Ángel Navarro

Lanzar unno es solo cuestión de enrollar la cuerda, colocar los dedos en ambos extremos y lanzarlo al campo de batalla. Jugar al trompo requiere una comprensión profunda de los absolutos. “El pleito tenía siempre que ser definitivo, con un triunfador y un derrotado, sin prisionero posible para el orgullo”, sentenció José Diez Canseco en los primeros párrafos de su cuento “El Trompo” (1940). Y es que no hay puntos medios para este juguete que exige desprendimiento y confiar en que girará para siempre, o por lo menos, hasta que caiga y, como mínimo, se lleve un tajo o un quiñe.

Tal y como se retrató en ese libro hace ya 84 años, el trompo, un tipo de peonza conoidal con punta pronunciada, ha aparecido en diferentes partes del mundo, girando de forma atemporal. Desde la antigua ciudad mesopotámica de Ur, pasando por las calles apisonadas de China, las urbes griegas de Atenas y Corinto, diversos países de la Europa medieval, hasta las modernas calles de Japón, donde se intentó actualizarlo bajo el nombre de beyblades.

¿Qué representa el trompo en el Perú? El curador Marcello Rivera, a cargo de la exposición “Trompos: Arte y posibilidad infinita”, lo vincula con la nostalgia y el barrio. “Si bien es un juguete universal con muchos significados, aquí está ligado a los amigos, al recuerdo de la infancia. Sin embargo, es algo cíclico porque hasta ahora se puede ver a niños usándolos, lo que significa que siempre aparece en cualquier recuerdo de niñez, independiente del lugar, tiempo o formato”, recalca, evocando a las tardes de juegos colectivos en los barrios.

El reflejo de uno mismo

Parte del ritual previo al baile del trompo es decorarlo y darle un estilo único. Colocarle cera, pintarlo con colores vibrantes o agregarle accesorios útiles al momento de competir. Todo se adapta a la forma cónica, la cual adquiere la identidad de quien lo ornamenta. Estos cambios no solo alteran la apariencia, sino también detalles técnicos como la durabilidad o la velocidad al girar.

El acto de personalizar un trompo es propio de cada uno, al mismo estilo del recordado zumbayllu que aparece en el libro de José María Arguedas “Los ríos profundos”. Cada trompo refleja historias, creencias locales y el contexto cultural del lugar de donde uno proviene. “Es la necesidad humana de expresarse a través de los objetos, además de la necesidad de sentir pertenencia, de integrar este ente ajeno a uno mismo. Si uno quiere reinterpretar un trompo o darle un estilo diferente, es porque quiere vincularse con ese objeto. Esa conexión hace que el trompo sea tan memorable”, explica Rivera.

Para los artistas, no solo se pueden implementar cosas al formato existente del trompo, también se puede alterar parte del mismo, sin perder su esencia, para así ofrecer una visión más amplia del significado simple de un juguete. Convirtiéndose en un objeto que puede transformarse en una extensión de la creatividad. Ya sea de madera, metal o plástico, esa pequeña peonza continuará adaptándose y cambiando a lo largo de los siglos. Y seguirá girando sin entender lo efímero de quienes lo lanzan.

Sobre la exposición
"Trompos: Arte y posibilidad infinita"

La exposición estará abierta hasta el 2 de julio en la Galería Dédalo (Sáenz Peña 295, Barranco) y cuenta con la participación de 40 artistas peruanos de las artes plásticas y visuales.

Entre los artistas que participan en esta exposición se encuentran Enrique Galdós Rivas, galardonado en la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Florencia, y el maestro retablista ayacuchano Edilberto Jiménez.

Esta cuarta edición de “Trompos: Arte y posibilidad infinita” busca recaudar fondos a través de la subasta de cada una de estas piezas, con un precio inicial de 300 dólares. Lo recaudado servirá para ayudar a la Escuela de Arte en Lomas de Carabayllo.

Para participar y compartir la subasta, ingresar a este link para conocer a los participantes con las piezas y realizar su oferta https://www.32auctions.com/trompos2022