como acercarse un poco más a Dios. Por eso, significó toda una revolución cuando apareció en Nature, el 25 de abril de 1953, el artículo firmado por el estadounidense James Watson y el británico Francis Crick. La estructura de doble hélice de la molécula de ADN había sido descubierta y, con ello, la posibilidad de conocer cómo estaban programados los seres vivos.
Sin embargo, detrás de este hallazgo, estaba también el nombre de Rosalind Franklin, una joven científica de origen judío, quien también firmaba un artículo en la misma edición de Nature, en el que llegaba a conclusiones similares, pero que eran presentadas como adicionales, como una convalidación de los hallazgos de sus pares varones. Lo que no se sabía era que Watson y Crick no habrían llegado a buen puerto en sus investigaciones sin los descubrimientos que ella había realizado en el campo de la cristalografía.
* * *
Rosalind Franklin nació en Londres un 25 de julio de 1920. Era la segunda de cinco hermanos. Su padre era un banquero judío, lo cual le permitió gozar de una educación privilegiada. Desde niña, se interesó por la ciencia y, según contó una de sus hermanas —mucho después—, nunca aceptaba una creencia que no estuviera amparada en la lógica. Después de la escuela, logró ingresar a la Universidad de Cambridge para estudiar Química y luego —tras la guerra— entró a trabajar en un laboratorio en París. Ahí se interesó por la cristalografía. “Una técnica que se emplea hasta hoy para conocer la estructura tridimensional de las moléculas. Como se sabe, estas son tan pequeñas que no pueden ser vistas a veces ni siquiera por microscopios electrónicos, pero tienen formas que determinan su función. Por eso, se cristalizan para ser observadas por difracción de rayos X; eso es lo que hacía Rosalind Franklin”, explica Mónica Pajuelo, jefa de la carrera de Química y Farmacia de la Universidad Peruana Cayetano Heredia.
Debido a sus conocimientos en esta disciplina, el director del King’s College la convocó como investigadora y le asignó un colaborador. En este centro, ella logró captar la famosa foto 51, una mancha circular en cuyo centro aparecían las hélices de la molécula de ADN, una hazaña conseguida en medio del recelo de sus colegas varones. Uno de estos científicos, Maurice Wilkins, con quien ella no se llevaba bien, fue el que enseñó los trabajos de Franklin a Watson y Crick, incluida la fotografía 51 que los convenció de que sus sospechas eran ciertas.
“La foto en sí misma no dice mucho si no se hacen unos cálculos numéricos para conocer la estructura de la molécula, y Rosalind había hecho ese trabajo —explica Mónica Pajuelo—, y lo mostraba en conferencias. Watson y Crick usaron esos cálculos para hallar la estructura del ADN y, aunque le agradecen por su colaboración, no le dieron los créditos de los cálculos. Ahí está el quid del asunto”.
* * *
La etapa en el King’s College terminó para Rosalind en 1953 sin mayores reconocimientos. Ya en otro laboratorio, empezó a investigar en los virus de la polio y del mosaico del tabaco. Durante un viaje por Estados Unidos, en 1956, cae enferma y es diagnosticada con cáncer de ovario. Se somete a tres operaciones y sesiones de quimioterapia, pero su cuerpo no resiste más. Rosalind falleció a los 37 años, el 16 de abril de 1958. Cuatro años después, el mundo aplaudía a Watson, Crick y Wilkins, quienes, orgullosos, recibían el Premio Nobel de Medicina por sus hallazgos en la estructura del ADN.
Solo con los años, los tres científicos valoraron el trabajo de Rosalind. Hoy en Nueva York existe la Sociedad Rosalind Franklin, que promueve el trabajo de las mujeres en la ciencia. Ese también es su legado.