Con el mantra del ‘Vamos a Chacla’ en mente, decidimos enfrentarnos a la caótica Carretera Central, sus desvíos, peligros y angustias. La cruzamos con la esperanza de encontrar calma fuera de la Lima jaranera. El destino era, sin duda, un alivio luego de tanto bullicio y contaminación que el camino inicial nos brindó.
Hablar del punto a donde nos dirigíamos, es también rememorar su historia. Conocido por ser manso y soleado, Chaclacayo nos recibió para presentarnos entre sus calles las grandes casas, casonas abandonadas y parques que se resisten a desaparecer y que, más bien, cada vez atraen a más jóvenes.
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Antes de su nacimiento como distrito político en 1940, durante el gobierno de Manuel Prado Ugarte, albergaba en sus tierras a nueve fundos que con el tiempo darían origen a sus límites. Huascata, Morón, San Bartolomé, La Tuna, Tupacocha, San Damián, Santa Inés, El Juzgado y Buenamuerte le brindaron existencia al inicial Chaclacayo de esa década que parece tan lejana para las nuevas generaciones.
Ir a vacacionar al distrito no solo era un privilegio, sino también una aventura. Al menos así lo recuerdan los residentes que vivieron desde sus inicios en el lugar. Edmundo Zalvidea, vecino del parque San Juan, rememora sus lejanos días de juventud con la mirada en dirección a la carretera. “Antes había un cine y ahí íbamos con los chicos. Se proyectaban tres funciones al día”, comenta emocionado mientras el brillo en su mirada aumenta.
“Nos juntábamos todos, estaba de moda eso de las motos…el rock, también la música criolla. Todo ha cambiado”, concluye Zalvidea, quien además reconoce que que se han perdido largos kilómetros de valles verdes que forraban el camino hasta Huampaní, lugar que también visitaban las personas para disfrutar de sus grandes piscinas.
Además de sus atractivos turísticos, el Centro Vacacional Huampaní, existente desde 1955, guarda entre sus grandes jardines miles de recuerdos de todos esos jóvenes que pasaron algún verano ahí. Actores, actrices, empresarios y políticos han visitado el lugar; al menos así lo recuerda Miguel Ángeles, un fotógrafo de 93 años que hasta hoy busca captar la sonrisa de las personas que deciden pasear por el Parque Central de Chaclacayo y en la década del sesenta se ganaba la vida fotografiando a los veraneantes ahí.
Volviendo a Chaclacayo, caminar en él es como viajar en el tiempo. Casas y casonas que con sus fachadas y arquitectura demuestran, con el paso del tiempo, su antigüedad y resistencia. El silencio invade el lugar, las amplias calles invitan al visitante a recorrerlas a pie para sentir el cantar de las aves y en especial el de los canarios Botón de Oro que se posan en el suelo mientras se avanza. No solo esos diminutos amarillos te pueden acompañar, sino también las ardillas y colibríes. Deben ser muchos más, encontrarlos es otra aventura.
Son tan representativos los colibríes y ardillas en el distrito, que existe una representación de cada uno de estos en el Parque Central. Varias personas, en su mayoría de la tercera edad, deciden acercarse a este para tomar sol y conversar con sus amistades. Dos caminos al inicio te llevan directamente a la pileta central; es en frente de ella donde muchos visitantes posan para las fotos.
El plácido silencio se ve distorsionado con el pasar del tren. Los niños de los colegios ya no parecen sorprendidos con su aparecer, mientras que las personas ajenas a él lo buscan con la mirada. “Dónde está, en qué dirección. Quiero verlo”, se escucha por ahí. El tren desaparece con el desvanecimiento de su sonido y regresa la melodía ambiental que caracteriza al lugar. Un ligero olor a leña deja a flor de piel la fantasía culinaria.
Dentro del parque Lía Lavalle de Ledgard, se encuentra la biblioteca del distrito. Ahí amablemente reciben a todo aquel que se dirija a su interior. El personal a cargo de esta nos comentó que muchos escritores y artistas vivieron y viven en el distrito. César Calvo, José María Arguedas, Javier Sologuren, entre otros. La lista es larga. Más allá de las célebres personalidades y de la biblioteca, también vivió el empresario Luis Banchero Rossi, quien elegía pasar días de calma y descanso en este oasis fuera de Lima. Fue ahí también donde perdió la vida producto de un asesinato que, 50 años después de cometido, aún guarda incógnitas.
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Las nuevas generaciones siguen valorando lo bello del distrito, decidiendo pasar sus fines de semana en este lugar que también es conocido como “el dormitorio de Lima”. Ir a “Chacla”, como ellos le dicen, es sinónimo de relajación, calor solar y reunión con amigos. Diversos condominios y clubes cerca al puente Los Ángeles son recomendados entre ellos; en especial, los que son más “privados”. Si está dentro de sus posibilidades, prefieren alquilar una casa para el festejo de noche.
“Para mí esto es lo más lindo, todos los días hay sol. Estoy rodeada de gente amigable. A mí me encanta Chaclacayo, toda mi vida he vivido aquí”, mencionó Abad, aunque un poco temerosa por la entrevista. Estaba sentada en una banca del Parque Central, al lado de un viejo amigo de ella. La vecina del distrito detalló que desde la década del cincuenta vive felizmente ahí. Aunque emigró durante 21 años a Estados Unidos, recientemente decidió que era hora de volver para vivir su vejez en su amado distrito.
A pesar de estar cerca de la sierra de Lima, Chaclacayo no tiene nubes dibujadas como las que se pueden encontrar viajando más allá de él; sin embargo, entre sus generosas calles, familias y nuevos visitantes guardan la ilusión de que el descanso y calma que entrega el distrito no se vean perturbados por la contaminación, invasión y la delincuencia. Ir a “Chacla” es un buen plan para despejar el alma y mente cuando la Lima jaranera sobrepasa los límites de la paciencia.
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