23 de noviembre de 2019. Eran las 2 de la madrugada. Esa fue la hora antes del fin. Esperaba recostada en mi cama a mi hija Daniela Tabares. Le escribí: “Mi amor, ¿qué pasó que no has llegado?”.
Ella me contestó: “Mami, ya voy para la casa”.
Ese fue su último mensaje.
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Mi vida con Daniela
Daniela y yo viajamos en 2010 desde Cali para establecernos en Coral Springs, una ciudad a una hora de Miami, Florida, en los Estados Unidos. Luego de que se acabara mi contrato en la gerencia de una entidad bancaria en la cual trabajé toda mi vida y no encontrara ofertas laborales en Colombia. No me quedó otra opción que empacar maletas para emplearme en oficios de limpieza en ese país, como la mayoría de migrantes latinos.
En Estados Unidos nos recibieron dos de mis hermanas. El sueño americano empezó a fluir luego de unos años, cuando me independicé y monté mi propia empresa de aseo. Mientras tanto, Daniela acababa en el 2017 el high school y el college.
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Para el 2019, año en el cual transcurre esta historia, ella comenzó sus estudios en Crime Scene (Escena del Crimen) en una universidad de Miami. Se trataba de una especie de criminalística o ciencias forenses, materia que le apasionaba. También cumplió 21 años, su mayoría de edad en Estados Unidos.
Ella estaba para mí, y yo, para ella. No había figura paterna, eso sí, mis hermanas y varios amigos nos acompañaban en este país. Los vínculos con las personas también los reforzamos en el 2016, cuando ingresamos al gimnasio Fit Bodies Forever-Training for Warriors, en Coral Springs.
Aunque no aguanté el ritmo, Daniela sí siguió con disciplina en el lugar, al punto de que se convirtió en motivadora de quienes empezaban su camino en el ejercicio.
A mi hija, quien en su niñez fue gordita, le apasionó el gimnasio y su apariencia fue cambiando a la de una mujer alta, delgada, cuya sonrisa cautivaba donde llegara, ese era su rasgo característico.
Cada mes, el gimnasio organizaba una salida de diversión. El viernes 22 de noviembre el plan era ir a cine. Daniela y sus amigos se encontraron allí para pasar el rato. Antes de salir me mencionó que no esperaba demorarse mucho, pues tenía algunas actividades programadas al día siguiente.
La madrugada intranquila del 23 de noviembre
Todo el tiempo estuve en contacto con mi hija. Cuando se acabó la película, ella me avisó que iba a ir a cenar y a compartir un rato con sus amigos en un bar llamado World of Beer. Como estaba manejando, le dije que no tomara, que tuviera cuidado. Así que ella manifestó que llegaría hacia la 1 de la mañana.
Pasó un par de horas desde cuando Daniela me volvió a escribir. Me contó que uno de los instructores le pidió el favor de que lo llevara a su casa, cerca de donde nosotras vivíamos.
Era la 1:30 a. m. y Daniela no había llegado a casa. Decidí no llamarla porque estaba con sus amigos, pensé que si le marcaba de pronto cometía una imprudencia y la podría hacer sentir mal. Sin embargo, me escribió que ya venía en camino.
Pasó una hora más, Daniela siguió sin llegar y ya no contestó mensajes. Así transcurrió la madrugada.
Era una extrañeza que mi hija no llegara, nunca había pasado algo así. Le marqué una y otra vez, también le envié mensajes. Ella no los respondió. Estaba intranquila, pero pensé que quizá decidió quedarse con sus amigos y se le descargó el celular.
A las 6 de la mañana me alisté para ir a trabajar a unas oficinas que debía limpiar. Al terminar esa labor llamé a Carolina, su mejor amiga, para preguntar si estaba con Daniela.
Ella respondió que no sabía dónde estaba mi hija, que solo conocía que llevaría a una persona a su casa. Carolina indagó por el paradero de Daniela; sin embargo, nadie le entregó alguna pista sobre su destino.
Una noticia que derrumba a cualquiera
Llamé a mis hermanas y a uno de mis mejores amigos para que me acompañaran a la Policía de Coral Springs para alertar sobre la desaparición de mi hija.
A los minutos, mi amigo me llamó para que retornara a casa. Señaló que él se encargó de llamar a los agentes y que allí nos escucharían.
Una vez llegué a mi casa, la policía me dijo que sabían de la ubicación de mi hija: estaba muerta.
¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué pasó? Todas esas preguntas las hice gritando, desesperada. No podía entender que mi única hija estaba muerta.
A las 5:55 de la mañana del 23 de noviembre, según el informe de la Policía de Coral Springs, las autoridades recibieron una llamada de una mujer que alertó sobre una joven muerta dentro de un carro en la entrada de su casa.
Esa joven muerta era mi hija, a quien encuentran con un disparo de bala en la cabeza.
¿Qué fue lo que pasó?
La llamada a emergencias para alertar sobre el crimen la hizo Yvonne Serrano. Durante la conversación, la mujer –una panameña de 51 años– contó que halló un cadáver en un auto en la entrada de su casa.
Cuando la policía llegó a la vivienda, Serrano les dijo, en primera instancia y según las autoridades, que al salir de su casa camino al gimnasio vio el auto y el cuerpo en su entrada. Sin embargo, la mujer no vestía ropa para hacer deporte.
Posteriormente, a otro agente le dijo que ella había estado en el World of Beer la noche anterior, pero perdió el conocimiento y luego se despertó en su propia cama. Y después señaló que se despertó hacia las 6 de la mañana, dentro del vehículo, en el puesto del copiloto al lado de Daniela Tabares.
La Policía también halló una carcasa de una pistola 9 mm en el piso del asiento del pasajero del automóvil de Tabares. Las investigaciones también apuntaron a que la muerte de mi hija fue hacia las 2:15 de la madrugada
Entre la hora del crimen y el aviso a la Policía transcurrieron, al menos, tres horas. Según las propias versiones de las autoridades, este tiempo permitió que Serrano borrara las imágenes de las cámaras de seguridad de su casa desde su celular y lavara la ropa que vestía a la hora del asesinato.
Por estas y otras pistas, Serrano fue capturada ese mismo día como la principal sospechosa de la muerte de mi hija.
Luego conocí que Daniela se ofreció a llevar a Serrano a su casa debido a que la vio en un delicado estado de embriaguez. A ella la distinguía del gimnasio, y aunque no era del grupo de amigos de mi hija, sabía que era la madre de unos viejos compañeros del high school.
Mi lucha para salir adelante
No puedo negar que lloro y grito por la muerte de mi hija. Al principio uno dice: ‘Me quedé sola’.
Y sí, esos sentimientos de tristeza y desolación son difíciles de llenar. Daría lo imposible por escuchar su voz diciendo: ‘I love you, mom’.
Recordarla es difícil, ver sus fotos, todo eso un duro, se revuelven los sentimientos. Me imagino su sonrisa cautivadora en casa, la misma que ahora me tatué en mi brazo izquierdo.
¿Cómo superar el dolor? Sinceramente no sé cómo hacerlo, quizá es la fuerza interna que tenemos todas las madres. También el apoyo de la familia y los amigos.
Muchas veces reproché la frase: el tiempo de Dios es perfecto. Le recriminaba y peleaba con él, preguntando cómo puede ser perfecto si se llevó a un alma buena, a mi hija.
Después entendí que si no estás con Dios, estás muerta. Solo queda buscar fortaleza en él. Ese es el camino para salir de esto. Algunas madres se hunden, pero hay que buscar ayuda. No quedarse sumido en el dolor porque ese sentimiento consume.
Perder un hijo es lo peor. Nunca habrá un dolor igual. Hay que buscar ayuda en Dios o en un psicólogo. En la vida hay que luchar, la fuerza me la da mi hija desde el cielo.
Cada día, me detengo a pensar en qué ejemplo le di a Daniela, para seguir esa senda y no quedarme derrotada.
A mi hija la recuerdan con mucho cariño, en el gimnasio –por ejemplo– hay un mural en su honor. Sus amigos ahora son los míos y yo los motivo para que se cuiden, sigan adelante, así como les decía Daniela todo el tiempo: “You can do it!” (¡Puedes hacerlo!).
A Carolina y a Fernanda, sus dos mejores amigas, siempre les recuerdo que si yo puedo, ellas también pueden avanzar. Mi idea es que desde donde esté mi hija, ella se sienta orgullosa de su mamá.
Así va el proceso judicial
La muerte de mi hija no solo es una incógnita para mí, también lo es para todo Coral Springs, ciudad que se estremeció con la noticia. Tras dos años del crimen, no hay respuesta del porqué esta mujer habría acabado con mi hija.
Vi los videos de las últimas tres horas de mi hija en el bar. Nunca se le ve discutiendo con alguien. No hubo peleas y nadie conoce de algún conflicto entre ellas, al punto que Daniela se ofreció a llevarla a su casa al verla borracha, pues las casas quedaban relativamente cerca.
El cargo que enfrenta Serrano es homicidio involuntario, por el cual tiene una fianza desde junio de este año, pero debe pasar sus días en un lugar de estadía para personas con adicciones. No obstante, tras las primeras indagaciones, la mujer calló y no aceptó los cargos.
Siento mucha frustración, mucha rabia de ver la injusticia de la justicia. Me siento cruzada de manos al ver que no avanza, pero vuelvo a tranquilizarme cuando me dicen que los procesos son largos.
Contra Serrano, la Fiscalía manifestó tener muchas evidencias que la inculpan. Me dijeron que tenga confianza en el sistema. En realidad, solo ella y mi hija saben lo que pasó, pero Daniela ya no está e Yvonne prefirió el silencio.
Aparte de cargar con el dolor de la muerte de mi hija, me toca cargar con todo lo que dice el resto del mundo: por qué dejaron salir a la mujer, por qué no hice nada, por qué hace eso el juez. Yo no puedo hacer nada con esas decisiones, basadas en derechos que nadie puede pasarse por encima.
La gente que me conoce no me ha dejado sola. Me piden que no desfallezca, y así me mantengo en pie. También confío en la justicia de Dios. Un sacerdote de la comunidad, quien además es psicólogo, me dijo que así la justicia de los hombres no llegue, la de Dios sí lo hará.
ISABEL TABARES
**Este texto contó con la construcción periodística de Cristian Ávila Jiménez, periodista de ELTIEMPO.COM.