“Maté a un hombre para salvar a 100.000″, fue lo que supuestamente dijo Charlotte Corday durante su juicio por el espantoso asesinato del revolucionario Jean-Paul Marat.
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Desilusionada por la dirección radical y violenta que estaba tomando el grupo Montagnard, del cual Marat era uno de los líderes, Corday se coló dentro de su casa el 13 de julio de 1793.
Sorprendió a Marat mientras este trabajaba en su bañera y le clavó un cuchillo en el pecho, matándolo instantáneamente.
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Su acto de violencia, inmortalizado en la pintura de Jacques-Louis David La muerte de Marat es uno de los más infames del período, ocasionó fuertes reacciones que se propagaron por París y cambió la percepción de las capacidades de las mujeres.
Pero Corday no fue de ninguna forma la única mujer que aprovechó la Revolución francesa como una oportunidad para la acción.
Salones y sociedades
Antes de la revolución, a los ojos de muchos pensadores de la Ilustración, las diferencias biológicas marcaban a las mujeres como seres inferiores a los hombres en el orden natural.
Se esperaba que las mujeres se sometieran a sus padres y maridos.
Y aunque algunas mentes de la época, incluido el filósofo Jean-Jacques Rousseau, pensaban que las mujeres debían tener derecho a una educación, esta debería centrarse en cuidar y educar a los niños ya que las mujeres se diferenciaban de los hombres en sus “derechos naturales”.
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Sin embargo, a medida que la revolución se extendió por Francia, trayendo ideales de igualdad y fraternidad, las mujeres encontraron formas de participar en todos los aspectos.
Hubo quienes vieron la oportunidad de promover los derechos de las mujeres junto con los de los hombres franceses, como la activista y escritora Olympe de Gouges.
En 1791, de Gouges declaró que “la mujer nace libre y vive en igualdad de derechos con el hombre”.
Había mujeres, como Marie-Jeanne Roland y Germaine de Staël, conocidas como sallonières, que organizaban salones donde se fomentaban las ideas revolucionarias y se negociaba el poder político.
Y por supuesto, hubo mujeres que tomaron las armas.
En octubre de 1789, cuando la escasez de harina y el hambre en París generaban un descontento que se convertiría en ira, las mujeres estaban en el centro de la vorágine.
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La marcha a Versalles
La ira por la creciente escasez de alimentos llevó a miles de personas a enfrentarse al rey en persona.
Las mujeres desempeñaron un papel fundamental en un evento conocido como los Días de Octubre o la Marcha de Octubre, que impulsó la primera etapa de la revolución hacia un nuevo equilibrio de poder.
En la mañana del 5 de octubre de 1789, muchas mujeres parisinas se manifestaban por el precio del pan en París.
La harina escaseaba y había una sensación cada vez mayor de que se les negaba la comida a los pobres a propósito.
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También hubo rumores de que la noche anterior el rey Luis XVI había entretenido a los oficiales con un espléndido banquete.
Pronto, a las manifestantes se les unieron otras mujeres de los mercados cercanos o de la creciente turba que rodeaba al Hôtel de Ville (ayuntamiento) y que había saqueado la armería de la ciudad.
Los números aumentaron aún más con otros agitadores que buscaban una reforma política. Y un grupo de hasta 7.000 personas marchó más de 19 kilómetros hasta el sur de Versalles para presentar demandas al rey.
Las conversaciones tuvieron lugar durante toda la noche. Aunque en las primeras horas del 6 de octubre algunos alborotadores lograron acceder al palacio para buscar los aposentos de la reina.
La insurrección fue sofocada rápidamente por las tropas del rey, pero la situación siguió siendo tensa, y el Marqués de Lafayette convención a Luis XVI para que se dirigiera a los manifestantes que todavía estaban surgiendo alrededor del palacio.
La violencia cesó cuando el Rey dijo que él y su familia abandonarían su opulento palacio y se mudarían a París. Una vez allí, estarían bajo el control de la gente.
La Marcha de Octubre demostró el poder y la capacidad de la gente común, el tercer estado o tercer estamento , y lo que es más importante, las mujeres de París.
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Mismos derechos
También hubo quienes solicitaron al gobierno derechos más particulares.
En marzo de 1792, Pauline Léon se dirigió a la Asamblea Legislativa en nombre de las mujeres parisinas para sugerir que se formara una milicia femenina para defender sus hogares en medio de una creciente violencia contrarrevolucionaria.
Aunque fue finalmente rechazada, su petición fue firmada por más de 300 mujeres.
Léon no era ajena a la lucha armada. Había marchado a la Bastilla en julio de 1789 llevando su propia pica.
Pero al igual que con otras mujeres, la participación de Léon no se limitó a disturbios y manifestaciones.
En 1793, junto con la actriz Claire Lacombe, fundó la Sociedad de Mujeres Republicanas Revolucionarias, una organización de corta duración que presionó por el derecho de las mujeres a contribuir a la revolución.
No fue de ninguna forma la única sociedad de ese tipo, ya que los clubes sociales y los salones revolucionarios se convirtieron en centros importantes, aunque con misiones distintas.
Por ejemplo, aunque se recuerda con razón a Marie-Jeanne Roland como una mujer influyente de la revolución, no era una defensora de los derechos políticos de las mujeres ya que sentía que todavía eran más afectivas en sus roles domésticos y detestaba el comportamiento radical de los sans-culottes (la mayoría de la gente de clase trabajadora de París).
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También estaban las que hoy podríamos llamar “aliados masculinos”, como el intelectual y aristócrata Marie-Jean Caritat, Marqués de Condorcet.
En julio de 1790 publicó un artículo en un periódico en el que sostenía que los millones de mujeres de Francia debían gozar de los mismos derechos que los hombres.
El artículo causó sensación al abordar el sentimiento al abordar el sentimiento generalizado de que las mujeres no poseían a misma capacidad que los hombres para la racionalidad o el sentido de la justicia.
Al contrario, Condorcet desafió a los críticos a “mostrar una diferencia natural entre hombres y mujeres en las que legítimamente podría basarse en la exclusión”.
A su vez, el artículo de Condorcet inspiró al Círculo Social, uno de los clubes sociales más progresistas de la París revolucionaria, que lanzó una campaña por los derechos de la mujer entre 1790 y 1791.
Ambiciones obstaculizadas
Pero el periodo de la revolución que le dio a las mujeres ese sentido de progreso social no duraría mucho.
A pesar de su presencia en el centro de muchas facciones y salones, la opinión predominante seguía siendo que las mujeres podían servir mejor a la causa actuando como “madres republicanas”, responsables de enseñar a sus hijos a honrar y amar a la República y apoyar a la nueva sociedad que estaba siendo tallada.
Una y otra vez, los críticos insistieron en que la naturaleza determinaba roles diferentes para hombres y mujeres.
Estas divisiones y objetivos divergentes, tanto entre individuos como entre clases de mujeres, y reflejados en e movimiento en general, obstaculizaron cualquier posibilidad de progreso real.
En mayo de 1793, las mujeres fueron desterradas de los procedimientos gubernamentales y poco después se les prohibió formar asambleas políticas.
El asesinato de Corday de Marat en julio se convirtió en un punto de inflexión para el gobierno revolucionario. Y en octubre de 1793, todos los clubes de mujeres fueron prohibidos.
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La cuestión de si la Revolución francesa promovió los derechos de las mujeres sigue siendo un tema polémico entre los historiadores de hoy.
Se otorgaron algunos derechos sociales a las mujeres: las nuevas leyes de sucesión, por ejemplo, significan que, independientemente del género, los hijos pueden heredar la riqueza de los padres por igual.
Hubo otro paso adelante para la condición jurídica de las madres solteras y sus hijos. Mientras que una nueva ley permitió otorgar igualdad de condiciones para hombres y mujeres en el divorcio.
Pero cuando Napoleón llegó al poder, los ideales de la “maternidad republicana” perseveraron.
Aunque la revolución fue sin duda una época de gran debate sobre el estatus y los derechos de las mujeres de todas las clases sociales, la revolución no cambió mucho en términos de su capacidad para contribuir a una democracia francesa.
Y aunque la revolución tuvo efectos prolongados, no puede verse como un contribuyente directo al sufragio femenino en Francia, un derecho que no recibirían sino hasta 1945.
El precio que pagaron
Tres mujeres terminaron pagando el precio máximo por sus actividades políticas.
Olympe de Gouges
La escritora y activista nació como Marie Gouze, hija de un carnicero autodidacta del sur de Francia. Ella fue en gran parte responsable de la introducción de los derechos de las mujeres a la causa revolucionaria.
Dirigiendo su folleto “Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadanía” a la reina María Antonieta en 1791, Gouze se convirtió en una voz unificadora para las mujeres.
Sus escritos, junto con su relación con el grupo político Girondino, fue también su sentencia de muerte. Fue denunciada como “antinatural” y guillotinada durante El Terror en 1793.
Marie-Jeanne Roland
Fue escritora y anfitriona de un salón burgués clave de París en el que se gestaron por primera vez los ideales revolucionarios.
Obtuvo influencia en el gobierno cuando su esposo, Jean-Marie Roland, se convirtió en Ministro del Interior bajo Luis XVI en 1792.
Ayudó a redactar muchos discursos gubernamentales, incluida una carta de su esposo que criticaba al rey.
Los Roland continuaron ejerciendo su poder e influencia en el centro de la facción girondina.
Marie-Jeanne fue arrestada en mayo de 1793 en lugar de su esposo, quien había huido por temor a su propia detención.
Fue ejecutada por guillotina en noviembre de ese año. Sus últimas palabras fueron “¡Oh, libertad! ¡Qué crímenes se cometen en tu nombre!”
Charlotte Corday
Una aristócrata menor, Corday estuvo involucrada en la revolución desde sus primeros días, asistiendo a reuniones políticas e inspirándose en las ideas de la facción girondina.
Sintió que la facción Montagnard era demasiado radical y quería salvar la revolución eliminando a su líder Jean-Paul Marat.
El asesinato de Marat mientras se bañaba fue un punto de inflexión infame en cómo se veían a las mujeres en la revolución.
Corday fue guillotinada en 1793 y sigue siendo un símbolo de las acciones de las mujeres durante el tumulto que se extendió por Francia.
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