El mundo estaba un poco de cabeza cuando Hayao Miyazaki nos introdujo en una dimensión en la que era totalmente natural que dos niñas soñaran con vivir en una casa embrujada y terminaran haciéndolo al lado de los espíritus del bosque. Era 1988 y la Guerra Fría aún no terminaba cuando Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro) fue estrenada sin mucha esperanza por el Estudio Ghibli.
En ese entonces, Ghibli tenía solo tres años de fundado. Totoro se trabajó de forma paralela a la producción de otra película: La tumba de las luciérnagas. Esta última, basada en la popular novela de Akiyuki Nosaka, era vista por los miembros del estudio como algo prometedor que podría traerles grandes beneficios, mientras que el proyecto de Miyazaki era visto como poco comercial por su historia alejada de lo convencional.
—Mi vecino, el genio—
Gracias a la intervención del productor Yasuyoshi Tokuma, quien asumió el financiamiento, el pequeño estudio de animación puso en marcha, en abril de 1987, la realización de La tumba de las luciérnagas, dirigida por Isao Takahata, y de Mi vecino Totoro, de la mano de su creador, Hayao Miyazaki. Ambas se estrenaron el mismo día, pero ninguna tuvo la taquilla esperada. El estudio se vio entonces en serios problemas económicos.
Lo que contribuyó a levantar la alicaída economía de Ghibli y a la inmortalización de Totoro fue la magia del merchandising: la tierna imagen del protagonista fue reproducida en diversos formatos —muñecos, stickers, tazas, polos, etc.— a gran escala. Hasta se convirtió en la imagen de la empresa. ¿Y cómo no? Totoro, un espíritu del bosque, es como un conejo gigante y gordo al que provoca apapachar. De hecho las dos hermanas que se relacionan con él —Satsuki, de 11 años, y Mei, de cuatro— lo abrazan y se refugian en su esponjosa constitución para descansar y reconfortarse ante el desencanto que les produce la enfermedad de su madre, quien se encuentra hospitalizada.
La historia está ambientada en 1958. Satsuki y Mei se mudan al campo con su padre, un profesor universitario de antropología, para estar más cerca del hospital donde se recupera su mamá. Al lado de su casa hay un enorme alcanfor —árbol originario de Extremo Oriente que puede alcanzar los veinte metros—, que despierta la curiosidad de las hermanitas, y que resulta siendo el hogar del dios del bosque.
Miyazaki pone en esta cinta mucho de su infancia, marcada por la enfermedad de su propia madre, quien sufrió de tuberculosis por nueve años. Satsuki y Mei se refugian en su inocencia e imaginación como el pequeño Hayao lo hizo en la suya. Miyazaki dijo alguna vez que decidió que sus protagonistas fueran niñas, pues de lo contrario habría sido como si él estuviera en la película, y eso hubiera sido muy doloroso.
—Totoro para el mundo—
Mi vecino Totoro es una de las más bellas formas que pudo encontrar un cineasta para mirar la infancia y la aventura de crecer. Esto, mientras nos da a conocer un poco de las costumbres de un pausado Japón rural, y nos habla de la necesidad de mantener una armónica relación entre el hombre y la naturaleza. Totoro es un dios que se presenta para reconfortar a dos almas inocentes que se regocijan en el asombro que producen la naturaleza y la vida. Las niñas adoran que en su nueva casa vivan duendecillos del polvo, o que Totoro les ofrezca usar el gatobús.
Esto último hace ver cuánto influyó en Miyazaki, por ejemplo, Alicia en el país de las maravillas. Como muestra: el gatobús nos remite inmediatamente a Cheshire, el gato del mundo de Alicia; la creación de una realidad paralela donde habitan los espíritus del bosque es una clara alusión a cuando la joven heroína de Lewis Carroll cae por el agujero.
La cultura nacional también se refleja en la construcción de la ficción. En Totoro encontramos características del tanuki, un perro-mapache originario de China oriental y Japón, cuyo aspecto recuerda al de un tejón. El tanuki posee una gran relevancia en las creencias sintoístas, pues se le considera un ser pícaro y travieso pero algo ingenuo y distraído, por lo que suele ser inofensivo. La imagen del guardián del bosque, que se encuentra presente en distintas culturas, también ha sido determinante. El guardián es un ser mítico y poderoso encargado de proteger la pureza de los bosques y las montañas. Se le suele representar como a una criatura vegetal, como un árbol gigante o un animal.
En Estados Unidos la película se estrenó en 1993, siendo el primer país occidental en recibirla. La crítica norteamericana la acogió muy bien, diarios como The New York Times la definieron como “una bella y artística obra maestra”. Que, por cierto, es.