El edificio de UTEC, en Barranco, ha recibido numerosos premios y elogios.
El edificio de UTEC, en Barranco, ha recibido numerosos premios y elogios.
Juan Carlos Fangacio Arakaki

Entrar o salir de Barranco implica avistar, a mayor o menor distancia, . Una mole imposible, que se eleva sobre una quebrada y redefine el límite entre el mar y la ciudad. Es una construcción que –desde su inauguración en el 2015– impresiona pero a la vez inquieta, causando otras sensaciones encontradas entre los limeños de a pie. A propósito del Premio Pritzker otorgado a sus creadoras, las irlandesas Shelley McNamara e Yvonne Farrell, conversamos con arquitectos locales para entender su verdadero valor.

El Pritzker 2020 para McNamara y Farrell, conocido como el Nobel de la arquitectura y anteriormente entregado a figuras como Luis Barragán, Oscar Niemeyer, Frank Gehry o Zaha Hadid, corona la trayectoria formidable de las miembros fundadoras del estudio Grafton Architects. Una carrera que acumula proyectos en su país, Italia, Francia, Reino Unido y, por supuesto, el de UTEC en el Perú.

A mí me parece, de lejos, uno de los mejores edificios que se ha hecho en el Perú jamás”, dice sobre la sede de UTEC el arquitecto Jean-Pierre Crousse. Él cuenta, además, que junto a su esposa Sandra Barclay –con quien dirige el estudio Barclay & Crousse– tienen el extraño honor de haber perdido dos concursos contra McNamara y Farrell: los de la UTEC y la Universidad Luigi Bocconi, en Milán. “Y en los dos casos consideramos que sus proyectos eran mucho mejores, no solo que el nuestro, sino que el del resto de participantes”, agrega.

En el concurso de la UTEC el reto era muy grande –explica Sandra Barclay–. Había que diseñar un programa muy extenso en un terreno muy muy pequeño, logrando que los espacios te inspiren, tengan iluminación, ventilación, y que sobre todo compatibilicen con la imagen que se quería transmitir como institución educativa. Quienes no sean arquitectos quizá no imaginan esas dificultades ni cómo se ha logrado el resultado, partiendo de un punto tan difícil”.

Además, Crousse señala que en una ciudad como Lima, un edificio como el de la UTEC rompe con el paisaje al que estamos habituados. El limeño está acostumbrado a ver arquitectura pública de pésima calidad, así que cuando vemos algo nuevo, nos parece raro. A la gente suele gustarle lo que ya vio. Entonces, seguramente, este edificio será del agrado de los limeños dentro de 10 años o más”, afirma.

Yvonne Farrell y Shelley McNamara, arquitectas fundadoras del estudio Grafton y ganadoras del premio Pritzker 2020.
Yvonne Farrell y Shelley McNamara, arquitectas fundadoras del estudio Grafton y ganadoras del premio Pritzker 2020.
/ Antonio Calanni

PROBLEMA CONCRETO

El también arquitecto Gary Leggett, en un artículo para la revista croata “Oris”, hace referencia a la denominación de “Machu Picchu moderno” que suele recibir el edificio, peculiar título que en el panorama de la arquitectura peruana “destaca y perpetúa un vacío histórico que depende, paradójicamente, de sus referentes precolombinos para sobrevivir”.

En la misma publicación, Leggett apunta ciertas percepciones del limeño de a pie que condicionan la imagen del edificio de McNamara y Farrell. Una es su estilo brutalista, que en el Perú parece asociado al poder militar de los años 70 (cuando se erigieron varias de estas construcciones) y a un sentido de lo “incompleto” estrictamente material. Es común para el limeño pensar en el concreto como sustrato, no como superficie, escribe el autor. Y cita como ejemplo el intento de pintar, en 2011, el edificio brutalista del por entonces Museo de la Nación (hoy Ministerio de Cultura y en un inicio el Ministerio de Pesquería, levantado durante el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado).

En esa línea, el aspecto del edificio de la UTEC podría dar la impresión de estar frente a una obra nunca terminada. Y de hecho lo es en cierto modo, pues una segunda etapa de su construcción incluía, por ejemplo, la instalación de unos sistemas de absorción acústica que nunca llegaron a colocarse. Lo que nos lleva a pensar, también, en su cuestión funcional. “Fuera de que me guste o no el edificio (que me encanta) –añade Leggett–, creo que la última palabra la deberían tener quienes usan el edificio a diario. Un buen proyecto debería resolver más problemas de los que crea, y no me queda claro que ese sea el caso aquí”.


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