No es peligroso a esta hora, pero en las noches mejor ni salir. “¿Ves ese callejoncito?”. Le respondo que sí al chofer del mototaxi. “Ahí se llevaron a la niñita. Los fumones –cuenta el hombre– paran en las noches en ese lugar. La droga la consiguen en una casa que todos conocemos. ¡Deberían quemarla!”.
Acabamos de subir una pendiente exagerada, una de las pocas pistas asfaltadas en este cerro de Independencia. El mototaxi se detiene y me deja en el asentamiento humano Bellavista II, cerca de una capilla. A cinco minutos caminando está el lugar donde la pequeña Camila fue raptada por un adolescente de 15 años, quien la asesinó en una casa abandonada. A siete minutos a pie, pasando la losa deportiva Bellavista II y bajando una escalera de más de 100 escalones, se llega al barrio del joven homicida: el asentamiento Santísima Cruz.
Es un paisaje precario, árido, como se ve casi todo en este lugar. En vez de pistas hay tierra que quema mucho con este sol de mediodía. Nadie transita estas calles polvorientas acopladas a la pendiente del cerro.
Solo veo dos niñas de unos 4 a 5 años jugando con un perro en la puerta de su casa. No puedo evitar pensar en el riesgo que corren de ser atacadas por un depravado, como pasó con Camila. Les pregunto por el nombre del perro y me responden sin desconfianza. Debe ser porque en los últimos días, a partir del crimen, varios desconocidos, entre policías y periodistas, llegaron a su barrio preguntando por la casa donde creció el victimario a 20 metros de ahí.
La casa del adolescente es una de las más pequeñas del barrio. Toqué la puerta varias veces y nadie salió. Desde hace días, después del crimen que llegó a ser noticia en varias partes del mundo, ya nadie llega a la vivienda; ni la mamá del joven, quien al ver los videos por televisión bajó a la comisaría y delató a su hijo.
Al oficial PNP le contó que él había dejado el colegio varios años atrás y “ya no le hacía caso”. Una vecina que lo conoció –y se conmueve al hablar de él– dice que hace unos tres años le aconsejó que volviera a estudiar. “¿O hasta cuándo vas a cargar frutas en el mercado?”, le cuestionó. Él, con 12 años, le contestó que debía seguir trabajando.
En 11 años viviendo en Santísima Cruz, esta vecina solo recuerda dos ocasiones en las que la madre del menor lo castigó a correazos. “¡Que sea la última vez que te escapas del colegio”, dice que le reclamó la madre al menor. Él tenía 10 años en ese momento.
En 14 manzanas a la redonda viven 330 personas, la mitad en edad de estudiar (de 5 a 29 años). Sin embargo, el 70% de toda esta población no asiste a ninguna institución educativa. En estas 14 manzanas solo nueve personas acabaron la universidad, registró el INEI en el último censo.
Este es un barrio pobre. Los ingresos de su población están entre los más bajos de la capital. En el mapa de la pobreza de Lima, toda esta área aparece pintada en rojo. En un barrio con tantos jóvenes –el 60% tiene entre 15 y 34 años–, mezclar pobreza con deserción escolar, falta de oportunidades y un entorno infectado por las drogas y la violencia es sumamente riesgoso. En el Santísima Cruz varios vecinos que lo conocieron desde niño y lo vieron jugar con sus hijos dicen que el asesino de Camila era un chico “tranquilo, respetuoso y sonriente”. Algo pasó con él y todavía no lo entienden. 
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