Nuestro país —todos lo sabemos y estamos orgullosos de ello— es rico y diverso en saberes, sabores, sonidos y colores. Ahora que celebramos los cien años de Víctor Humareda es bueno verlo no solo como el gran pintor admirador del postimpresionismo francés, sino también como el primer artista que descubrió los colores de la vieja y, sobre todo, nueva Lima (aquella Lima de las primeras grandes migraciones, la del cerro San Cosme y La Parada, la del mundo provinciano que venía con todo su exuberante pantone vernacular). Si Chacalón nos enseñó la música que realmente baja de los cerros, Humareda fue el primero en mostrarnos sus verdaderos colores.
Nacido en la provincia de Lampa, Puno, en 1920, Humareda no esperó mucho para iniciar su propia historia de migración. Con solo 19 años, decidió fugar de su hogar para emprender la aventura en la gran capital. De todos los caminos posibles, Humareda opta por el de artista e ingresa a la Escuela Nacional de Bellas Artes. Es el momento en el que el indigenismo, dirigido por José Sabogal, era hegemónico en la escuela, pero eso cambiaría pronto cuando la dirección pasó a los pintores “independientes”.
De esta manera, en su formación artística, estuvieron presentes tanto la influencia de la mirada hacia el Perú profundo, campesino y popular, que proponían los indigenistas, como el afrancesamiento vanguardista promovido por el grupo independiente.
La ciudad como personaje
Aunque, en un principio, en la pintura de Humareda primaron los grises y marrones a lo Goya, poco a poco el color iría cobrando importancia, sobre todo, a partir de la mudanza del artista, en 1954, al hotel Lima, en pleno corazón de La Parada. En este espacio, Humareda descubrirá el universo múltiple y marginal, pero también emergente y emprendedor de los provincianos que, como él, se ubicaban en los extramuros de la ciudad.
Es en esta década que Humareda se convierte en el pintor de una Lima personalísima. Su paleta está fascinada por la explosión de colores de artistas como Toulouse-Lautrec, Van Gogh y Gauguin. Humareda pinta la ciudad, desde sus rincones más tradicionales como Barrios Altos o Barranco hasta los entonces nuevos y pujantes como San Cosme y La Parada, con la mirada de un colorista nato, pero también con la del artista que considera que las calles, las casas, los espacios también tienen alma y sienten. La ciudad se convierte, por primera vez en la pintura peruana, en un personaje más que un “paisaje” o un “fondo”. Nadie había encontrado tanto color en Lima como él y este va a ser uno de sus legados más importantes, que, además, abriría al arte peruano a una nueva estética.
Los herederos
A partir de Humareda, se produce un quiebre en la forma de retratar la urbe. Un nuevo arte pop/ular urbano aparecería y el primer artista que va a continuar ese legado va a ser Enrique Polanco. Él conoce en la Escuela de Bellas Artes a Humareda, quien iba eventualmente a visitarla y conversar con los estudiantes. Una profunda amistad surgiría entre ambos pintores y, desde entonces, el hotel Lima se convertiría en la verdadera escuela de Polanco. “Yo siempre he dicho que quien me inyectó el amor por la pintura fue Humareda. Quizá lo más valioso que me brindó fueron sus conversaciones sobre el arte, el color, la historia”, refiere el artista. Las conversaciones se unieron a las caminatas por La Parada y el cerro San Cosme, cuyo color y vitalidad Polanco absorbería furiosamente.
Con Polanco, el cromatismo desbordado para retratar la urbe dejaría de ser una novedad. Otro artista que seguirá una línea colorista y personal será Piero Quijano: “Quizá lo que une a artistas como Humareda, Polanco y yo mismo sea la preocupación por lo urbano y lo popular, aunque lo trabajemos de una manera distinta”.
Años después, un artista amazónico se influenciará por el cromatismo de Humareda, Christian Bendayán. “Humareda fue uno de los primeros artistas que admiré”, recuerda. Sobre la importancia de su obra, comenta: “Su modernidad es su gran aporte. La Lima colonial y republicana estaba en decadencia, y él nos muestra otro camino y todo un nuevo mundo. Su color rompe con el gris limeño tradicional”.
Recordemos, entonces, a Humareda no solo como un pintor afrancesado. Su obra, ahora más que nunca, es también la memoria de un desborde de color popular y peruanísimo a la vez.
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