Una poética que destaca la contemplación silenciosa de la naturaleza como fuente de conocimiento; sentimientos profundos expresados de forma lacónica; sugestiones que aluden a la totalidad que rodea al individuo. Muchas de las definiciones referidas a los poetas de la dinastía Tang (618-907 d.C.), protagonistas la Edad de Oro de la cultura china, también podrían aplicarse a Guillermo Dañino, sacerdote e intelectual peruano que en las últimas décadas de su vida tradujo todo este legado como parte de un silencioso y dedicado proyecto personal.
Nacido en Trujillo en 1929, hermano de la congregación de los hermanos de la Salle donde se novició en 1947, la historia de este filósofo y teólogo es fascinante y casi exagerada. Como nos recuerda Mariano Castro, exviceministro de Ambiente y cercano a la congregación lasallista, Dañino decidió ir a China a poco de cumplir 50 años, tras recibir una invitación del gobierno de ese país que lo terminaría distrayendo de sus clases universitarias. “No sabía ni un ideograma chino y se propuso aprender no menos de uno cada día. Transcurridas más de tres décadas, ya se había convertido en uno de los más importantes conocedores de la cultura de este país, traductor de poesía y autor de la Enciclopedia de la cultura China, su última obra”, señala.
Para Ricardo Sumalavia, director del Centro de Estudios Orientales de la Universidad Católica, no es exagerado decir que Guillermo Dañino fue uno de los grandes intelectuales del siglo XX. “Su saber era inmenso y las vías de enseñanza que desarrolló y que compartió con nosotros en esta institución correspondieron a su vocación y formación. Si conocemos mucho de la cultura china en general, y de su literatura, en particular, es gracias a su entrega como traductor y maestro. Su legado es enorme y lo recordaremos como a un dragón contemplando la laguna”, explica el escritor.
Entre la prolífica producción de Dañino se puede destacar “La pagoda blanca” (1996), delicada traducción y estudio de cien poemas de la Dinastía Tang; “Manantial del vino” (1998), que nos introdujo a la poesía del maestro Li Po, para muchos el más importante de los escritores de toda la historia literaria de China; “Sobre un sauce, la tarde” (1998), traducción de la poesía de Zhang Kejiu, gran representante de la dinastía Yuan; “Bosque de pinceles” (2001), dedicado a la obra de Tu Fu, otro clásico de la dinastía Tang, y “La montaña vacía” (2004), antología de más de treinta siglos de tradición poética china. Todos estos libros fueron editados por la Universidad Católica y luego por el prestigioso sello español Hyperión.
Además de su trabajo como traductor, Dañino también escribió excepcionales textos de divulgación. Antes de “Enciclopedia de la cultura China” (2013) su última obra, Petroperú publicó “Desde China, un país fascinante y misterioso” (2002), o la divertida “¿Y ahora quién soy yo?”, editada por la Universidad San Martín de Porres, donde el especialista da cuenta de sus experiencias como actor amateur en China, de tan versátil performance que podía encarnar cualquier papel para el que se necesitara a un hombre caucásico. “He sido embajador, mariscal, jesuita italiano, misionero francés, presidente de la asociación internacional de esgrima, narcotraficante, general, espía, comerciante, entrenador de pilotos de aviación, médico, huésped de un hotel, periodista, policía, comprador de motores, turista, extra, yo mismo. Con seguridad que olvido alguna de las personalidades asumidas para aparecer en la imagen fugaz de las pantallas. Pero lo que no olvido es el caleidoscopio que significa para mi el hecho de recordar tantas sensaciones, tantas imágenes, tantas personas y tanto mundo”, recordaba en aquella publicación.
Sea en la realidad y en la ficción, Guillermo Dañino mostró las más diversas facetas. Sin embargo, una lo define por entero. Fue, por todas las cosas, un hombre bueno.
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