JOSÉ AMBROZIC
La música mueve los corazones. Si nace del amor y de la verdad, si nos recuerda nuestra dignidad de ser capaces de amar, si nos inspira para hacer el bien, es una herramienta que puede ayudarnos a cambiar el mundo.
Eric alcanzó los 4.700 metros sobre el nivel del mar, en la Cordillera Blanca, para tocar en la escuela Don Bosco en Chacas. Allí lo esperaban un grupo de adolescentes del Callejón de Conchucos y voluntarios italianos. Pocos días después hizo un concierto en la parroquia de Camacho, en Lima. No habla español y es su primera visita a América Latina, pero la sintonía y las miradas conmovidas y expectantes de los oyentes revelan que su mensaje llega con toda claridad.
¿Por qué compones?
Sin importar el tipo de público, sea sofisticado o de prisioneros condenados a muerte, hay una profundidad de la condición humana que se identifica con la belleza y nada más puede satisfacer esa nostalgia. Por eso me siento llamado a tocar para las personas de cualquier lugar o condición, en auditorios, hogares, iglesias, colegios, prisiones; aprovechando cualquier oportunidad.
Sé que haces conciertos en las prisiones. ¿Por qué?
Son los que prefiero. Toqué en una ciudad y me invitaron a una prisión de máxima seguridad. Fui con un violinista y un cellista de los mejores del mundo. Al entrar a la prisión me impresionaron la fealdad, la neutralidad y lo gris del ambiente. Todo era oscuro, hostil y deprimente. Cuatrocientos criminales y cinco guardias en el salón. A la mitad de la primera pieza un hombre se para y grita: “Había olvidado lo que significa tener esperanza”. Una y otra vez he visto a hombres tan sedientos de belleza y humanidad, que lloran al reencontrar una alegría y esperanza que ya no sabían que existía. La música transforma. La belleza mueve al espíritu a aspirar a algo más elevado. Las vidas de estos hombres han sido privadas de toda belleza. No los puedes reformar negándoles toda humanidad y belleza. Es una metáfora para nuestra cultura.
¿A qué te refieres con que las prisiones reflejan nuestra cultura?
Somos muy ingenuos al pensar que la música y el arte tienen poco impacto en las personas, que son solo distracción o entretenimiento. Esta ingenuidad es muy costosa. Confucio decía que la moralidad de una nación fluía de su música. Platón, que para gobernar un pueblo prefería poder dirigir la música más que las leyes. No se puede reducir la música a mero entretenimiento, pues eso la priva de belleza. Una música así es como comida chatarra que llena pero no alimenta; nos genera adicción al ritmo y la sensualidad y perdemos capacidad de apreciar lo que haría eco en lo más propiamente humano de nuestro espíritu, perdemos el apetito para la belleza.
¿Entonces es una ilusión?
Nuestra cultura se basa en el dinero, la fama. Deportistas, músicos, actores y celebridades muestran un estilo de vida glamoroso. Todo eso es falso y las primeras víctimas son los ricos y famosos que sufren porque no saben dónde encontrar alegría y esperanza auténticas. La vida tiene sufrimiento, dolor, alegría y heroísmo, y hay que asumirla con sinceridad. Hay guerras, enfermedad y muerte, pero eso no destruye la esperanza, la generosidad y el amor. Un soldado estadounidense con tres períodos en Iraq sufría estrés postraumático y me escribió que empezó a sanar escuchando mi música.
¿Cuál es el papel de la música?
La música es un lenguaje que habla de los intérpretes a los oyentes. Trasciende las palabras. Es el lenguaje místico de la belleza que tiene el poder de elevar, inspirar y dar esperanza, alegría y ánimo a los oyentes. Somos hechos a la imagen de Dios y por eso nuestra alma tiene nostalgia de lo trascendente. Si la música es creada e interpretada con profundidad y destreza, la esencia de la belleza es comunicada y el alma reconoce la belleza, pues se despierta un eco en lo más profundo que nos eleva. Es intenso y nos pone en contacto con lo divino, y con todo su amor, fuerza y gracia. Eso trae una alegría y esperanza que va más allá de nuestras limitaciones y sufrimientos. Esto es la esencia de por qué compongo y toco música. Mientras sea capaz de respirar, quiero compartir este don con la humanidad.
¿Eric, qué te ha traído al Perú?
Hace años conocí a la familia espiritual sodálite y el Movimiento de Vida Cristiana en Denver y han tenido un papel muy importante en mi familia. Hace mucho quería venir, pero no podía. Mi esposa y mis hijos han venido de misiones varias veces. Ahora, mi segundo hijo, Sam, estudia su último año de secundaria en el colegio San Pedro de Lima y era mi oportunidad de visitarlo y presentar mi música en el Perú.
¿Cómo se relacionan tu familia y tu música?
Estoy casado ya 20 años y estoy agradecido a mi esposa Leslie por apoyarme. Ella comparte la visión de enriquecer la cultura y la sociedad con la belleza. Tengo dos hijos y dos hijas, tres de ellos adolescentes y la menor con síndrome de Down. Ella, Anastasia, tiene una capacidad sin trabas de amar y ver su enorme compasión y alegría es una inspiración. Es una bendición para toda nuestra familia y todos los que la llegan a conocer. Hemos tenido siete niños más que murieron durante el embarazo o a muy temprana edad. Eso puede ser trágico, pero Dios sabe qué es lo mejor para nuestras almas. Mi reacción natural como compositor frente a la tragedia y el sufrimiento que me tocan en lo más íntimo es componer música. Solo la música puede expresar la profundidad de la experiencia y abrirme a comprenderla desde la mirada de Dios.