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De dormir en un carro a fundar un prestigioso restaurante en Nueva York: conoce la inspiradora historia de Rodrigo Fernandini, el popular ‘Buenazo’
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De dormir en un carro a fundar un prestigioso restaurante en Nueva York: conoce la inspiradora historia de Rodrigo Fernandini, el popular ‘Buenazo’

De dormir en un carro a fundar un prestigioso restaurante en Nueva York: conoce la inspiradora historia de Rodrigo Fernandini, el popular ‘Buenazo’

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Hay recuerdos que permanecen en el paladar y que pueden escribirse con ingredientes. los plasmó en “Mi historia en 100 recetas”, un libro que narra su vida a través de lo que mejor sabe hacer: cocinar. En seis capítulos recorre desde su niñez en Chiclayo, con las recetas heredadas de su madre y su abuela, pasando por su formación en Le Cordon Bleu y el exigente aprendizaje en distintas cocinas del mundo, hasta llegar a su presente como fundador del prestigioso restaurante Artesano en Nueva York. Cada plato es memoria y relato; cada receta, un fragmento de la historia que lo moldeó como chef y lo convirtió en el hombre que es hoy.

Había hecho recetarios cortos para marcas y colaboraciones, pero este es mi primer libro propiamente dicho. Sentí que este momento de mi vida —con dos hijos, felizmente casado y con una carrera consolidada en la cocina— era el indicado para hacerlo”, cuenta Fernandini.

Antes de consolidarse en la cocina, Rodrigo exploró otros escenarios. En 2012 fue elegido Mr. Perú y representó al país en el Mr. World en Londres, donde obtuvo el cuarto lugar.  (Foto: Allen Quintana)
Antes de consolidarse en la cocina, Rodrigo exploró otros escenarios. En 2012 fue elegido Mr. Perú y representó al país en el Mr. World en Londres, donde obtuvo el cuarto lugar. (Foto: Allen Quintana)
/ NUCLEO-FOTOGRAFIA > ALLEN QUINTANA

La elección de las recetas fue, quizá, uno de los pasos más difíciles de este proyecto. Rodrigo lo recuerda con una mezcla de alivio y nostalgia.

“Fue muy complicado porque quería meter mil recetas, pero no entraban en el libro. Solo podía elegir entre 15 y 20 para cada capítulo. Con mucho dolor dejé algunas fuera, pero creo que las que están son las más relevantes. Estoy feliz con la selección y con cómo logramos armar cada episodio”, señala.

Esa imposibilidad de abarcarlo todo lo llevó a pensar en la raíz de su vínculo con la cocina, un lazo que se tejió desde la niñez, en los espacios más cotidianos y entrañables de su hogar.

“En todas las familias norteñas siempre hay grandes cocineros, y la mía no fue la excepción. El olor de cebolla con ajo siempre estuvo presente, era el perfume natural de la casa. Yo metía la cabeza dentro de la olla para llenar los pulmones de sazón”, cuenta. Su madre fue su primera maestra. Le enseñó que cocinar era un acto de relación y comunidad.

“Mi mamá me llevaba a los mercados y me enseñaba que no se trataba solo de comprar, sino de crear un vínculo con los pescadores y las caseras. Es una relación que se construye con el tiempo, porque son ellos quienes nos proveen de la comida. Hay un lazo sentimental. Esa lección la aplico hasta hoy en mis emprendimientos, incluso en Nueva York, donde todo es más frío y rápido. Yo siempre busco mantener esa cercanía: llamar, invitar a comer, compartir un detalle”, asegura.

Y si de recuerdos se trata, hay un plato que lo transporta de inmediato a su infancia en Pimentel: las tortitas de choclo. “Yo creo que solo salen así de buenas en Chiclayo. Los domingos eran nuestro snack, como nuestras galletas. Me metía a la cocina y me robaba una caleta. Ese olor del aceite con el maíz dorándose me llena de nostalgia, me hace suspirar siempre”, admite con emoción.

Vocación naciente

Su primera experiencia real frente a los fogones llegó muy temprano, a los cinco años, con un estofado de pollo. “No salió tan bien, pero mi mamá me ayudó. Era como un premio entrar a la cocina. Creo que ella pensaba que no me iba a gustar, pero a mí me fascinó. Quería que todos prueben, que disfruten. Más que las palabras, el mejor regalo era que dejaran el plato vacío”, recuerda.

Esa misma sensación de satisfacción —ver cómo un plato se vacía con entusiasmo— es la que lo ha acompañado siempre y la que hoy, desde su restaurante en Nueva York, sigue persiguiendo en cada receta que comparte con el mundo.

Rodrigo Fernandini no abrazó la cocina como profesión desde el inicio. Aunque había cocinado toda su vida y compartido esa pasión con amigos, no fue hasta los veinte años que se atrevió a dar el salto.

“Siempre cociné, pero tenía un temor grande de no poder salir adelante. Es duro ser cocinero y no ganar tanto dinero. Estuve en ese dilema por muchos años, hasta que un día sentado en mi cama pensé: el que es bueno en lo que hace, sin importar el oficio, le va a ir bien. Y además la vida es muy corta. Decidí darme la oportunidad”, recuerda.

Antes de eso había probado otros caminos. Estudió Derecho en la Universidad de Piura, durante un año.

“No era para mí, definitivamente. Siempre fui un alumno inquieto, distraído, pasaba más tiempo en la dirección que en clase. Pero cuando encontré la cocina, que es caos, desorden y presión, me gustó. Conecté de inmediato”.

Después de trabajar dos años para convencerse, viajó a Lima para estudiar en Le Cordon Bleu. “Tenía 22 años, había cocinado comida casera toda mi vida y de pronto empecé a darle con todo. Estudiaba y trabajaba sin parar. Me obsesioné con la cocina de una manera muy loca”.

Su primer contacto con una cocina profesional fue un verdadero flechazo. Entró pensando que sería solo una prueba de una hora y terminó quedándose doce, sin sentir el paso del tiempo.

“Estaba extasiado, quería seguir. Al día siguiente regresé y ahí empezó mi primer trabajo en un restaurante de Miraflores, Factoría 1075”, recuerda. Permaneció allí un año, el suficiente para confirmar que ese era su camino. Después vinieron otros restaurantes, más experiencia, más aprendizaje. Con raíces sólidas dio el salto a California.

En Estados Unidos comenzó un entrenamiento intenso, trabajando en restaurantes con estrellas Michelin. La presión era alta, pero ese ambiente lo motivaba.

“Salía del servicio tan activado que llegaba a casa pensando en lo que había hecho mal y cómo mejorarlo. No pensaba en la plata, solo en aprender. Tenía claro que en cinco o siete años quería estar al frente de mi cocina, liderar un equipo, tener mi propia visión”.

Su camino no estuvo exento de dificultades. Sin dinero, alquiló un café los fines de semana y organizaba menús de degustación. Incluso trabajó como conductor de Uber, aprovechando cada pasajero como embajador improvisado de su propuesta. “Llevaba mi canchita chulpi y mi chicha, les contaba de mis pop-ups en San Francisco y los invitaba. Uno de mis inversionistas para el proyecto de Nueva York fue justamente un comensal de esos eventos”, revela con una gran sonrisa.

La pandemia lo obligó a reinventarse. Después de un negocio fallido en California, llegó a Tampa sin ahorros y con su novia, hoy esposa. Cocinaba para un grupo reducido de conocidos, hasta que, gracias a un portal web, recibió una inesperada llamada de la NBA.

“Me llamaron del Toronto Raptors. Querían un chef privado para una de sus estrellas, Norman Powell. Pasé de la alta cocina Michelin a trabajar con nutricionistas y especialistas en rendimiento. Era otro tipo de presión, pero aprendí muchísimo. Preparaba recetas deliciosas para dietas extremadamente exigentes. Como me apasiona el fitness y la nutrición, me identifiqué con ellos”.

Así llegó a cocinar para varias figuras de la NBA. Con Powell, incluso, construyó una amistad. “Cada vez que va a Nueva York, visita Artesano. Siempre me dice: tienes que venirte conmigo, pero yo tenía claro que lo mío era otro camino”. Ese camino fue la creación de contenido digital, que lo conectó con miles de seguidores en TikTok, y el nacimiento de Artesano, su restaurante en Manhattan.

“En Artesano queremos ser el mejor restaurante de comida peruana en Nueva York. La gente va a trabajar motivada, con la ilusión de hacer patria. Es un sentimiento muy bonito”, confiesa.

Prueba de fuego

Su camino no estuvo libre de obstáculos, y Rodrigo lo recuerda con claridad. La etapa más difícil, admite, fue en California. Había dejado el Perú con la ilusión de crecer y con la certeza de que ese era el lugar donde debía forjarse, pero los primeros días lo enfrentaron a una realidad cruda.

“Cuando recién llegué, dormí en mi carro por tres semanas. Pero jamás, ni por un segundo, dudé de que mi situación era algo pasajera, que iba a cambiar y que todo iba a salir de maravilla. Nunca perdí la fe, nunca me sentí menos, tampoco más. Siempre supe que vine con un propósito”, recuerda.

Estaba solo. Su padre vivía también en Estados Unidos, pero por entonces habían atravesado un momento familiar difícil que los mantenía distantes. “Luego de unos meses nos juntamos y todo bien, gracias a Dios”, añade. Durante esos días, Rodrigo se aferró al trabajo. Era el primero en llegar y el último en irse.

En el Four Seasons, donde consiguió empleo, no se conformó con ocupar una plaza en la cocina: buscó algo más. “Le dije a mi jefe que quería que sea mi mentor, que me exija, que me explote porque quería aprender. Él era mayor, tenía más de 50 años y había trabajado en restaurantes grandes, con estrellas Michelin. Absorbí todo ese conocimiento, no solo de cocina, sino de vida: la excelencia, el buscar siempre lo mejor, que no hay atajos para el éxito, que hay que trabajar duro y hacer las cosas bien”.

De aquellas jornadas interminables aprendió lecciones que lo acompañan hasta hoy. “Me dijo que cada cosa que hago me representa: el plato, cómo camino, cómo me muevo. Que todo lo que haga, lo haga con excelencia. Ese fue Jayson Poe, uno de mis mentores”, confiesa.

Y aunque hoy su nombre resuena en escenarios internacionales, en el Perú pocos lo llaman Rodrigo: para todos es ‘Buenazo’. “Es un peruanismo, no algo que yo inventé. Lo repito en mis transmisiones y lo digo de una manera que la gente ya reconoce. Igual también estoy buenazo”, comenta entre risas.

Antes de consolidarse en la cocina, Rodrigo exploró otros escenarios. En 2012 fue elegido Mr. Perú y representó al país en el Mr. World en Londres, donde obtuvo el cuarto lugar.  (Foto: Allen Quintana)
Antes de consolidarse en la cocina, Rodrigo exploró otros escenarios. En 2012 fue elegido Mr. Perú y representó al país en el Mr. World en Londres, donde obtuvo el cuarto lugar. (Foto: Allen Quintana)
/ NUCLEO-FOTOGRAFIA > ALLEN QUINTANA

Entre pasarelas y la TV

Antes de consolidarse en la cocina, Rodrigo exploró otros escenarios. En 2012 fue elegido Mr. Perú y representó al país en el Mr. World en Londres, donde obtuvo el cuarto lugar. Su camino hacia ese concurso comenzó casi por casualidad, mientras trabajaba como modelo y anfitrión para ganarse la vida.

“Había una oportunidad para representar a Lambayeque y me animé. Me preparé y gané la competencia en Perú, éramos como veinte chicos. No solo calificaban el físico, también había entrevistas. Fue una experiencia bonita que me llevó hasta la televisión”.

Ese salto a la pantalla lo llevó a participar en realities que le dieron exposición, como “Esto es guerra”, “Canta si puedes” y “Desafío”.

“Me di cuenta que si seguía en ese camino no iba a hacer lo que realmente quería, que era cocinar. Así que dejé todo y me enfoqué en la cocina. Fue la mejor decisión que pude tomar”, reconoce.

La televisión, sin embargo, le dejó aprendizajes que hoy valora. “Creo que todo suma. Esa etapa me sirvió mucho: estudié actuación, aprendí a no tener miedo al ridículo, a ser más canchero. Todo lo que he hecho en general me ha preparado para lo que hago hoy”.

Hoy, en lugar de reflectores televisivos, sueña con tener estrellas en sus cocinas. Y si de deseos se trata, sonríe al imaginar a una invitada especial. “Me encantaría tener a Shakira en mi cocina, ahora que viene no sería mala idea”, señala.

Los planes no se detienen ahí. Con orgullo, Rodrigo anuncia la apertura de un nuevo restaurante en Barranco que llevará su apellido: Fernandini. “Será mi legado”, afirma. Pero no es el único proyecto que lo entusiasma. También prepara el Buenazo Fest, que se realizará el 4 de octubre en la Costa del Magdalena. “Estamos tratando de hacer proyectos que tengan impacto no solo en nosotros, sino en otras personas. El Buenazo Fest es el ejemplo perfecto”, sentencia.

Sabores del corazón

Ese camino profesional se entrelazó también con su vida personal. En California, mientras trabajaba en uno de sus primeros proyectos, conoció a Abi, hoy su esposa y madre de sus dos hijos. “Ella es marketera, estadounidense. La conocí en California, comiendo ceviche picante. Yo ya la había visto en Instagram, le tiraba maicito, pero no me hacía caso”, recuerda entre risas. Hasta que un día decidió invitarla a su pequeño restaurante en un food court. “Le dije que tenía que venir a probar el cebiche. Dos semanas después apareció. A los chicos les pedí que me dejaran atenderla solo yo”. Ese encuentro fue el inicio de una relación que transformó su vida. “Después de eso empezamos a salir y hasta ahora. Tenemos dos hijos. Ha sido una bendición”, dice con emoción.

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