El último domingo, el bus de placa AXV-851 de la empresa de transporte Norcom Corp S.A.C se quedó sin techo luego de impactar contra el arco de fierro que protege al puente ubicado en el cruce de las avenidas La Marina y Brasil, en el límite entre Pueblo Libre y Magdalena. (Foto: Jessica Vicente)
El último domingo, el bus de placa AXV-851 de la empresa de transporte Norcom Corp S.A.C se quedó sin techo luego de impactar contra el arco de fierro que protege al puente ubicado en el cruce de las avenidas La Marina y Brasil, en el límite entre Pueblo Libre y Magdalena. (Foto: Jessica Vicente)
Pedro Ortiz Bisso

Decía un exjefe policial que la razón detrás de las últimas fugas de delincuentes engrilletados de comisarías limeñas se debía a la precaria preparación que reciben los agentes encargados de custodiarlos. Es tal la presión por aumentar el número de efectivos en las calles, añadía, que estos reciben una instrucción poco rigurosa, lo que explicaba sus dificultades para cumplir con las condiciones mínimas que requiere su labor.

Suena lógico ese razonamiento. Hace unos días, fue difundido un video en que se apreciaba a unos delincuentes en un mototaxi huyendo de una persecución policial. El vehículo invadió una vereda y, al verse cercado por un patrullero, giró bruscamente y se escabulló, mientras a un efectivo que lo seguía a pie se le caía la cacerina de su arma. Un papelón.

El mismo razonamiento calza para explicar por qué se siguen estrellando buses y camiones contra la estructura del puente ubicado en el cruce de las avenidas Brasil y La Marina.

¿Qué tiene ese bendito puente que atrae a los peores conductores de la ciudad? ¿Por qué hay choferes que deciden arriesgar su vida, la de sus pasajeros y la integridad de sus herramientas de trabajo? ¿Qué hace creerles que son dueños de un don, otorgado sabe Dios por quién, que los hace inmunes a las leyes de la física?

A través de #NoTePases, la campaña que comenzara en abril del año pasado, El Comercio ha publicado en reiteradas oportunidades diversos reportajes que dan cuenta de las falencias de fondo que sufre el sistema de transporte en el país.

Así hemos podido conocer cómo el Ministerio de Transportes y Comunicaciones entregaba brevetes a choferes casi ciegos o cómo los centros médicos aprovechaban la nula fiscalización para falsear sus propias evaluaciones.

También conocimos al hombre que conducía muy campante un auto colectivo, a pesar de tener millonarias multas en su haber y a otro que manejaba una chatarra con ruedas, sin que ningún policía le dijera nada.

Supimos de la ‘bestia’ de Petit Thouars, la coaster que circulaba las 24 horas del día, manejada por choferes sin documentos. Y hace poco cómo una aplicación permitía que las motos funcionaran como taxis, zurrándose en nuestro ordenamiento legal.

Y esto solo es una pizca de un problema mayor que tiene que ver, fundamentalmente, con una ciudad sin orden ni planificación, con un sistema organizado para favorecer al auto, que se gobierna por sí misma ante la falta de autoridad.

¿Y a pesar de todo esto nos seguimos preguntando por qué siguen chocándose los vehículos contra el puente de la avenida La Marina?

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