Junto con la globalización y la crítica al capital de la era del economista Thomas Piketty, se consolida, en el firmamento fílmico, un nuevo género hecho de especulaciones económicas internacionales. “Syriana” (2005), ese thriller sobre el negocio del petróleo protagonizado por George Clooney, quizá sea el modelo mayor.
Pues bien, “La deuda” no es “Syriana”. A pesar de que “Syriana” tampoco me resulta cautivante, no puedo negar que se trata de una película compacta, que va al grano. Me hubiera gustado decir lo mismo de esta ópera prima de Barney Elliott, director norteamericano afincado en nuestro país.
Pero empecemos por algunas virtudes –que seguro le ha valido al filme ser seleccionado en algunos festivales de modesto prestigio, como el de Málaga–. “La deuda” empieza combinando tomas panorámicas de las barriadas de Lima, cerros poblados y hospitales. Luego vemos a María (Elsa Olivero), enfermera que se debate entre su sacrificado trabajo y la atención a su muy enferma madre, quien necesita con urgencia un internamiento que se le niega, debido a la imposibilidad, por parte del Estado, de cubrir la demanda de atención médica.
En el otro lado del mundo, en EE.UU., Stephen Dorff –estrella de consagración esquiva, que se debate entre películas de acción de serie B y alguna producción de prestigio artístico, como “Somewhere” de Sofía Coppola– es Oliver Campbell, un agente de finanzas que trabaja para una poderosa corporación. Él, junto con Ricardo Cisneros (Alberto Ammann), su socio peruano, trata de comprar una gran cantidad de bonos agrarios que podrán ser cobrados al Perú. Sin embargo, en un giro de la historia que no termina de entenderse bien, se encontrarán, ya en nuestro país, con un terrateniente (Carlos Bardem) de intenciones dudosas y con un campesino rebelde (Amiel Cayo) que se niega a vender sus tierras.
El problema de “La deuda” es que abarca demasiado. Y Stephen Dorff, pese a su oficio, no resulta convincente sentado en una oficina de Palacio de Gobierno y tratando de persuadir al supuesto ministro (Alfonso Santisteban) de que el Perú le pague los benditos bonos emitidos en la época de Velasco. Aunque quizá el problema no sea Dorff, sino esa mezcla de personaje cínico y a la vez sensible que trata de convencer a su amigo peruano –aun más sensible– de que lo ayude en su misión de cobrar la jugosa suma que se les debe.
En efecto, resulta extraña, por decir lo menos, la historia de los financistas de Wall Street que descubren su buen corazón en tierras peruanas. Reblandecido en exceso a la hora de mirar la podredumbre de las altas esferas, Elliott fuerza sus personajes hasta la complacencia. Lo más convincente, en cambio, tiene que ver con María. Ella se enfrenta al torcimiento de su balanza de principios, como muchos latinoamericanos empobrecidos, con tal de salvar a su ser querido –estupenda actuación, por cierto, de Elsa Olivero, justamente recompensada con el premio a Mejor Actriz en el festival de Málaga 2015–.
“La deuda” acusa la inexperiencia de su director. No obstante, llama la atención que lo más logrado recaiga en personajes humildes y desposeídos, como María o el campesino que interpreta Amiel Cayo. A pesar de ser un drama fallido y extraviado en su propia madeja, se agradece la falta de golpes bajos y efectismos al estilo de “Babel” (2006) de González Iñárritu –con la que se le ha comparado tanto–. Sin que lo redima de su fracaso, Elliott se las arregla para regalar algo de humanidad en medio de temas que, por lo común, suelen ser explotados desde un ruin miserabilismo ‘for export’.