Svitlana Solonska empieza a leer una carta. Dice que a pesar del tiempo transcurrido no tiene fuerzas y prefiere contar su verdad así. Es viuda. Su marido Vladyslav murió en la masacre de Olenivka, en la explosión de la cárcel en el Óblast de Donetsk que albergaba a prisioneros de guerra ucranianos del complejo de Azovstal. Se trata de uno de los capítulos más dolorosos desde que inició la ocupación en Ucrania y un símbolo de la resistencia de ese país.
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“Era febrero del 2022, con mi hijita nos despertamos producto de los bombardeos que escuchábamos sin cesar. Con tanques que tenían la marca Z, los rusos ingresaron a nuestra ciudad y destruyeron nuestra vida. Bombardearon nuestro hospital. Nosotros nos resguardamos en el sótano de mi casa. Mi ciudad cayó en ocupación. Mi esposo en los primeros días se alistó a la defensa de Mariúpol. Él era militar desde el 2015, 85 días duró la resistencia de Mariúpol. A inicios de marzo salí con mi hijita dejando todo atrás. Mi esposo se quedó en el frente, luchando”, rememora en una de las oficinas de la Plataforma Internacional de Crimea, ubicada en Kiev.
Ella intenta ser lo más pausada para no quebrarse ante un relato que la desgarra por dentro. Exige respuestas ante las atrocidades cometidas contra los prisioneros de guerra en Olenivka. Una de las víctimas es el hombre que amó y el padre de su única hija. Él formó parte de los soldados que se rindieron luego de meses de asedio y encarnizada la lucha que se vivió en la ciudad portuaria de Mariúpol, ubicada en el sureste de Ucrania, ahora bajo control ruso. Luego del asalto a esa ciudad, los rusos mataron a 22.000 civiles y actualmente miles de ciudadanos están sin hogar en las calles, según reportó el gobierno ucraniano.
“Día y noche estaban bombardeando desde aviones y barcos. El 22 de mayo nos enteramos de que los militares ucranianos se entregaron como prisioneros de guerra. Se comunicó mi esposo y me dijo que iban a tratar a los prisioneros de guerra respetando los tratados de Ginebra. Y que luego de 4 meses los tenían que intercambiar. Cuando le pregunté sobre las condiciones en las que los tenían, me dijo que en lo único que él pensaba era en un poco de pan. El 27 de julio, yo vi un video que grabaron los rusos donde aparecía mi esposo. Estaba muy flaco. Horas después, separaron a un gran número de ellos y los colocaron en uno de los barracones. Explotaron el cuartel donde él se encontraba”, dice Svitlana, dos años y dos meses después del asesinato de su marido.
El 28 de julio del 2022, a las 23:30, fallecieron 53 combatientes ucranianos y hubo al menos 130 heridos. Muchos murieron ardiendo en llamas, otros por falta de atención médica.
“Recién a las 5 de la mañana del día siguiente llevaron a los heridos en unos camiones de construcción. La administración no daba acceso a los paramédicos, solamente luego de horas dejaron pasar a algunos paramédicos. Todo fue un infierno. Luego de varios meses esos doctores regresaron y dieron su testimonio de lo que había sucedido. Mi esposo estaba gravemente herido. Estuvo consciente durante 4 horas, Él perdió mucha sangre mientras era evacuado en un camión de construcción. Un camión de construcción y no una ambulancia. Imagínese”, explicó Svitlana.
- Nunca estuvo la Cruz Roja -
El 29 de julio, la fiscalía de Ucrania denunció al subdirector de la prisión que en el mismo instante de la tragedia se encontraba fumando y tomando café. En esa cárcel en llamas estaban los combatientes de Azov, la unidad militar que resistió en la planta metalúrgica azovstal de Mariúpol. La zona cero del 2022.
“Los rusos no dejaron pasar a los expertos que según el convenio de Ginebra debieron tener acceso para las investigaciones. Quisieron destruir las huellas del crimen. Hoy tenemos en Olenivka maso menos 900 prisioneros de guerra, y aproximadamente 100 heridos. Son los compañeros de armas de mi esposo. Los están torturando, los rusos los están matando”, así exige Svitlana al gobierno de Volodimir Zelensky una negociación especial para los soldados de Azov.
Tan solo 22 personas retornaron de ese infierno. “Ellos son los testigos de esta atrocidad. Cuando lo llevaron en camión a mi esposo, a lado de él había un compañero de armas, conocido como alias shmelt. Este compañero entró en los intercambios luego de un mes. Yo lo encontré y él me contó hasta el último minuto de la vida de mi esposo”, puntualiza Svitlana quien asegura que la Cruz Roja nunca tuvo acceso a Olenivka. Ni durante, ni después, ni ahora.
Los prisioneros de guerra están protegidos por el derecho internacional. El tercer Convenio de Ginebra así lo establece. El trato humano, el respeto de su persona y su honor debe prevalecer en todo momento. Sin embargo, para los familiares de los combatientes ucranianos de la brigada Azov, solo hay agonía e incertidumbre.
“Nosotros reclamamos que los devuelvan a Ucrania lo más rápido posible porque van a morir en prisión durante este invierno que se acerca. Por ejemplo, mi hijo. Era una persona muy saludable, pero en prisión él perdió el habla. Fue golpeado, sometido a electroshocks, hasta que le paralizaron la pierna. Es joven. Tiene 23 años y sé que está en muy malas condiciones. Lloro todos los días. Envié información a la Cruz Roja, a la comisión internacional de personas desaparecidas, a las Naciones Unidas. Fui a Varsovia. Escribí, pregunté, lloré y no hay solución hasta ahora”, dice Melany Kompaniets acompañada de otros manifestantes a escasos metros del palacio presidencial y del parlamento ucraniano.
Melany, de melena gris y anteojos negros que resaltan sus ojos claros, muestra las fotografías que dan cuenta de la barbarie cometida contra los prisioneros de guerra. “Muchos de ellos los dejan al acecho de perros hambrientos para ser torturados. Esas
marcas son de mordeduras de perros en todo el cuerpo”, señala con el dedo esta madre que pide por el regreso de su único hijo a casa.
A tan solo 30 minutos del centro de Kiev, se encuentra el lugar de tratamiento para los prisioneros de guerra en territorio ucraniano. Su vocero, Pedro Yotchenko, asegura que Moscú no reclama a los suyos y que las familias rusas no saben si sus soldados están en cautiverio.
“Nosotros hemos creado una plataforma Quiero encontrar para que ellos tengan información. Los mismos prisioneros de guerra de este lado nos piden grabar videos para sus familias, para que se sepa que aún están vivos y sean incluidos en los próximos canjes”, explica Yotchenko que evita hablar sobre los mercenarios, entre ellos extranjeros, que operan del lado ruso.
“Hay varios, pero lo que sí puedo comentar es sobre un combatiente brasileño que se encuentra actualmente en el centro. Él asegura haber sido engañado con una oportunidad laboral. Lo reclutaron para un trabajo y al llegar a Rusia lo colocaron el frente de batalla. Estamos viendo su caso con las autoridades. Según los convenios de Ginebra, los mercenarios extranjeros no son considerados como combatientes y tienen características diferentes, pero Ucrania los trata igual. Cada caso, el estatus, se puede negociar con el país de origen y también la devolución de ellos”, concluye.
Desde que empezó la guerra en febrero del 2022, se han concretado 56 intercambios de prisioneros, con al menos 3600 personas recuperadas en el lado ucraniano, entre ellos 15 combatientes extranjeros. Muchos de ellos con heridas en el cuerpo y secuelas de las torturas. Todos son incluidos en programas de asistencia psicológica de por vida.
- Latinoamericanos en el frente -
Mientras escribo estas líneas, recibo una alerta por telegram: “Пуски КАБ тактичною авіацією на Донеччині”. Significa “lanzamientos de KAB con aviones tácticos en la región Donetsk”. Desde que dejé Ucrania, no he parado de mirar las alertas de una forma obsesiva, viviendo a lo lejos una guerra en tiempo real. En mi primera noche en Kiev, las sirenas aéreas retumbaron tan fuerte que me levanté de mi cama, fui al refugio del hotel y recién allí entendí que estaba en un país en guerra, donde un ataque con drones o misiles es una realidad que viven a diario los ucranianos desde la ocupación rusa desde el 2022.
Si estar en Kiev es convivir con las sirenas aéreas -sobre todo en las madrugadas-, recorrer Chernihiv, una localidad que limita con Rusia y Bielorrusia, es ser testigo de la destrucción y del dolor que miles de civiles intentan encarar diariamente. Ivan Pohlhui es un sobreviviente que me muestra el sótano de una escuela de Yahidne, a tan solo 20 kilómetros de Chernihiv y uno de los primeros pueblos en ser capturados por lo rusos luego de la invasión de febrero de 2022. En un espacio reducido y sin que dé el sol, 360 personas permanecieron secuestradas por el ejército ruso durante 28 días. “Diez personas murieron asfixiadas”, dice la traductora mientras observo ropa, utensilios, juguetes y desechos humanos que quedaron intactos desde el día en que fueron liberados por el ejército ucraniano. Sin duda, los souvenirs del horror.
"Al menos quince combatientes extranjeros han sido recuperados por las fuerzas ucranianas en los 56 intercambios de prisioneros desde que empezó la guerra. El último fue el 14 de setiembre, con 103 de ambas partes".
Dejé Chernihiv con una sensación nauseabunda por el miedo que sentí dentro de aquel sótano del terror. Me fui con dirección a la región del Donbás. Allí me esperaba alias
Cuervo, un colombiano de aproximadamente 40 años, quien ahora pelea una guerra ajena. Dependiendo del contrato, el sueldo puede variar desde los 1500 a 3500 dólares por mes.
“Vea Carmen, yo creo en los valores ucranianos, en la libertad, en defendernos si la soberanía es vulnerada. Yo soy un soldado retirado en mi país. Uno firma un contrato de 6 meses aquí, nos mandan a cualquier posición y hay que cumplir. Nosotros no somos mercenarios. Nosotros firmamos un contrato con el ejército ucraniano. Nos dan un ID y todo. Sobre los muchachos que quieren venir a Ucrania, no lo hagan por el dinero. Es muy triste ver que en el primer combate pierden una extremidad y ni siquiera reciben el primer sueldo. Es muy duro. Uno viene prácticamente buscando la muerte si se puede decir. Puedes salir inválido o muerto”, dijo.
* Carmen Alvarado, periodista de DNews, fue invitada a escribir esta crónica en exclusiva para El Comercio.
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