El poeta Juan de Arona definía el desierto como aquella franja de arena que se aferra a los andes para no caerse al mar. A mediados de marzo, cuando se inauguró “Desierto”, la muestra de Alex Bryce (Lima, 1968), aquella definición del poeta y la potencia de las imágenes nos sugería el aislamiento necesario de un fotógrafo para capturar la belleza. Que ese paisaje de arena en permanente movimiento solo muestra sus secretos a quien se detiene a observarlo en silencio y soledad.
Sin embargo, siendo esta sensación no descaminada, el mensaje oculto de las 44 fotografías en blanco y negro que Bryce presentaba en el C.C. Inca Garcilaso parece haberse multiplicado para todos los que pasamos el largo aislamiento obligado por la cuarentena. Digámoslo así: ahora que conocemos en carne propia la experiencia de la soledad radical, el retiro forzado, el recogimiento en nosotros mismos, el ascetismo de estas imágenes nos resultan más familiares.
Bryce tuvo que cerrar su muestra a los pocos días de inaugurada, sintiendo que el desierto metafísico se había mezclado, en cruel cambalache, con el real. Cuando lo contactamos para esta entrevista, aún no nos habíamos recluido en nuestras casas, pero ya empezábamos a sentir el desmantelamiento de nuestras costumbres sociales. Por ello, le preguntábamos si, a propósito de esta terrible coyuntura, el fotógrafo tenía alguna reflexión sobre el aislamiento en el desierto que nos diera alguna luz de lo que se venía a escala urbana.
“En la soledad y el silencio del desierto descubro que no se nada”, fue lo primero que nos dijo Bryce, quien en los años noventa integrara la primera promoción de fotografía del Instituto Gaudí, creado por los fotógrafos Billy Hare, Antonio Ramos y Roberto Huarcaya, (más tarde convertido en el Centro de la Imagen). Desde ya, el trabajo del artista nos transmite ese sentimiento de incertidumbre, hoy tan familiar para nosotros.
“A mi me interesa la idea del viaje, del desplazamiento que trae a mi memoria los muchos viajes que hicimos con mis padres desde muy niño, sobre todo atravesando el desierto rumbo a Arequipa. Fueron estos viajes los que me enseñaron a apreciar y querer al Perú, el territorio, su gente, su paisaje, su geografía, sobre todo nuestro desierto, aquel que nos identifica como grupo. Hemos nacido en el desierto, entre arenas calcinadas, somos sus hijos y no hemos sabido mirarlo, apreciarlo por muchas razones”, señala el artista.
Sin embargo, para Bryce el viaje también significa soledad y silencio necesarios para la reflexión. “El viaje en el desierto te permite la contemplación del cielo, del mar, del arenal como refugio a la angustia del tiempo, del devenir”, advierte.
“El desierto es hostil, es duro, te angustia, literalmente significa: abandonado, hay allí mucha soledad, no tiene la calma que el verde ofrece. El desierto es más muerte que vida. El viaje, la naturaleza y más aún el desierto me calman, me muestran mayor “verdad” que la ciudad, nada me hace más feliz que salir de ella”, afirma.
En el proceso de perseguir sus imágenes, a Álex Bryce le gusta saber que pisa las mismas huellas, que mira el mismo mar, que atraviesa la misma montaña, quebrada y rios que los antiguos peruanos. “El desierto y la arena preservan mejor las cosas, es un paisaje con mayor memoria que otros, de allí que el desierto es el lugar donde nuestros antepasados vinieron a enterrar a sus muertos, es el desierto un gran cementerio, es metáfora de la muerte o fin de la vida al borde del mar, al poniente”, afirma.
“He crecido en el desierto, en su vacío y su silencio, en la relación que tiene con los andes y con el mar, en su sacralidad arqueológica plagada de restos, templos, ciudades y cementerios. En su infinita y múltiple geología erosionada por el viento durante millones de años, mostrándonos, en el paisaje, las grandes formaciones que dibujan la arena, el viento y quizás el agua”, añade.
Cuando el Centro Cultural Inca Garcilaso abra sus puertas próximamente, ya siguiendo los protocolos fijados por el Ministerio de Cultura, la exposición de Álex Bryce estará esperándonos no solo para fascinarnos por su muda belleza sino también para hacernos reflexionar sobre nuestros propios desiertos, los que hemos enfrentado en los últimos meses de erosión y soledad. Por ahora, la muestra puede verse de forma virtual. Como señala el propio artista, “Desiertos” es un homenaje esa topografía de la costa peruana, “a ese gran paisaje cultural que nos identifica y al que pertenecemos como es el desierto más allá de cualquier metáfora que pueda mostrar y significar”. En este caso, somos parte de esa metáfora.
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