Gladys Pereyra Colchado

Son unos 15 jóvenes que forman una fila. Tienen las botas sumergidas en el agua –algunos se han puesto bolsas negras sobre las zapatillas–, los mamelucos blancos ennegrecidos y guantes de látex. Hace calor, pero llevan todo eso sobre sus ropas. Saben que están en un ambiente contaminado, el petróleo del derrame de La Pampilla, de Repsol, ha bañado la playa, las rocas y las aves. Por ellas están ahí.