Cada cierto tiempo una nueva palabra aparece en el horizonte de las ideas para explicar lo complicado, cambiante e impredecible que es el mundo. Esta vez es el turno de la posverdad, un neologismo elegido el 2016 como palabra del año por el Diccionario de Oxford y que —según esta publicación— describe “las circunstancias actuales en que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales”.
Algo que se habría puesto de manifiesto durante el referéndum que decidió la salida del Reino Unido de la Unión Europea y en la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. En ambos casos, una mayoría de los votantes tomó una decisión guiada más por creencias o discursos subjetivos —que exacerbaban la xenofobia y el nacionalismo, por ejemplo—, y no por datos objetivos que podían ser contrastados con documentos o estudios serios. Esto volvió a debatirse durante las recientes elecciones francesas, cuando el partido ultraderechista de Marine Le Pen estuvo a punto de llegar al poder siguiendo la misma estrategia de Trump.
Aunque la manipulación, la propaganda y el rumor propalado para crear miedo y confusión son tan viejos como la política misma, los defensores de la posverdad aseguran que esta es diferente a la clásica mentira del pasado, pues resulta inmune a cualquier evidencia que demuestre su falsedad. En la década del noventa, la psicóloga social Ziva Kunda habló de la existencia un “razonamiento motivado”, un proceso cognitivo basado más en nuestras emociones que en nuestro propio raciocinio. Eso nos haría llegar no a conclusiones verdaderas sino solo a aquellas que nos satisface escuchar. Por eso no importa cuántas mentiras diga un político si nosotros simplemente queremos creerle.
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Recientemente, estuvo en Lima el sociólogo francés Michel Wieviorka, un experto en temas globales vinculados a la sociedad de la información y el terrorismo internacional —dio sendas charlas en la Derrama Magisterial y en el Lugar de Memoria—, y una parte central de su discurso estuvo referido a analizar este nuevo término. “La posverdad es una relación entre actores que mienten y otros a quienes les gusta escuchar mentiras”, dijo. En su opinión el punto de partida de todo esto es que la gente cree cada vez menos en quienes se expresan en términos racionales, en los académicos y en los intelectuales. Y eso se vincula con otro fenómeno en auge, algo que Wieviorka llama “complotismo” y que encaja en las famosas teorías de la conspiración: “Una forma de paranoia es la que lleva a la gente a creer que, detrás de cada hecho o fenómeno, existen verdades ocultas que algunos seres diabólicos, los periodistas o las élites, pretenden guardar en secreto. Así tú quieras usar la razón para oponerte a esta visión del mundo, la gente ya no te cree”.
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¿Existe en realidad un fenómeno nuevo que podemos asociar a la posverdad?, le preguntamos al filósofo y profesor de la Universidad Católica, Victor J. Krebs. “Es un hecho que está exacerbado en nuestra época, pero que no es definitivamente nuevo”, dice. “Es más, cuando se masificó la imprenta, entre los siglos XVI y XVII, también se comenzaron a difundir panfletos que tenían el mismo efecto que tienen hoy las noticias en las redes, porque la gente comenzó a adquirir sus creencias de manera distinta a como lo había hecho antes”.
Tal vez lo nuevo no esté en el significado de la palabra sino en su hiperbólico alcance a través de Internet y las redes sociales. Según Krebs, los medios digitales han permitido la creación de “espacios artificiales”, en que la idea de verdad —o lo que conocíamos de ella— ha sido transformada.
“Nosotros hemos inventado un nuevo mundo, que es el virtual, y las neurociencias están demostrando ya cómo el cerebro, debido a la plasticidad neuronal, se está adaptando a esta nueva realidad. Los niños están aprendiendo a pensar con los nuevos medios, a procesar los datos de otra manera, a adquirir sus creencias en condiciones distintas a las que teníamos nosotros. La diferencia entre verdad y falsedad que para nosotros era tan evidente; ya no lo es para ellos. A mí me parece que desde la filosofía, en vez de contar una tragedia, debemos ver qué está pasando y cómo estas nuevas generaciones se van a orientar en un mundo en que las categorías que nosotros conocíamos ya no existen. La posverdad es solo un síntoma de una transformación generacional en la forma de ver, de pensar y de relacionarse en la era digital”, afirma el filósofo.
Y en este maremágnum, puede ser fácil hacer pasar lo falso por verdadero y viceversa. Cualquier tema puede volverse viral en la red sin que se logre discernir en segundos si se trata de algo cierto o falaz. Esto se agrava en sociedades con grandes déficits educativos —como la nuestra—, en las que cada vez más personas son susceptibles de abrazar cualquier idea, por más extravagante o seudocientífica que sea. Como dice Krebs, “cuando no hay educación, los demagogos reinan”.