Josh O'Connor en una escena de "The Mastermind", donde interpreta a un padre de familia convertido en ladrón de guante blanco.
Josh O'Connor en una escena de "The Mastermind", donde interpreta a un padre de familia convertido en ladrón de guante blanco.
/ Mubi

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“The Mastermind” con Josh O’Connor: el dudoso arte de robar un museo
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“The Mastermind” con Josh O’Connor: el dudoso arte de robar un museo

“The Mastermind” con Josh O’Connor: el dudoso arte de robar un museo

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Consultada sobre las razones para ambientar en 1970 su película “Mente maestra” (“The Mastermind”), la cineasta estadounidense Kelly Reichardt decía, entre otras cosas, que se debía a que “hoy ya no ocurren robos de arte como antes, pues la tecnología ha cambiado mucho”. en París y se llevaron joyas por un valor de 88 millones de euros.

Las bromas no se hicieron esperar. Alguien por allí mencionó, a propósito del hurto en el Louvre, que el marketing de “Mente maestra” había llegado demasiado lejos. Lo cierto es que la cinta dirigida por Reichardt relata un robo considerablemente menor: el de un padre de familia que planifica la sustracción de cuatro cuadros del pintor abstracto Arthur Dove de un museo ficticio ubicado en la ciudad de Framingham, en Massachussets.

La historia se inspira en un robo real que ocurrió en 1972 en Worcester, una ciudad cercana. El ladrón robó unos Rembrandt y otras obras maestras –nos explica Kelly Reichardt a través de una videoconferencia–. Yo trasladé la historia dos años atrás, a 1970, porque quería retratar un poco el malestar de los 60: un país sumamente polarizado, un presidente corrupto como Nixon, la guerra en Vietnam, etc.”.

En la pantalla del Zoom, a la derecha de la directora aparece sentado su protagonista, el británico Josh O’Connor (“La quimera”, “Challengers”): actor de moda, elección predilecta de muchos de los grandes autores contemporáneos. Esta vez no dice mucho, parece hasta aburrido. Empieza a hablar cuando se le pregunta por la construcción de su personaje, J.B. Mooney, un tipo común y corriente que decide cometer el robo sin una clara motivación.

El personaje ya estaba bien definido en el guion –explica O’Connor–, y Kelly me dio algo más de material, como un poco de música o un ensayo… Pero lo preparé como preparo cualquier otro personaje… Creo que hacer una película es siempre un trabajo de equipo, y todo personaje también es construido por el aporte de varias personas”.

Sí, y Josh le agregó al personaje su propia flojera e ineptitud”, bromea Reichardt.

La cineasta Kelly Reichardt en el 78 Festival de Cine de Cannes.
La cineasta Kelly Reichardt en el 78 Festival de Cine de Cannes.
/ Stephane Cardinale - Corbis

De artistas y atracos

Kelly Reichardt es una de las grandes representantes del cine independiente norteamericano actual. Entre sus títulos más destacados están “Old Joy”, “Meek’s Cutoff”, “Certain Women” y “First Cow”, todas ellas caracterizadas por el minimalismo de la puesta en escena, cierta marginalidad entre sus personajes y una gran sensibilidad para abordar ambigüedades morales.

“Mente maestra” no llega a ser una vuelta de tuerca, pero al menos su primera mitad –la que ocupa el robo en el museo– muestra un ritmo más acelerado del que nos tiene acostumbrado su creadora, marcado por el jazz experimental de Rob Mazurek en la banda sonora. La otra parte de la cinta es, más bien, un acercamiento más meditativo a la deriva del protagonista y los conflictos que lo aquejan tras convertirse en criminal.

Sobre otras películas de esta temática, Reichardt recuerda y destaca las de Jean-Pierre Melville –menciona “Le Cercle Rouge”– y otra como “Monsieur Klein” de Joseph Losey, que no es una película de robo, pero funcionó como influencia. “Volví a verla hace poco y me voló la cabeza. Regresaba a ella una y otra vez. Me fascinaba la idea de este personaje, el comerciante de arte interpretado por Alain Delon, que solo busca sacar ventaja del momento para su propio beneficio”, explica.

Reichard confiesa que eligió como las pinturas robadas de su cinta las del pintor estadounidense Arthur Dove porque eran unos cuadros pequeños, que no demandarían un hurto muy trabajoso; y cuando le preguntamos qué obra de arte le gustaría poseer, duda, mira el techo, lo piensa detenidamente. “Creo que una pieza de Alice Neel sería genial”, responde.

“¿Sabes qué sería genial para mí? –interviene O’Connor, que parece despertar con la pregunta–. Sacar una gran obra de arte del Louvre o del Tate y colocarla en un espacio público”.

—O vivir con una obra de arte performático. Verla todos los días —añade Reichardt.

—Quizá “Mente maestra” en un ‘loop’.

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