Las estatuas caen por diversas razones: echadas abajo por hordas bárbaras, a causa del jaleo de masas liberadas de algún dictador o víctimas del revisionismo histórico, tenazmente contrario a darles pedestal a conquistadores, militares colonialistas o piratas limpiados en su tiempo por una patente de corso. En nuestro país, muy lejos del debate internacional, nuestros representantes políticos apuestan, con anticuada sensibilidad, a colocar estatuas aún más polémicas.
En efecto, el domingo pasado, una escultura de mediano formato llamó la atención. Se trataba de una estatua dorada, levantada en honor al político norteño César Acuña. La figura fue retirada dos días después de su develamiento, demolida simbólicamente por memes y críticas mediáticas. Un mes atrás, a mediados de octubre, el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, publicaba la ordenanza que oficializaba el cambio del nombre del Parque de la Cultura al de parque Óscar Luis Castañeda Lossio, y notificaba a Prolima para que diseñara y construyera un monumento a favor del exburgomaestre investigado en vida por presuntos aportes ilegales de OAS y Odebrecht. La cerrada defensa del Partido Aprista a la estatua del destacado político e intelectual Luis Alberto Sánchez, amenazada por el nuevo inquilino escultórico, detuvo el proyecto. A estas piezas delirantes podríamos sumar, en enero del año pasado, la instalación de una gigantesca y fálica versión de un huaco moche, próxima a las huacas del Sol y la Luna en Trujillo.
Algunas estatuas permanecen siglos en su hierática pose. La del rector Acuña duró menos de 48 horas en su estratégica ubicación en el campus de la Universidad César Vallejo. Por cierto, allí ya existe un busto del líder norteño develado en el 2021. Como advierte el crítico de arte Gustavo Buntinx, tal monumento áureo, erigido por el propio homenajeado, se trataría de un ejemplo rutilante de arte conceptual involuntario. Una categoría, según el estudioso, que aporta sentido al delirio de nuestra peruanidad. “Acuña no es consciente de ello, pero con su estatua logró superar todos sus ya impresionantes aportes a esa creatividad tan nuestra. Desde la pose misma de la efigie hasta lo encandilante de sus baratos destellos dorados. Pero, sobre todo, el hecho de que este ídolo del saber pareciera estar parado sobre un libro (cerrado)”, comenta.
Estatuas caídas
Para el historietista y humorista político Juan Acevedo, no se trata aquí de un “culto a la personalidad” del fundador de Alianza para el Progreso, sino una demostración de los delirios de grandeza de este político de baja estatura. “Un culto al líder supone que el gran público reconozca a su dirigente, como sucedía en la China de Mao, o la Unión Soviética bajo el yugo de Stalin. En el caso de Acuña, no creo que tenga mucha gente que lo siga, más allá del personal administrativo de la universidad. Y supongo que deben haberse reído a escondidas”, opina Juan. “Las cuentas bancarias abultadas no deben ser motivo de admiración. Que Acuña necesite monumentos para darse más importancia, y que además se pinte de dorado, aumenta el efecto grotesco. Es la medalla de oro del ridículo”, añade.
Para zanjar el tema, el sociólogo Sandro Venturo nos recuerda puntos básicos de la cultura ciudadana: la grandeza de un personaje se construye con la admiración de los demás. Debe ser un sentimiento colectivo, gratuito y contagioso. “La gente crea a sus héroes, mientras que a las instituciones les toca formalizar y preservar aquello. Ciertamente, los monumentos expresan este reconocimiento, aunque existen otras formas más inspiradoras y menos burocráticas”. Como apunta el analista, resulta penoso que alguien invierta dinero para cristalizar el momento en el que se mira en el espejo. “Ello sugiere algo más: el inmenso vacío de liderazgo en el que vivimos los peruanos”, apunta.