Hoy se ha emitido el primer tráiler de La película de “No Time to Die”, entrega 25 de la saga de James Bond, que significa además la última aparición de Daniel Craig como el famoso agente 007. El filme se estrena en abril de 2020, pero ya la expectativa es grande. Como es sabido, la cinta dirigida dirigida por Cary Fukunaga tiene a Rami Malek, el más reciente ganador del Óscar por el biopic “Bohemian Rhapsody”, como el desfigurado villano Safin. Para su despedida, Craig se rodea de un elenco espectacular: la cubana Ana de Armas, Lashana Lynch como la primera 007 femenina, Lea Seydoux repite aparición como chica Bond (algo poco común en las cintas de la saga), además de Dali Benssalah, Billy Magnussen, Ben Whishaw, Naomie Harris, Jeffrey Wright, Rory Kinnear, David Denick, Ralph Fiennes y Christoph Waltz, el malvado Blofeld, jefe de Spectre que fuera detenido en el filme anterior.
Hasta su muerte en 1964, el escritor británico Ian Fleming entregó puntualmente doce novelas y dos libros de relatos, desde “Casino Royale” hasta “Octopussy”. En todas aquellas historias, el mundo funciona como si la Segunda Guerra mundial no hubiera alterado el ajedrez global, con Inglaterra como pieza decisiva y Estados Unidos la potencia subordinada. En todos los filmes de James Bond, tanto las historias originales de Fleming como las escritas a su estilo por guionistas fieles a la fórmula, se disuelve la diferencia entre lo que permanece y lo que se ha perdido en la realidad. Pero más allá de este escapismo histórico, esta nostalgia por un imperio perdido, ¿qué hace irresistible a los filmes de James Bond? ¿Por qué vamos a verlos como si fuera una ceremonia a lo largo de los últimos 25 años? Indaguemos en el secreto de su fórmula.
001: Bond: a working class hero
Es curioso que siendo un hombre asociado siempre a la aventura, los días de James Bond comiencen de manera tan burocrática. Por la mañana, suele acudir a su despacho, lanza su sombrero trilby sin fallarle nunca al perchero y coquetea con la secretaria. Luego escucha las indicaciones de su jefe y hace lo que él le ordena. Un día normal en la oficina, lugar común para que los espectadores, millones de trabajadores de horario fijo, sueñen juntos con una aventura en algún país exótico, donde desfilan liberadas minifaldas, sorprende el funcionamiento de los oportunos gadgets, resuena el amenazante discurso del villano de turno. Un sueño sobre una vida vivida sin miedo y el disfrute del sexo sin compromiso. Al final de la jornada, el agente secreto y su chica de turno esperarán en medio del mar a ser rescatados. "¿Dónde estabas James? te han estado buscando por todo Londres", decía siempre Miss Moneypenny cuando asoma el agente secreto por la oficina del Servicio de Inteligencia Británico. Recatada y cómplice, la dama cumple un rol determinante: ella justifica el deseo más profundo de la clase trabajadora: llegar tarde a una oficina y salir impune, al ser considerado un empleado indispensable, más allá de lo mal que pueda tratarnos un jefe.
002: Una cuestión de estilo
Para James Bond, son los detalles lo que diferencian a un héroe del resto de los hombres. La definición de la personalidad de un agente secreto no radica en el clímax de su gesta, o la espectacularidad de sus batallas, sino en sus acciones más leves, en los gestos mínimos que desafían las situaciones de peligro. Esquivar las balas es algo ordinario para un espía entrenado: Bond es capaz de recordar abrir la puerta del auto a una dama mientras sus perseguidores disparan a sus espaldas. 007 añade a toda gran acción otra más sutil que revela su estilo.
003: El auto de nuestros sueños
Clásico como el Rolex Submariner que James Bond lleva en su muñeca. Como un Martini seco, mezclado, no agitado. Como la Walther PPK, pistola de servicio que reemplazó a su Beretta, demasiado ligera y femenina según sus superiores. Desde la memorable secuencia de persecución de “Goldfinger”, donde James Bond evade a todo un ejército de sicarios chinos, el deportivo inglés Aston Martin DB5 se convirtió en un símbolo de masculinidad, un ícono de elegancia combinable con ropa de diseño, restaurantes caros y mujeres sofisticadas. A falta de un original, todo buen fanático de las películas de James Bond tiene en casa la réplica de aquel modelo de 1964. Los precios varían si se trata de un juguete reciente hecho en China o los que llevan la marca británica Corgi Toys impresa en altorrelieve bajo el chasis, con su pequeño conductor de plástico capaz de salir expulsado del asiento eyector a través del techo. Mientras Sean Connery o Daniel Craig conducen el auto original, el resto de la humanidad debemos conformarnos con una versión reducida. Veinticinco años después, aquella repartición ha generado un natural complejo de inferioridad: todo adulto que alcance a subir al auto de sus sueños, se sentirá algo empequeñecido sobre el asiento. Trabajo pendiente para Freud.
004. No hay sangre. Solo cicatrices.
Tengámoslo claro: James Bond no es un superhéroe. Cuando se convierte en uno, la saga se resiente, la fórmula pierde efecto. Mientras más poderes tiene el agente secreto, más se convierte en una parodia de sí mismo. Bond es, ante todo, un detective. Tiene licencia para matar, aunque en las películas de Bond no suele abundar la sangre. En efecto, hay muy poca: un hilo, un discreto punto carmesí en la camisa o el vestido que revela sutilmente dónde alcanzó la bala disparada. Una tradición propia de la estética de la post guerra, una estilización de la violencia natural luego del tan gráfico realismo vivido en las trincheras en seis años de conflagración mundial (¿Qué otra cosa son los futuristas cuarteles generales de los villanos sino una reminiscencia del impenetrable búnker nazi?). Lo que sí existen son las cicatrices, el recuerdo de la violencia sobre la piel. Recordemos “Desde Rusia con amor”, la película menos convencional de las protagonizadas por Sean Connery: la agente soviética Tatiana Romanova se ha deslizado en la cama del agente secreto, en la habitación matrimonial de un hotel en Estambul. Para estar segura de la identidad de Bond, busca la cicatriz que, según consta en los registros, se ubica sobre la base de su espalda. Al acariciarla, confirma la identidad del agente secreto. El cuerpo cuenta su historia a través de sus cicatrices.
005: La teoría de las tres mujeres
Si las historias de Bond funcionan como un reloj, son las damas las que sirven de péndulo en su mecanismo. Llámemoslas chicas o mujeres Bond, lo cierto que la fórmula diseñada por Fleming y especialmente por los productores Irving Allen y Albert R. Broccoli, solo tiene lugar para tres de ellas en los roles claves de sus historias: La primera estará de su lado, pero debe ser sacrificada como lo fue Shirley Eaton, bañada en oro en “Goldfinger”, o como Akiko Wakabayashi, asesinada en “Solo se vive dos veces” con una dosis de veneno deslizado en su oído. La segunda será su enemiga, quien deberá ser eliminada, transformada o sometida por el agente secreto, como lo fue Pussy Galore, piloto encargada de asfixiar a todo el ejército acantonado en Fort Nox en “Goldfinger” o Fiona Volpe, muerta de un disparo en la espalda mientras bailaba un estrecho calipso con James Bond. Finalmente, la tercera debe ser la aliada entusiasta, aquella que se quedará con el héroe al final del filme. Es el caso de Honey Ryder (mítica Úrsula Andress), la buscadora de conchas en la isla del “Doctor No” o Tiffany Case, la pizpireta contrabandista de piedras preciosas en “Los diamantes son eternos”. Sin ellas, no habría historia: Bond es incapaz de mover por sí mismo los engranajes de su aventura.
006: La debilidad vocal
Producto de la inmediata postguerra, James Bond es símbolo del sexo fuerte a nivel incluso fonético: su nombre incluye todas las vocales fuertes (a,e,o), mientras que sus compañeras de aventura se disuelven en vocales débiles, sonoras manifestaciones de su vulnerabilidad: Nombres tan nimios como Honey, buscadora de conchas, Dinx, a quien en un hotel de Miami Bond le da una palmada en el trasero (hoy injustificable en tiempos del #Metoo), Jill, la chica asesinada al ser bañada de oro por los sicarios de Goldfinger, o Tilly, su hermana, que muere intentando vengarla tras el golpe cortante del sombrero del guardaespaldas Oddjob. Tomen nota: desde el nombre, las mujeres siempre pelearán por no ser débiles.
007: El culposo placer
Después de todo lo visto, preguntarnos por qué vamos a ver una película de James Bond tiene una respuesta culposa: Es la misma razón que explica el éxito del porno: Vamos a ver lo que esperamos encontrar, lo que sabemos que nos excita. Por eso, pueden remozarse las historias, pueden actualizarse la tecnología o pueden colocarse actrices donde antes era un coto exclusivamente masculino. Sin embargo, en lo profundo, la fórmula no cambia. No queremos que cambie. No es la historia lo que nos importa, sino la satisfacción que encontraremos al final. El vértigo siempre resultará más importante que el sentido de la trama.